Por Eduardo Saldaña, codirector de El Orden Mundial.
"No es un golpe de Estado". Con esta frase los militares zimbabuenses han respondido a las preguntas y a la incertidumbre de los medios de comunicación, que, en cuestión de dos días, han visto cómo uno de los líderes más longevos de África era arrestado y puesto bajo la custodia de los que hasta hace bien poco eran sus hombres.
Como si de un mantra se tratara, los oficiales repiten en todos los canales que no estamos ante un golpe, sino de una intervención para recuperar el espíritu de la revolución. Y, en efecto, no es un golpe de Estado: no va a cambiar la política del Zimbabue que hemos conocido en los 37 años de gobierno de Bob (como se conoce al nonagenario). El sistema que Mugabe tanto promovió ha terminado por engullirlo, un sistema basado en la revolución anticolonial y en un líder que es visto por muchos como el salvador de la patria y adalid del panafricanismo.
Mugabe llegaba al poder de Zimbabue en 1980 como primer ministro; en 1987 unificaría la jefatura de Gobierno y de Estado para quedar a la cabeza. La importancia de su figura recae en el discurso que ha defendido durante su mandato. Ha sido representado como un revolucionario que luchó contra la opresión colonial y que hizo del país un ejemplo de progreso en el continente (la educación fue reconocida por el Gobierno de Mugabe como un derecho humano y el país tiene un 90% de alfabetización, uno de los datos más altos del continente).
Sin embargo, el régimen revolucionario de la Unión Nacional Africana de Zimbabue - Frente Patriótico (ZANU-PF en inglés) se ha definido por la represión de la oposición y una instrumentalización de la etnia y la raza como forma de legitimar el papel del partido y del propio Mugabe.
Mantener ese sistema resultaba costoso. Las instituciones que se heredaron no se adaptaron, por lo que la estructura de gobierno se asentaba en un sistema colonial y represor, como pasó en muchos otros países del continente. A esta situación hay que sumarle la crisis de la deuda que golpearía con dureza a los países africanos.
Revolucionario, primer ministro y presidente, Mugabe fue la punta de lanza del proyecto de poder desarrollado por el ZANU-PF, represión de la oposición incluida, desde los '80
Por aquel entonces, un 1% de la población zimbabuense (blancos en su mayoría) controlaba el 40% de la tierra del país y, con ello, una de las mayores fuentes de ingreso: las exportaciones de alimentos a los países vecinos. Amparado por un discurso racista que achacaba la crisis a la avaricia de los poderes coloniales, Mugabe expropia las tierras de los agricultores y las malreparte entre la población y sus amigos (sobre todo entre sus amigos). La reforma agraria no agradó a los socios europeos que rápidamente retiraron los fondos e inversiones del país, lo que inició una crisis económica, política e internacional que ha marcado al país.
El otro punto de inflexión llegaría en 2013 cuando la ZANU-PF, tras haber gobernado la legislatura anterior en coalición con la oposición, lanza una campaña electoral y de represión que hace que los donantes internacionales pierdan la esperanza que habían tenido durante la anterior legislatura y se marchen, lo que sumiría al país de nuevo en la hiperinflación y la crisis.
Mugabe es el árbol, el bosque es el ZANU-PF
Si bien estos son factores que han llevado a los acontecimientos de esta semana, no tenemos que caer en el error de pensar que es un intento de arreglar la crisis del país. Mugabe tiene 93 años y su salud empeora día a día, lo que pone en riesgo la estabilidad del régimen. Una de las consecuencias beneficiosas de lo ocurrido es que ha dejado al descubierto la realidad de la política del país. Como suele decirse, "a veces los árboles no dejan ver el bosque".
En el caso de Zimbabue, solo había un árbol: Mugabe, que impedía ver la dimensión y funcionamiento del bosque de la ZANU-PF. Con el fortalecimiento de la facción favorable a los Mugabe (la conocida como G40, liderada por la esposa del presidente, Grace Mugabe), el sistema de supervivencia de la ZANU-PF se puso en marcha.
La destitución de la vicepresidenta Mujuru en 2014 fue un ejemplo del poder que la primera dama empezaba a tener en la toma de decisiones del país. La gota que colmó el vaso fue la destitución del sucesor de Mujuru, Emmerson Mnangagwa. Uno de los hombres fuertes del régimen, aliado incondicional de la causa revolucionaria y siempre a la vera de Mugabe, Mnangagwa era la representación de la ZANU-PF en el Gobierno. Mugabe ha olvidado quién ha ayudado a mantener el régimen y a quién se debe realmente; ha cometido el error de pensar que el bosque era él.
El partido es más fuerte que los Mugabe y sabe que necesita tomar el control del país para mantener el sistema que ha dado de comer a tantos de ellos desde 1980. La realidad es que no se va a llevar a cabo un cambio sustancial en la política zimbabuense. Tanto Mnangagwa como Chiwenga, comandante del Ejército, son personas que han desempeñado un papel importante en el régimen: Mnangagwa, el Cocodrilo, es conocido por su influencia entre los veteranos de la revolución y por haber dirigido el famoso Gukurahundi, una represión masiva de ndebeles durante la década de los 80.
Lo cierto es que no va a haber ningún cambio sustancial en la política del país. Quienes han dado el golpe contra la figura de Mugabe son quienes han jugado un papel clave en su propio régimen
La actuación de estos días pone de manifiesto que la era de Mugabe como cara del movimiento ha terminado. Es el momento de que ZANU-PF intervenga para devolver a Zimbabue a su redil. Uno de los principales objetivos de la intervención es dar una imagen de calma y diálogo entre las partes. Por un lado, la ZANU-PF necesita de la colaboración de Mugabe para evitar una desacreditación del que hasta ahora era el máximo líder. Por otro, encontramos a la oposición, que, si bien acepta que el control lo va a mantener la ZANU-PF, sabe que la única forma de avanzar es seguir una estrategia de cooperación como la de la legislatura de 2008-2013.
A nivel internacional y regional, lo ocurrido se sigue con atención. Sudáfrica se ha mantenido expectante. Jacob Zuma y el Consejo Nacional Africano no pasan por su mejor momento y cualquier tipo de inestabilidad en Zimbabue puede trasladarse al país; la inmigración que un conflicto en Zimbabue podría provocar dañaría enormemente la política y economía sudafricanas. Las potencias europeas y los EEUU juegan un papel importante, ya que el levantamiento de las sanciones puede ayudar a alcanzar la estabilidad del nuevo Gobierno que se cree.
Y, finalmente, el viaje de Chiwenga a China ha dejado al descubierto el papel que Pekín empieza a desempeñar en el continente. La ZANU-PF podría encontrar en el gigante asiático una salida a dos problemas: la necesidad de mejorar la economía y evitar hacer negocios con las antiguas potencias coloniales para mantener la legitimidad del Gobierno de cara a los seguidores de Mugabe y a los defensores de la revolución.
Pese a todo, no podemos afirmar que Mugabe vaya a irse sin más. El líder zimbabuense es un superviviente nato. Bob se ha convertido en un icono pop para muchos zimbabuenses y para la propia razón de ser de la revolución. ZANU-PF sabe que no puede quitar al líder sin más. Y, lo que es más importante, Mugabe es consciente de ser un árbol difícil de talar.
Imagen | Tsvangirayi Mukwazhi/AP Photo
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