Por Demetrio Reynolds - 5/03/2014
Si todo se acaba, ¿por qué no los dictadores? Eso de decir “de aquí no he de salir nunca” es una ambición insólita. Los caudillos saben que sus días en el poder están contados. Sólo tres permanecieron alrededor de medio siglo: Franco en España, Stroessner en Paraguay y Castro en Cuba. Los demás –de tantos que registra la historia– no tardaron mucho en desplomarse.
Como “La piel de zapa” en la conocida novela de Balzac, el tiempo de los dictadores de la ALBA ha empezado a encogerse. Son ciclos definidos por el determinismo histórico ineluctable. Las “derechas” hicieron ayer campito a las “izquierdas”; ahora les toca a éstos hacer otro tanto para los otros. Así son las cosas. ¿O creen que a fuerza de ser “originarios” reciclados vamos a reinventar la rueda en los Andes? ¡Ni con opio!
Alguien tenía que empezar, eso es también de cajón. Maduro está de punta en el naufragio. Por su maciza corpulencia, su vozarrón altisonante y sus gestos histriónicos, es la réplica perfecta del extinto Chávez. Pero en vano se aferra a su memoria, con ella se va yendo más rápido al descalabro. Sabido es que ningún movimiento populista sobrevive a la desaparición del caudillo. Con el poder heredó Maduro el germen potencial de su caída.
Igual que a los otros, el fantasma del “imperio” lo persigue; supone que él lo está socavando. ¡Error! No hunde la política a los dictadores, ese oficio lo manejan bien; son diestros para acumular el poder. Lo que les echa fuera es la economía. Para sostenerse despilfarran el dinero. Se rodean de una legión de acólitos serviles. El manejo oscuro de los recursos no responde a ningún plan racional. Son aventureros del poder, no estadistas constructores. Con el mismo mal, en Argentina y Ecuador han empezado a rodar.
Maduro trata de sofocar el descontento social con la violencia; cree que se está urdiendo un golpe, y el que lo va a derribar viene de otro lado. Venezuela, un país fabulosamente rico por el petróleo, atraviesa por una profunda crisis económica. Hay desabastecimiento crítico de productos; asoma el monstruo de la hiperinflación; el palo de ciego que agita ya no le sirve. Su “cuarto de hora” se está acabando.
De la crisis surgen nuevas figuras políticas. Leopoldo López es un nombre que suena fuerte, igual que el de Rodas en Ecuador.
Dispuesto al sacrificio, López tuvo el coraje de desafiar al déspota. Así se acreditan los verdaderos líderes, en el campo de batalla, peleando. Por contraste, uno se pone a pensar en Bolivia y en su absoluta orfandad de líderes para enfrentar a otro caudillo en las próximas elecciones.
Venezuela fue la cuna de Bolívar y Sucre, los forjadores de la independencia americana. Los pueblos tienen lo que se merecen o lo que son capaces de producir. El Alto Perú tardó tanto en independizarse. Se comprende ahora por qué se dio esa situación.
Y por qué se repite también en nuestros días.
El autor es pedagogo y escritor.
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