Patente de tigre o tiguere

Juan Francisco Puello Herrera Más que lo deseado se cita con frecuencia el término patente de corso. En tal proporción, que muchos sin saber su significado, lanzan esta expresión ante cualquier situación que se le presente. En el caso que pretendo introducir, la expresión patente de corso tiene una aplicación directa con situaciones que se presentan en el comportamiento atípico de los ciudadanos en la República Dominicana. En este ámbito, ya aplatanado el término, sería algo así como patente de tigre o tiguere. Pero no de los tigres del Licey que es un símbolo deportivo, más bien de aquellos que hacen causa común con el desorden y la falta de escrúpulos, sin que tengan la más mínima muestra de arrepentimiento por la forma como proceden en la simple cotidianidad de sus actos. Nada perturba y ruboriza a los que en “buen derecho” poseen la patente de tiguere, porque en los distintos órdenes en los que la conducta humana debe imponer su sello, éstos no califican por su propensión al desorden y la desidia. Esta patente de tiguere se obtiene por “derecho propio”, cuando se actúa sólo pensando en resolver a la manera propia y como sea, lo que se entiende son los intereses personales, sin pensar en el bien común. Así lo vemos, en la clase política que tiene como malas artes satisfacer apetencias de riqueza y poder. Pero donde se ve esto con mayor crudeza y desparpajo es en las vías públicas de toda la República Dominicana, donde impera un tránsito caótico, en el que los conductores violan a su antojo todas las disposiciones legales en esa materia, sin que haya sanciones ejemplarizantes que paren estas imprudencias que tanto luto y penas ha ocasionado a familias que nunca se han repuesto de estas desgracias. Por igual, tanto las vías públicas como los comportamientos de los políticos, marchan y van en la misma dirección. Como consecuencia, hoy vemos convertido en un triste panorama, toda la geografía nacional, un país sin esperanza, en el que no existe la voluntad política de cambiar sus estructuras, viciadas y carcomidas por la falta de criterios que permitan sacarla de un marasmo que aparentemente no tiene solución. ¡Dios se apiade de nosotros!