Paíno Pichardo escribió a Panal reprochando sus ideas y el comportamiento, y terminaba participándole que consideraba
Esta carta fue distribuida entre miembros del clero.
A fines de febrero o principios de marzo, Baeza se fue a Puerto Rico. Tomé lo mantenía informado de pormenores de la vida religiosa de la Compañía de Jesús y de la situación político-eclesial del país. Le insistía en que regresara, pero él se mantuvo en Puerto Rico y de allí se fue a Roma. El ajusticiamiento de Trujillo se produjo estando él fuera.
Y para principios del mismo marzo, Pepén salió para Roma. En su libro, Un garabato de Dios, decía que sentía que la única forma de que la Iglesia viviese en libertad era manteniendo la unidad de los obispos, pero que “aquello de arreglar su situación cada uno por su cuenta había dado oportunidad al dictador para sorprendernos y en algunos casos forzarnos a hacer papeles o comportamientos que no favorecían nuestra acción pastoral”. Y se preguntaba si Roma estaba enterada y él desde su condición de obispo nuevo no le ayudaba a entender y vio la conveniencia de visitar Roma para conversar a este respecto con el papa. No regresó al país hasta después de ajusticiado Trujillo.
Mons. Hugo Polanco fue sorteando la situación. En 1960 contemporizó con el Régimen celebrando dos Te Deum a Trujillo y una misa funeral a intención del padre de Trujillo, José Trujillo Valdez, pero el Régimen lo presionó a través de la familia. Pusieron bombas a un negocio de un hermano en Santo Domingo y en unas guaguas de otro hermano en Salcedo. Tuvo entonces que tomar una actitud prudente y retirarse a dormir en una casa privada.
Beras, en sus visitas a la Nunciatura y a Tomé, aunque le conversaba de sus planes de irse a Roma ahora con el tema de las sesiones del Concilio Vaticano II, se mantuvo en el país y se vio precisado a interactuar con Trujillo. En este período, se vio con Trujillo en tres ocasiones públicas, y sus fotos, ambos sonrientes, salieron publicadas en
. (Bendición de la parroquia Santa Cruz, barrio Machado —hoy Gualey—. Matrimonio de Bernardo Enrique Pichardo Ricart, hijo de Rafael Paíno Pichardo, en la capilla del Palacio Nacional. Funeral de Irene Báez de Herrera, madre del canciller Porfirio Herrera Báez, en la Catedral).
Llegados aquí, debemos insertar el curioso caso de que en otros países del Caribe —Cuba, Haití y Puerto Rico— se vivían conflictos Iglesia-Estado similares. En Cuba, la radicalización y el carácter comunista de la Revolución condujeron a un enfrentamiento con la Iglesia. Los obispos cubanos emitieron en agosto de 1960 una carta pastoral condenando el comunismo y, tras un tortuoso proceso que condujo entre otras cosas a nacionalizar las propiedades educativas eclesiales, el Gobierno terminó expulsando, en septiembre de 1961, a un número significativo de religiosos y sacerdotes —entre ellos al obispo auxiliar de La Habana—.
Haití, en un momento más de su intricada historia de luchas entre negros y mulatos, bajo el régimen negro de François Duvalier, decidió expulsar a todos los obispos y a algunos sacerdotes franceses que consideraba hacían causa común con los mulatos. En 1966, se restableció el episcopado haitiano nombrando obispos de nacionalidad haitiana y de raza negra.
Y en Puerto Rico, el Gobierno de Luis Muñoz Marín, considerando que su política de modernización y desarrollo de la isla demandaba de medidas como escuelas laicas y control de la natalidad, entró en confrontación con la Iglesia, a la fecha dirigida por obispos norteamericanos. La Iglesia emitió una pastoral oponiéndose a las anteriores medidas y prohibiendo a los católicos votar por el partido de Muñoz. Además, apoyó la creación de un partido, el Partido Acción Cristiana, y llevado el tema a las urnas en las elecciones de 1960, Muñoz las ganó para un cuarto término con un alto porcentaje de votos. En 1964, los obispos norteamericanos fueron trasladados a los Estados Unidos y en su lugar se designaron obispos de nacionalidad puertorriqueña. En la República Dominicana de Trujillo se observaban y publicaban estas noticias.
La diócesis–provincia de San Juan de la Maguana hizo también su propia historia, radical y violenta. El obispo Tomás Reilly, a quien ya conocemos por su carteo con Trujillo y su oposición en 1960 al título de Benefactor de la Iglesia, en 1961 va a asumir un nuevo protagonismo cuando se radicalizó la situación, y él y Panal lideraron las relaciones de oposición a Trujillo.
El 12 de marzo, Reilly publicó una pastoral sobre la represión y ataques a la Iglesia. Hablaba de “una serie larga de violaciones a los derechos humanos y de los derechos de la Iglesia”. Apresamiento, maltrato y expulsión de sacerdotes, intimidación de los jóvenes de Acción Católica, de ataques radiofónicos a la doctrina, a las prácticas y dirigentes de la iglesia, incendio de las puertas de la catedral, espionaje de las prédicas, “una actitud hostil ante una iglesia independiente”. Concluyó exhortando a sus amados hijos a ser “discípulos dignos de Cristo el valiente”, “a imitar a los sacerdotes y monjas heroicas que trabajan en medio de uds, dispuestos a seguir entre uds para enseñar y administrar los sacramentos, si no son expulsados” “y compartir con uds sus numerosos sufrimientos”. No hizo mención del tema Benefactor de la Iglesia. La carta fue publicada en el extranjero en un periódico católico de Washington y comentada por la agencia Associated Press (AP). El Caribe publicó el cable de la AP el 16 de marzo.
Y el 23 de marzo, Panal firmó una carta pastoral para ser leída “en las primeras buenas ocasiones que se presenten”. Resultó llamativo que ese mismo día la carta se filtrase y fuese conocida de antemano por Radio Caribe, que la publicó al día siguiente en espacio pagado del periódico El Caribe. La carta señala la “campaña ignominiosa, sacrílega e impía, propia de comunistas atroces… contra todo lo sagrado y divino de la iglesia católica”, “aunque se ha recurrido a las autoridades en privado y en público”, y que “la Nación es católica casi en su totalidad y desde sus principios más remotos, NO OBSTANTE QUE LA ORIENTA Y GUÍA EL LÍDER ANTICOMUNISTA dominicano…” “…NO HAY PAZ POSIBLE PARA LA SANTA IGLESIA EN NUESTRO PAIS…”. Pide, en consecuencia, a todos los sacerdotes defender la Iglesia desde los púlpitos, que se abstengan de la baja política partidista, cosa que les está prohibida, y que en esta Cuaresma próxima multipliquen los actos de oración y penitencia, tanto en público como en privado,
para lograr el triunfo de la Iglesia, la humillación de sus enemigos de allí, de acá , de acullá, la exaltación de la fe católica en todo el mundo y la pacificación de las naciones, como es voluntad de Jesucristo aspiración constante de la Iglesia Católica desde sus principios.
Estas dos pastorales, publicadas por separado, pueden dar a entender que la iniciativa de la Iglesia había pasado de la Conferencia de los obispos, como lo fue en las pastorales de enero y febrero de 1960 y el memorándum de enero y la carta de febrero de 1961, a la individual de estos dos obispos extranjeros. ¿Cómo se explica? ¿A la ausencia de un apoyo externo unificador como fueron los del nuncio Zanini
[3] y del visitador Baeza? ¿Al repliegue de los obispos dominicanos por precaución a las represalias familiares, como el caso de los hermanos de Polanco? ¿O al hecho de que, al ser extranjeros, estos dos obispos no tenían familiares por quienes temer? ¿Pueden estos casos expresar la queja de Pepén de que se había llegado a un acuerdo tácito y/o explícito de que cada obispo se arreglara con Trujillo por su cuenta? Además, interesante, estas dos pastorales también revelan que temas cruciales como el título
de Benefactor de la Iglesia, acuerdos como el Concordato y reclamos como el de los presos políticos iban pasando a un segundo plano. La preocupación se centraba en la defensa de la Iglesia.
Ambas cartas agriaron más las relaciones. El Régimen reelaboró su estrategia. Se concentró la atención en las personas de Panal y Reilly. Se lanzó la iniciativa de que cinco diócesis eran demasiado para el país y que solo bastarían tres. En abril, Trujillo ganó más protagonismo en la disputa y radicalizó posiciones. Ahora, el objetivo era hacer salir a Reilly y Panal de sus diócesis y del país.
Acoso a Reilly y Panal
En San Juan, del 4 al 12 de abril, crecientes manifestaciones contra Reilly conmocionaron la ciudad. Álvarez Pina y Víctor Garrido Puello —intelectual y político, pasado secretario de Educación, nacido en Santo Domingo y radicado en San Juan— se hicieron presentes en la ciudad. Santiago Lamela Geler, periodista y locutor de Radio Caribe, fue primer orador en un mitin del día 8 en el que pidió la muerte del obispo y sus sacerdotes. El general José María Alcántara, militar de gestos radicales, sustituyó en el cargo de gobernador militar al general Máximo Bonetti Burgos, con fama de moderado. El procurador fiscal del Distrito Nacional, el 10 de abril, sometió
…al nombrado Tomas O’Reilly [sic], cura católico, con rango de obispo, por los crímenes de atentar contra la forma de Gobierno legalmente constituido, trama, atentado con objeto de provocar la guerra civil, tentativa de destrucción de edificios por medio de mecanismo explosivos y tentativa de asesinato[1].
A partir de aquí, “terrorista” pasó a ser la principal base de acusación a Reilly y Panal.
El 12 en la mañana, dos diplomáticos extranjeros —Watt de la embajada británica y Ortwein del consulado americano— visitaron a Reilly y almorzaron con él. Hacia las 2:30 de la tarde, los diplomáticos dejaron San Juan estando todo tranquilo, pero hacia las cuatro, se movilizaron turbas que al grito de “viva Trujillo, Reilly terrorista, cerdos y perros yanquis a la horca, al paredón”, apedrearon y asaltaron la casa curial y la residencia de Reilly. Hacia las seis, Reilly fue caminando desde su casa hasta la casa curial acompañado de dos sacerdotes Scarboro canadienses, dos españoles del Patronato San Rafael y tres misioneras laicas españolas, escoltados por policías. A las siete terminó el ataque.
Al otro día, Reilly informó a Alcántara que iba a retirar todo el personal religioso de San Juan y pueblos vecinos y pedía le asegurase un salvoconducto para ir a la capital. Entonces, entendió que era prudente replegarse “hasta que el gobierno del General Trujillo desistiese de su furia salvaje contra la Iglesia. Ya que hubiese sido más peligroso enviar cualquier sacerdote o monja a esa región”. Y reunió a los sacerdotes y monjas de San Juan, las Matas, Elías Pina, El Cercado y Padre las Casas, formó una caravana de nueve vehículos y se dirigió a Santo Domingo. Él se hospedó, junto a otros dos sacerdotes, en el colegio Santo Domingo de la
capital donde permaneció hasta después de ajusticiado Trujillo
[1]. El alojamiento de Reilly en el colegio abrió otra línea de confrontación. Se repitieron artículos y discursos contra su presencia en un colegio de niñas internas y se buscó que lo abandonara.
En La Vega, el 18 de abril, se organizó un mitin en los parques de las Flores y Hostos donde se le encaró a Panal pagar a Trujillo con traición las tantas bondades recibidas. Se pidió a las autoridades expulsar al terrorista Panal al grito de “fuera alimaña, reúne tus avispas, únete a tu socio gánster yanqui Reilly y lárgate del país, traidor, tirano hipócrita y antidominicano”.
De los parques marcharon hacia las casas de Panal y de Luis Federico Henríquez, sacerdote dominicano, vicario general de la diócesis, llevando un monigote vestido de obispo y un letrero que decía “yo soy Panal antidominicano y terrorista”. Una cerrada defensa popular de campesinos y algunos estudiantes impidieron que penetraran la residencia de Panal. Además, Panal, buscando protección, se hizo acompañar del embajador español, quien colocó la bandera española en su balcón. Se especula si con este gesto se buscaba la protección de extraterritorialidad de la casa y persona de Panal. Imposibilitadas las turbas, entonces se dirigieron a la casa de Henríquez donde sí pudieron entrar, saquear y quemar. Corre la opinión de que el interés era apresar a Panal, abochornarlo, desvestirlo y pasearlo por las calles, arrancándole los pelos de la barba, y deportarlo, pero él —aunque acosado y perturbado— permaneció en su casa.
En los días siguientes, recurrieron al método de reunir prostitutas e introducirlas en la catedral a bailar semidesnudas al ritmo de merengues trujillistas cuando Panal celebraba la acostumbrada misa de las cinco de la mañana. Aquí también, Panal volvió a recibir el apoyo de personas del pueblo. Cosa curiosa, el incidente del 22 de abril fue reseñado con mucha veracidad por
El Caribe[2]. Todavía el 27 de mayo siguieron interrumpiendo la celebración de la misa de Panal
[3].
Estrategia en el Congreso
En el mes de mayo, la estrategia pasó al Congreso. Trujillo había nombrado nuevos diputados, todos jóvenes, con la reputación de ser “trujillistas, socialistas, fidelistas, anti-yankees y anticlericales”. La casi totalidad de sus iniciativas fueron de orden eclesiástico. Lo primero fue la iniciativa del diputado Porfirio Dante Castillo quien presentó, el 9 de mayo, la moción de expulsión inmediata de los obispos extranjeros Reilly y Panal. La moción fue pasada a comisión y siguió siendo discutida sin que se llegara a una decisión
[4]. A esta le siguió la denuncia del Concordato, desconocer la personalidad jurídica de la Iglesia, apropiar los templos, nacionalizar escuelas, suprimir las subvenciones eclesiásticas e instaurar la escuela laica. Moción
presentada por el diputado Manuel Jiménez el 17 de mayo, pero que fue aplazada por carecer de la formalidad necesaria
[1].
La posición vaticana
La nunciatura enviaba estas informaciones al Vaticano y allí eran tratadas con el embajador dominicano. El Vaticano hizo saber su desaprobación a las posiciones de reducir el número de diócesis, expulsar obispos y rescindir el Concordato. En concreto, el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Domenico Tardini, comunicó al embajador dominicano, Luis F. Thomen, la preocupación por la Iglesia Dominicana y “en caso de que fuera denunciado el Concordato se vería obligado a protestar solemnemente con resonancia universal”;pero que estaba en “el mayor deseo de una tentativa de reconciliación y que para ello dispondría la venida de un Enviado Especial, para estudiar el asunto sobre el terreno”. Para ello se pensaba en Silvio Oddi.
Oddi no llegó a venir debido al cambio en el Régimen tras la muerte de Trujillo.
Una política de doble estándar
En todos estos días en que se radicalizaron las posiciones, predominó una política de doble estándar. Por un lado, Trujillo y su familia cuidaron su imagen católica. Seguían bautizando niños, apadrinando matrimonios, recibían sacerdotes y hacían donaciones. En todas las visitas a las ciudades del interior siempre se celebraba algún acto religioso: misa, Te Deum o salve. Para la celebración de la Virgen de La Altagracia en 1961, Trujillo volvió a encargar una misa a celebrarse en la Iglesia de la Altagracia de Santo Domingo. Por otro, el Régimen se valió del recurso legal de la renovación de sus visados para hacer salir a sacerdotes y religiosos, pero nunca se arriesgó a expulsar obispos como ya se había hecho en Haití y en Cuba. Aunque en los actos populares, los oradores y las pancartas, y en cartas a El Caribe se pedía que se les expulsara, las comunicaciones más oficiales se limitaban a pedir que se retiraran voluntariamente.
El Gobierno americano
El Gobierno americano no fue ajeno a los hechos. Ya vimos a los cónsules presentes en San Juan el 12 de abril. El 13 y el 26 de abril, presentaron ante la Cancillería dominicana —vía la embajada británica que representaba sus intereses desde el rompimiento de relaciones— sendas notas de protesta a raíz de las manifestaciones en San Juan. Aludían a la participación de autoridades en las manifestaciones de abril en contra de Reilly. Y ahora, el 22 de mayo, el Gobierno americano —a través de Arturo Morales Carrión, secretario auxiliar de Estado Adjunto para Asuntos Latinoamericanos—, elevó una nota ante la Comisión Interamericana de Paz de la Organización de Estados Americanos protestando por la persecución a eclesiásticos y obispos, en particular de Reilly. En el país se publicó la noticia, acompañada de una nota adicional de explicación y protesta.
Una política de pobres resultados
Trujillo consiguió muy poco en este largo tiempo de confrontación. En el mes de mayo, no sé qué día, Castillo de Aza publicó un libro de 399 páginas volviendo sobre el tema de Benefactor de la Iglesia. Comparaba a Trujillo con Constantino, Justiniano y Carlomagno, y lo consideraba superior. Ponderaba la religiosidad personal de Trujillo, destacaba su cooperación con la labor de la Iglesia y pedía “para él el título de BENEFACTOR DE LA IGLESIA. Solo queremos el título —concluía— porque en realidad lo es”. Quizás lo único que pudo conseguir fue algo tangencial al problema, pero muy presente en la sociedad dominicana, la solución al caso del llamado “matrimonio concordatario”, que ya hemos explicado en la primera parte. La Suprema Corte de Justicia, por sentencia de fecha 20 de enero de 1961, determinó que como es finalidad principal del Estado proteger los derechos humanos y uno de esos derechos es contraer matrimonio y disolverlo mediante el divorcio, la presunción de renuncia al divorcio por parte de las parejas que han contraído matrimonio canónico es contraria a la Constitución.
Ciudadanos de San Juan escribieron a Balaguer pidiendo que Reilly no retornase. Balaguer respondió que había referido la solicitud a la Nunciatura, que es la alta autoridad eclesiástica. El 30, por igual en La Vega, los comerciantes e industriales hicieron pública una carta pidiendo a Panal,
…antes de que la violencia desate más aún sus resortes y haya algo de que Ud. se pueda lamentar eternamente, exigimos, primero, pues después será exigencia violenta, que nos deje en paz. Que se retire y oiga la voz de un pueblo que sin Ud. volverá a recobrar los caminos de la tranquilidad y de la prosperidad que se están perdiendo por su causa.
Ajusticiamiento de Trujillo. El desenlace
Trujillo fue ajusticiado la noche del 30 de mayo. Horas después, ya día 31, a las cuatro menos diez, un grupo militar irrumpió en el Colegio Santo Domingo y, mediante un procedimiento violento —rompieron puertas y cristales, dieron culatazos y llegaron a disparar— Reilly fue apresado y llevado a un lugar en las afueras de la ciudad. No se sabe quién dio esa orden. Se especula si la había dado Trujillo para deportarlo o si en la confusión de la noche algún alto miembro del Gobierno consideró que Reilly podría ser parte del complot y lo mandó hacer preso. Lo que sí se sabe es que esa misma noche las monjas del Colegio Santo Domingo movieron sus relaciones: el cónsul Dearborn, el embajador inglés, el encargado de la Nunciatura Del Giudice, los esposos Freites y Josefina Álvarez. Así las cosas, Reilly fue llevado
ante Balaguer; allí se enteró de la muerte de Trujillo, dio el pésame a su hermano Héctor Trujillo Molina y fue devuelto en la mañana del 31 al colegio, en compañía de Paíno Pichardo.
El 31, todavía salieron temas de corte político-eclesial en los periódicos, pero ya el 1 de junio otros asuntos ocupaban la atención nacional. El titular de El Caribe era: “Vilmente Asesinado Cae el Benefactor de la Patria. Su Muerte Llena de Luto La Sociedad Dominicana“.
Pasados unos días, el 8 de junio, Beras y Polanco celebraron misa solemne de réquiem y Reilly y Panal pidieron a sus sacerdotes celebrar misas por el alma de Trujillo. El Caribe publicó una carta de Reilly al general Rafael L. Trujillo hijo (Ramfis), expresando condolencia. Decía que, aunque el 31 había dado el pésame al general Héctor Trujillo en el palacio, y celebrado la misa a intención de Trujillo, volvería a decir misa. Panal tuvo a bien expresar en carta a Paíno Pichardo que:
…me ha satisfecho grandemente que tanto el Gobierno Nacional como los familiares del Ilustre Fenecido, Padre y Benefactor de la Patria e insigne Bienhechor de la Iglesia, Q.E.P.D., se hayan percatado y persuadido bien del aprecio, estima y admiración altísima que siempre sentí por el amigo ido y que ahora deploro su trágica muerte, y me asocio con mi clero y fieles al inmenso dolor que siente la nación por su desaparición de esta vida...
A lo largo de esos días se celebraron múltiples misas encomendadas por el Gobierno, por personas e instituciones privadas o a iniciativa de sacerdotes.
Poniendo punto final
¿Qué había pasado? ¿Dónde radicaba la razón de un año y cinco meses de conflicto entre la Iglesia y el Régimen de Trujillo?
Balaguer, político de treinta y un año de experiencia en el Gobierno de Trujillo, estrecho coautor de las dos propuestas de Benefactor de la Iglesia y conocedor de la psicología social del pueblo dominicano y de Trujillo, nos ha dejado sus puntos de vista al respecto de este convulso tema. En las Memorias del Gobierno de 1961, presentadas el 27 de febrero, tamizó la situación diciendo que el Generalísimo Trujillo no ha querido que:
…las diferencias que hayan podido surgir entre los dos poderes se ventilaran como si se trataran de disputas entre dos litigantes y no de divergencias forzosamente pasajeras entre dos potestades que han permanecido asociadas desde 1930, y que en gran parte tienen la misma responsabilidad moral en los actos del régimen…
[4].
Y aún más, en carta al padre Ángel Vizcarra, op., del 4 de julio de 1961, afirmaba que:
…las cosas se están encausando en nuestro país en forma muy satisfactoria: Nuestras relaciones con la Iglesia Católica, que es la religión que profesamos en su inmensa mayoría los dominicanos, están normalizadas, y confío en Dios que ningún elemento nuevo perturbará esas relaciones en el futuro[1].
Al otro día, en el Congreso, se retiraron las mociones que solicitaban la expulsión de los obispos Panal y Reilly y la rescisión del Concordato
[2].
Un balance
Quedan entonces pendientes las interpretaciones.
Reiteramos que el conflicto se dio en el contexto de un régimen unipersonal, autoritario, totalitario y tiránico hasta el abuso y la ofensa de la sociedad, que coartaba al extremo a todos los actores de la vida nacional. Era el conflicto con una persona. No se discutían principios ideológicos y/o filosóficos.
La sociedad dominicana era una sociedad de predominancia rural, tradicional, religiosa, pero de una religiosidad más de costumbres, más de prácticas externas que de convicciones personales. Las prácticas religiosas oscilaban entre el bautismo y los funerales. Y de algunas procesiones y peregrinaciones. Algunos sacramentos, como la confesión y la comunión, eran de escasa práctica.
Era una religiosidad indulgente para con personas no consecuentes con la fe y mandamientos, como los casos del matrimonio consensual, la infidelidad matrimonial, el clero concubinario y simoníaco, la participación de la masonería, las creencias y prácticas afrocatólicas.
A lo largo de todo este conflicto, las partes apelaron al carácter religioso-católico de la sociedad dominicana, a la presencia del catolicismo desde la cuna, los orígenes de la sociedad, a la fiel condición católica de Trujillo y a la religión católica como la religión oficial del país.
El Régimen de Trujillo había impactado esa sociedad desarrollando su estructura económica, comunicación, producción agrícola, salud, educación, a cambio de un sometimiento totalitario. Herbert L. Matthews, periodista del
The New York Times, escribía en 1953 que la situación en la República era de un sorprendente contraste entre el bien y el mal; que materialmente competía con los mejor gobernados y prósperos de América Latina, pero que políticamente era una tiranía personal sin paralelo al otro lado de la Cortina de Hierro
[3].
La ascensión y desarrollo del Régimen coincidió con un proceso de desarrollo e institucionalización de la Iglesia católica en todo el mundo y también en la República Dominicana. Trujillo e Iglesia acordaron planes de recíproca cooperación. Trujillo proporcionó obras y funciones a la Iglesia. Pittini fue pronto en reconocerlo en su obra
Memorias salesianas de un arzobispo ciego. Reconocía la “primavera católica” que vivía la Iglesia a los trece años de
su episcopado y daba “gracias a Dios por haber puesto a [su] lado la cooperación del pueblo, del clero y de las autoridades civiles”
[1].
Este proceso se pudo lograr gracias al crecimiento de la vida religiosa en países como Italia y España, el Canadá —tanto inglés como francés— y los Estados Unidos que se convirtieron en fuente de personal religioso misionero. Este proceso se apoyó en las órdenes religiosas, tanto masculinas y femeninas. Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo de Santo Domingo (1906–1931), fue decidido partidario de buscar esta cooperación religiosa extranjera. Y en un país como el nuestro, donde no hubo congregaciones religiosas en casi todo el siglo XIX, a partir de 1907 comenzaron a llegar diferentes grupos y a distribuirse por toda la geografía nacional y en áreas especializadas del apostolado.
En un estudio como este, debemos señalar que destacados protagonistas de este proceso fueron religiosos extranjeros como Ricardo Pittini, salesiano italiano, promotor de los salesianos en el país y arzobispo de Santo Domingo (1935–1961); Thomas Reilly, redentorista norteamericano, misionero en el valle de San Juan desde 1947, y Francisco Panal, capuchino español, que llegó al país en 1914 y trabajó en la capital y en Barahona hasta ser llamado a La Vega en 1953.
Pero, además, sacerdotes y monjas se especializaron en apartadas zonas geográficas como el nordeste, la frontera norte, el valle de San Juan, los barrios norte de la ciudad de Santo Domingo. Y también en misiones populares, apostolado laical, colegios privados, escuelas técnicas y atención a escuelas públicas, asistencia hospitalaria, medios de comunicación social y hasta cooperativas.
Los religiosos impusieron el estilo de vida observante de sus reglas, disciplinado, dedicado, consagrado al servicio del sector de la población asignado. Cada religioso tenía un superior en la casa y otro en el país dedicado a acompañar y supervisar el estilo de vida de sus miembros. Hora común de levantarse y de retirarse. Misa diaria. Confesión semanal. Es de señalar que, en medio del conflicto, el 16 de diciembre de 1960, los superiores de las congregaciones religiosas masculinas escribieron a los obispos pidiéndoles hacer un supremo esfuerzo para frenar la campaña injusta e injustificable, calumniosa y difamatoria que se hacía contra la Iglesia
[2].
A esto se debe añadir la dimensión jurídica. Desde 1917, la Iglesia tenía un nuevo Código de Derecho Canónico que definía el carácter de la Iglesia como una “sociedad perfecta” o independiente, que regulaba la organización de las Iglesias locales y las relaciones con los gobiernos. En nuestro país este ordenamiento se concretó en el Concordato de 1954, querido por la Iglesia y el Régimen de Trujillo, pero que Trujillo cayó tarde en la cuenta de que le favorecía como legitimador de su Gobierno, pero le limitaba su vocación totalitaria. Poniendo aparte el tema y problema del matrimonio concordatario, la Iglesia ganó mucha independencia en la elección del episcopado, pues el Estado perdía el tradicional “derecho de presentación” y
la función del Gobierno se limitaba a ser consultado; incluso hasta se podía elegir clero extranjero. El Concordato unía más la Iglesia dominicana a Roma que al Régimen de Trujillo.
Las frías estadísticas hablan. Mientras en 1930 había un solo obispo, 55 sacerdotes seculares, 16 sacerdotes religiosos, 81 religiosas y 3 colegios, en 1960 la Iglesia se organizaba en cinco diócesis, 117 parroquias, 87 sacerdotes diocesanos, 161 sacerdotes religiosos y 871 religiosas. Era una Iglesia institucionalizada, con un gobierno propio, y guiada por el Derecho Canónico. Howard Wiarda, sociólogo norteamericano que estudió la dictadura de Trujillo, al observar la Iglesia, concluía que en un régimen de beneficios mutuos entre la Iglesia y el Estado, “la Iglesia fue sin embargo, la única organización del país sobre la cual Trujillo no tuvo completo control”.
El orden elaborado por Trujillo, tanto en lo civil como en sus relaciones con la Iglesia, entró en decadencia en la segunda parte de la década de los cincuenta. Ya sabemos de la caída de regímenes dictatoriales en América: Perón, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Batista. Y también se sabe —y el régimen de Trujillo lo sabía— que en esos procesos habían participado católicos y jerarquía católica, y que se habían publicado cartas pastorales. Esos cuatro dictadores depuestos buscaron refugio en el país.
Habría que estudiar si fue después de eso o a causa de esto que en el país comenzó a gestarse un movimiento de oposición que afectaba por igual a personas de las clases altas, a hijos de funcionarios del Régimen, y a familiares, amigos y relacionados de miembros de la Iglesia. En un escenario de la mejor obra dramática se celebró el día de Reyes de 1960 en el patio de la casa de Guido D’Alessandro Tavárez, una persona vinculada estrechamente a Trujillo, su familia y entorno. Y persona también con suficiente militancia y participación católica. Allí, Minerva Mirabal dijo algo así como que si los cubanos pudieron con Batista, nosotros podremos con Trujillo. Y Josefina Ricart, esposa de Guido y cuñada de Ramfis Trujillo, objetó: “señores no juguemos con candela”.
En el mundo estrictamente clerical se fueron dando escarceos y distanciamientos. Panal y Reilly tuvieron sus dificultades con las autoridades locales por el incumplimiento de obligaciones y observancias religiosas. Trujillo se desvinculó de mala manera de su cercano colaborador religioso, Luis González Posada, sj, en 1958. Ese mismo año, les hizo la vida imposible a los frailes dominicos que llevaban la dirección de los liceos públicos de Santiago y la capital, y los hicieron abandonar el cargo. Un seminarista salesiano, Máximo Báez, fue apresado en noviembre de 1959 y los servicios de inteligencia les hicieron la vida incómoda a los padres del Colegio Don Bosco.
El Seminario Santo Tomás, que en mayo de 1959 era presentando bajo el titular “Era de Trujillo propicia religión”, se iba convirtiendo en un espacio de conversación y oposición al Régimen, de modo que cuando en enero de 1960 el Servicio de Inteligencia Militar se vio precisado a reaccionar ante las noticias procedentes del exterior sobre el descubrimiento de un amplio movimiento opositor, la mejor ocurrencia fue minimizarlo diciendo que todo fue el caso de un seminarista cubano, jesuita, que allí laboraba y enseñaba a hacer bombas. Los grupos eclesiales y las filas de la Iglesia se convirtieron en canteras de oposición y militancia antitrujillista.
Espacio aparte, es el caso de las expediciones de junio de 1959. No se ha explicado y no se sabe cómo sucedió, pero cuando las expediciones de junio ni la Iglesia tuvo una palabra de condena ni que se sepa el Gobierno lo pidió, cuando, según lo acostumbrado, esa hubiese sido la rutina. Tiempo después, desde el Foro Público y desde Radio Caribe se le restregaba este tema a la Iglesia. El historiador americano, Robert D. Crassweller, sostiene que —aunque desde 1954 nada alteró las complacientes relaciones Iglesia-Estado— “con las invasiones de junio de 1959, sin embargo, las presiones comenzaron a crecer. El Gobierno pidió repetidamente que la Iglesia hiciera público algún gesto de desaprobación respecto al ataque”.
Lo que sí se hace evidente es que cuatro meses después, en octubre, Roma hizo dos nombramientos que daban que pensar. Lino Zanini fue nombrado nuncio y Miguel Ángel Larrucea, superior de los jesuitas. No conocemos la misión de uno y otro, pero si se sabe que vinieron al país después del 24 de octubre, fiesta natalicia de Trujillo, y que ambos se distanciaron de comportamientos que eran rutinarios hasta el momento, como era la participación en la Feria Ganadera de los 21 de enero. A falta de explicación directa, se podría entender que estos nombramientos y medidas obedecían a los cambios y aperturas que se operaban en el Vaticano bajo la dirección del papa Juan XXIII. El poco resultado de la misión del canciller Porfirio Herrera Báez ante el papa en febrero de 1960 puede ser un indicador del apoyo que se daba a las nuevas autoridades eclesiales.
Cuando a mediados de enero de 1960 fue descubierto y comenzaron los apresamientos de los jóvenes del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, y circularon rumores de cárceles políticas escondidas y de torturas y muerte, sus familiares se dirigieron a sacerdotes y obispos reclamando, llorando intercesión. Una señora me contó —la reserva es obligada— que cuando se le desapareció su muchacho se vistió de negro, se puso su mantilla, y llorando se le arrodilló a un obispo y le decía: “usted me lo bautizó, usted no va dejar que me lo maten, ¿verdad Monseñor?”. Por eso se explica la frase de la carta de presentación de la Pastoral de enero de 1960 de los obispos a Trujillo:
Pedimos a Dios recompense su intervención, que la venerada madre y la distinguida esposa de V.E. no experimenten nunca, en su larga existencia, los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantas madres y de tantas esposas dominicanas
Dicen que esta fue de las cosas que más molestó a Trujillo y su entorno, y hasta algunos eclesiásticos la consideraron imprudente. El padre Ángel Arias, sj, un jesuita muy cercano a Trujillo, pero de pensamiento muy propio, dejo claro que: “A mí me disgustó aquella frase de los parientes de los actuales gobernantes que un día se podían también ver presos. Yo eso no lo hubiese puesto. Pero en esto no se paran mientes”.
Al amanecer del domingo 31 de enero, al comenzar a leerse la pastoral en las misas —en opinión de los que pudieron tener una escucha crítica—, se comenzó a desmadejar una relación que se tejió en muchos años y no se pudo recomponer, no obstante los esfuerzos de la Iglesia. La pastoral de enero de 1960 no fue de orden ideológico, sino humanitario, no se cuestionaba la base ideológica del Régimen, sino su comportamiento en un momento coyuntural preciso, los apresamientos, noticias de torturas y hasta de muerte que se filtraban. En medio del fervor de las celebraciones altagracianas —decía la pastoral— “circunstancias, sin embargo, vinieron a poner una sombra de tristeza en tan bella festividad. … y sean cuanto antes enjugadas tantas lágrimas, curadas tantas llagas y devuelta la paz a tantos hogares”. Esto, que en opinión de algunos pudo ser cosa sencilla, en el contexto del Régimen se convirtió en una razón de conflicto.
A todo intento de reconciliación hubo una sobrerreacción de Trujillo. Los dos reclamos del título “Benefactor de la Iglesia” fueron momentos delicados de ese tortuoso proceso. Pero el tema Benefactor paso a un segundo plano. Después de la segunda solicitud, de enero de 1961, el término solo sobrevivió en la literatura de las cartas a El Caribe y en los mítines de apoyo.
¿Qué quería Trujillo, un título más para sentirse halagado y tener un recurso simbólico de dominación o mantener un sometimiento totalitario de la población, incluida la Iglesia? Ya al final, Trujillo llegó a tales niveles de malestar que saturaba a su propia gente. La matraca ya soez de Radio Caribe. La obligación a toda persona de manifestarse públicamente al respecto. La omnipresencia de los agentes del Servicio de Inteligencia. Contaba Tomé a Baeza: “me consta que el hombre está furioso y quiere acabar con los extranjeros, pues le han hecho creer que el clero nacional está con él, y los extranjeros son subversivos”.
La Iglesia siempre estuvo dispuesta a reconocer los “beneficios, favores y mercedes” recibidos, pero no accedió al título de Benefactor. El argumento de Castillo de Aza, recurriendo a emperadores del mundo antiguo y medieval, en la década de 1960 ni en la sociedad latinoamericana ni en la Iglesia que gestaba el Concilio Vaticano II, ya no tenía impacto. En tres
momentos, que sepamos, la Iglesia buscó acercamientos y reconciliaciones —acuerdo Panal Trujillo en junio de 1960, memorándum de los obispos del 10 de enero de 1961 y el mismo sermón de Panal del 4 de marzo de 1961—, pero solo encontró rechazo y radicalización de parte de Trujillo.
Como hemos visto arriba, los obispos dominicanos se replegaron y los dos extranjeros, Reilly y sobre todo Panal, en sus pastorales del 12 y 23 de marzo, respectivamente, confrontaron la situación, y Trujillo —no se sabe por qué razón— no decidió tomar una decisión radical: la expulsión de los obispos como en Haití y Cuba o al menos solicitar a Roma su reemplazo como en Puerto Rico.
En ese momento radical, los obispos, en particular Panal, imprimieron su propio sello al conflicto. Persona a la vez paternal y rígida, Panal definió sus posiciones y mantuvo su comportamiento por encima de todo riesgo. Su condición de sacerdote serio fue su baluarte. Para él, Trujillo siempre fue su “querido y amado jefe”, pero la Iglesia era la “Santa Iglesia”. Para defender sus posiciones, contó con dos apoyos externos: el catolicismo vegano —girando alrededor del Santo Cerro y cultivado por la persona, también consagrada y a la vez austera, del padre Francisco Fantino— le ofreció la base social, campesina, que le permitió mantenerse defendido e intocado por la violencia externa a la que fue sometido. Y después, por un número de sacerdotes que lo acompañaban, entre ellos su vicario general, Henríquez, que eran personas “desafectas al Régimen” —frase acuñada por el Régimen para señalar a las personas que no se avenían y lo criticaban—.
Al término, recurrió al acervo socioteológico de la Iglesia, a la teoría de la supremacía de Dios y la Iglesia. En la homilía del 4 de marzo, Panal reiteró estas ideas: “Obedecer a Dios y por Dios al Cesar”, “autoridades eclesiásticas y civiles… que poseen la autoridad de Dios” y “beneficios que recibe el pueblo de Dios por vuestras manos”, “hacer… amar, respetar y obedecer nuestra Fe Católica”.