El rencuentro de Guido nos renueva la esperanza y nos llena de energía en esta lucha cotidiana que hace casi cuatro décadas iniciaron las Abuelas en soledad y que hoy está más fuerte que nunca
CARLOS D’ELÍA CASCO Argentina 11 AGO 2014 - 21:43 CEST
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Dictadura militar
Es increíble la emoción y alegría que en la Argentina y en muchos lugares del mundo ha generado la localización de Guido, el nieto de Estela de Carlotto. Con él, ya somos 114 los nietos recuperados por las Abuelas, pero aún se estima que cerca de 400 jóvenes no conocen su verdadera identidad. No hay dudas de que el de Guido —o Ignacio, como él prefiere que lo sigan llamando— no es un caso más. Es el nieto de Estela, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y por eso la repercusión mediática es enorme, lo que, al mismo tiempo que altera la intimidad familiar, afortunadamente ha provocado un notable crecimiento de llamados y consultas a Abuelas de personas con dudas sobre su identidad.
La templanza y felicidad que mostró Guido durante su presentación nos hace bien a todos pero, principalmente, creo que le hace muy bien a él. Cuando lo escuché no pude evitar sentirme identificado con mucho de lo que decía, y recordé lo que me tocó vivir hace casi 20 años, cuando fui el nieto 52º que recuperaba su identidad. Aunque tengamos un origen similar, el haber nacido durante el cautiverio de nuestras madres o, como ocurrió en otros casos, el haber sido separados de sus padres siendo niños, todas las historias de nietos recuperados son diferentes y todos reaccionamos distinto también.
Fue muy difícil para mí asimilar a mis 17 años —hoy tengo 36— que quienes yo creía mis padres en realidad no lo eran. Nunca antes había tenido dudas sobre ello. Ese momento marcó un antes y un después en mi vida, me tocó madurar de golpe. Todo ese tiempo, sin saberlo, mi familia biológica me había estado buscando incansablemente. Aún no me conocían y ya me querían. Cuando los resultados de los análisis genéticos confirmaron que yo era el hijo de Yolanda Casco y Julio D'Elía, finalmente pudimos conocernos —debí llamarme Martín, pero cuando me dieron elegir, preferí conservar el nombre Carlos—. Como mis padres, mi familia es uruguaya y vive repartida entre Montevideo y Salto. Empezaron a venir a visitarme a Buenos Aires y teníamos algunos encuentros al mes. Yo les pedí ir de a poco, les dije que necesitaba poder procesar todo lo que me estaba pasando, y pese a todos los años que habían pasado, respetaron mis tiempos. Nos unía la misma sangre, pero el vínculo no lo íbamos a construir de un día para el otro. Teníamos que conocernos, aprender a querernos… En realidad, yo tenía que empezar a quererlos; ellos siempre lo habían hecho.
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Yo había tenido una infancia muy feliz y me habían criado con mucho amor. Ese amor que sentía, y aún siento, por la familia que me había criado era muy fuerte y yo no quería perderlos. Que me hayan mentido durante tantos años me estaba haciendo mucho daño, pero siempre me habían dado mucho amor y elegí perdonar. Elegí sumar afectos, el de mi familia biológica y el de mi familia de crianza. A su manera, todos lo entendieron, priorizaron lo que a mí me hacía bien, lo que yo quería, y por eso me considero un gran afortunado. Con el tiempo, fui conociendo a mis padres a través de mi familia y sus amigos, y así aprendí a quererlos, a amarlos, y también a buscarlos como ellos lo hicieron conmigo. Saber lo que pasó fue doloroso pero la verdad me liberó y permitió que cicatricen las heridas. La verdad siempre te hace bien. Hoy, junto a mi mujer Inés y mis hijas Sol, Juana y Clara, viajamos frecuentemente a Uruguay y compartimos lindos momentos en familia. Son muchos los que nos quieren de un lado y de otro del Río de la Plata.
Este nuevo rencuentro, el de Guido, nos renueva la esperanza y nos llena de energía en esta lucha cotidiana que hace casi cuatro décadas iniciaron las Abuelas en soledad y que hoy, junto a todos los nietos, sigue adelante más fuerte que nunca.
Carlos D'Elía Casco es el nieto número 52 de los hallados por las Abuelas de la Plaza de Mayo
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