Editorial Diario libre.
En este país todo es más caro que en el resto del mundo. Cuesta más la gasolina, la comida y hasta las elecciones.
Pero cada vez que se le habla a un político sobre la necesidad de recortar el costo de los procesos electorales y de los partidos, afirma, como si fuera un coro que “la democracia es cara y es un precio que hay que pagar”.
¿Es verdad esta afirmación?
Si bien es cierto que las campañas electorales se han encarecido, sobre todo por el uso masivo de los medios electrónicos, nadie puede negar que existen dos factores en nuestro país que las hacen innecesariamente más costosas: la duración de las campañas y la saturación de la propaganda.
Nuestras campañas electorales son de las más largas del mundo, porque si bien la Junta Central Electoral se ciñe al calendario, los partidos están en campaña siempre, gastando como si el dinero fuera infinito. Así mismo, cansan a los electores con el exceso de publicidad y de movilización.
Un país pobre no puede realizar campañas políticas que avergonzarían a países ricos. Hay que bajarle el costo a nuestra “democracia”.
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