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martes, 28 de noviembre de 2017

¡Solo faltó que fuera Johnny Abbes!

Tony Raful. 
Habíamos fijado para fines de noviembre la puesta en circulación de “La rapsodia del crimen” en ciudad de Guatemala. Luego determinamos que sería el 24 o 25 de noviembre, pero finalmente tuvimos que hacer el acto el 22 de noviembre. La representante de “Random House Pinguine” y Editora Grijalbo, María del Carmen Deola, tenía que estar presente en los preparativos de la Feria del libro de Guadalajara, México, por lo que debíamos ajustar la fecha en Guatemala. La primera curiosidad, es que luego nos dimos cuenta, que un 22 de noviembre de 1963 fue asesinado en Dallas Texas, el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy. Kennedy y el presidente de Guatemala Carlos Castillo Armas, fueron víctimas de conjuras donde nunca se pudo establecer la verdad histórica de quiénes y cómo participaron en las mismas. En ambos casos, hubo dos “chivos expiatorios”, dos supuestos únicos asesinos que fueron usados como mampara para encubrir a los verdaderos homicidas de ambos presidentes. Ambos, presuntos responsables de las muertes, fueron a la vez rápidamente asesinados para impedir investigaciones y juicios esclarecedores de los magnicidios. Los dos acusados inicialmente participaron en los actos homicidas, pero solamente como “rellenos”, mientras en Dallas, Texas, Estados Unidos, y en la Casa Presidencial de Ciudad de Guatemala, hubo ejecutores tras bambalinas, en las penumbras, cuyas acciones fueron determinantes para provocar las muertes.
Al hacer el acto de puesta en circulación de “La Rapsodia del crimen”, el 22 de noviembre del 2017,  la casualidad unió ambos crímenes por encima del tiempo histórico. Hablando esa noche de la muerte de Castillo Armas ocurrida el 26 de julio de 1957, evocamos la muerte de Kennedy el 22 de noviembre de 1963. Otra sorpresa fue percatarnos que en la actividad celebrada en el salón de actos del prestigioso Centro  Cultural Sophos, de Ciudad de Guatemala, había esa noche dos familiares cercanos del asesinado presidente Castillo Armas, uno de ellos es la directora ejecutiva del Parlamento Centroamericano, a quien conozco hace varios años, e ignoraba su parentesco con Castillo Armas, hasta esa noche, cuando  se me aproximó y me contó la historia familiar. Luego me enteré esa misma noche que la esposa del propietario de la Librería Sophos, es descendiente directo de doña Gloria Bolaños, un personaje cuasi mitológico, un “misterio seductor”, la dama guatemalteca vinculada a Castillo Armas que fue fugada de Guatemala por el dictador Trujillo, cuando era perseguida por los organismos de seguridad que la involucraban en la trama trujillista del magnicidio, y llevada por el coronel Johnny Abbes García a República Dominicana, a dirigir una campaña política que pretendió encubrir la participación de Trujillo en el magnicidio y cuyas alocuciones por “La Voz Dominicana”  llegaban como si esta planta emisora fuera una emisora local a Ciudad de Guatemala.  Gloria Bolaños amaba profundamente a Castillo Armas y fue manipulada por Abbes y Trujillo, aprovechando las contradicciones que ella tenía con grupos allegados a Castillo Armas que la perseguían.
Días después tuve un encuentro con un grupo representativo de libreros de toda Guatemala, que me solicitaron un conversatorio sobre el libro, afirmaron su compromiso en la difusión de la obra. La señora que dirigió el encuentro, me dijo que ella oyó los disparos que mataron a Castillo Armas, pues entonces, siendo ella una niña, vivía en los alrededores de la Casa Presidencial, y que su familia era amiga de la madre de Castillo Armas, quien era vecina de ellos. Me dijo que cuando se escucharon los disparos, su padre dijo, “mataron al presidente Castillo Armas, lo mató Trujillo”. Me señaló que  todos esperaban en Guatemala de un momento a otro su muerte, y que todos sabían en el país que Trujillo lo mataría, tarde o temprano. Aquello me impresionó vivamente. Al parecer sólo Castillo Armas, no sabía que Trujillo lo mataría. La  noche del 22 de noviembre  al terminar el acto y cuando me disponía a salir del lugar, me encontré con una persona de avanzada edad, bien vestido y con una mirada escrutadora, que me esperaba en la puerta del salón. Como de costumbre y por educación doméstica aprendida en el hogar, incliné levemente la cabeza y lo saludé. El señor me tendió la mano y me dijo: “Mucho gusto, señor Raful. Yo soy Johnny.” Inmediatamente le dije, ¿cómo dijo?, me respondió, “excúseme, me apodan Johnny, pero mi nombre es John, hijo de padre norteamericano y madre guatemalteca, John Carter Aguilar, me interesa mucho  leer su libro”    
Me quedé atónito, aunque  respiré finalmente. La leyenda de Abbes es un extraño caso rodeado de misterio, entresijos e incógnitas, por la existencia de las dos versiones que pretenden explicar su desaparición, una de las cuales la ofreció el ex presidente Joaquín Balaguer en 1985, dando a conocer una comunicación secreta enviada por el cónsul dominicano en Puerto Príncipe, Haití, en 1967,  donde relata que fue muerto por militares haitianos; y la otra versión la ofrece doña Gloria Bolaños Pons, señalando que Abbes está vivo, que lo de Haití fue un simulacro, que vive entre New York y México, acogido al programa de cambio de  identidad y protección que ofrece la Agencia Central de Inteligencia norteamericana  a testigos o colaboradores por sus servicios. El caso es que la noche del 22 de noviembre de 2017, no pude dormir bien, pensando en lo extraña que es la vida, como si un gran titiritero detrás de la escena moviera los nombres, a los seres humanos como fichas de un gran tablero, los hiciera aparecer y desaparecer, titular sus nombres, los devolviera a la vida en celajes, en coincidencias, en dramáticas y siniestras miradas. Y me dije a mi mismo, la verdad que esto es el colmo, solamente faltaba que el señor de la librería hubiese sido el mismo Johnny Abbes García.

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