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viernes, 4 de julio de 2014

Proyecto de destrucción de nuestros símbolos nacionales


Alex Ferreras
Alex Ferreras
Por Alex Ferreras
En abril de 2004, días antes de un aniversario más de la Guerra de Abril de 1965, el comandante Ramón Montes Arache, por oscuras razones que desconocemos, denostó y enlodó la memoria histórica de Caamaño en un programa televisivo dirigido por la señora Consuelo Despradel.
El antiguo jefe de los Guardias Ranas afirmó en aquel entonces que el héroe nacional no tenía capacidad intelectual para gobernar, haciendo las veces, con tan desdichado estribillo, de caja de resonancia de sus detractores.
Incluso, hasta llegó al grado de insinuar la idea de que éste había sido cobarde cuando se asiló, por agotamiento, en la embajada de El Salvador.
Es dentro de esa misma línea de franca destrucción de nuestros símbolos patrios que se inscriben las recientes declaraciones en el periódico “Hoy” del denominado “Comando de la Resistencia” al afirmar, entre varias otras, que el Coronel de Abril iba a los campamentos de entrenamiento guerrillero en Cuba ‘de visita de médico’, que era débil por las faldas y entregado a la bebida, defectos, si los tuvo, que no viene al caso traerlo a cuento en este punto del tiempo, ni rebajan, sin embargo, su dimensión de héroe nacional.
Tamaños intentos de canibalizar los modelos históricos dominicanos en la persona de Caamaño tienen sus antecedentes a su vez en las de nuestros héroes y próceres del pasado lejano, en los cuales a los Padres de la Patria se les ha considerado “un mito”, y entre ellos, a Duarte, se le pinta como “débil de carácter”, a Luperón, como “curandero”, entre otras bajezas humanas.
Los Estados Unidos –digámoslo con todas las letras– jamás nos perdonarán la valentía de haberlos enfrentado en el conflicto bélico civil y patrio de Abril de 1965, en el que si no ganamos la guerra, tampoco la perdimos.
De ahí nos ganamos el calificativo de “El David del Caribe”, y “los Espartanos de América”, la República Dominicana, un país diminuto que se atrevió a hacerle frente, una hazaña que tuvo como precedente las Gestas Restauradoras en el siglo XIX, donde libramos otra guerra –que tampoco perdimos– esa vez contra España, una superpotencia de la época.
Otro imperio, desigual en el número de soldados y armas que también vencimos en nuestras luchas libertarias, fue Haití. No obstante, historiadores y otros estudiosos interesados de este lado de la isla, en un revisionismo que responde más a una agenda internacionalista, y esta vez fusionista y posmoderna, que a la realidad de los acontecimientos que se dieron entre ese territorio y nuestro país, han manipulado y tergiversado la verdad histórica en orden a sus intereses.
En otras palabras, detrás de semejante proyecto canibalizador de la dignidad nacional se esconden el país más poderoso del mundo y otras potencias, así como grandes grupos de poder criollo, que al parecer se proponen borrar los valores patrios de la conciencia colectiva del dominicano.
Sería con esa maniobra en mente que intentarían inficionar la unidad y moral en los más destacados integrantes del movimiento constitucionalista de 1965.
El periodista y escritor Roberto Marcallé Abreu descubrió un detalle inédito en la historia reciente dominicana, el cual consiste en el tanque Sherman estadounidense que mordió con sus metálicas ruedas la parte frontal de la Puerta del Conde —y del cual se registran imágenes–, una vez finalizada la Guerra de Abril, un símbolo de humillación, en el tiempo, al orgullo de todos los dominicanos.
“Testigo es el mundo de la lucha que libramos, del coraje y la valentía de ese pueblo en el terreno del honor y en el campo de batalla”, reza una de las frases memorables del discurso del presidente Caamaño en su entrega del mandato presidencial al Congreso en septiembre de 1965; solo que, el Coronel de Abril y Caracoles, jamás pudo haberse imaginado que la aureola de su lucha titánica iba a ser mancillada varios decenios después por antiguos compañeros de guerrillas en Cuba, que en lugar de sacar un balance digno y sereno del ideal que en una ocasión los uniera –dejando de lado las mezquindades humanas– han terminado canibalizando su memoria histórica.

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