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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

martes, 1 de julio de 2014

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES




Esta mujer se llama Flor de Oro. Justifica solamente la mitad de su nombre: oro tiene de sobra -quiero decir dinero-, pero está lejos de ser como una flor. Es hija de Rafael Leonidas Trujillo, llamado El Benefactor, Presidente de la República Dominicana, omnímodo dictador de su país y amigo personal de Hitler. Flor de Oro no es bella. Más bien es algo feíta, haciéndole la caridad del diminutivo. Veamos, en cambio, a este hombre. Su nombre es Porfirio Rubirosa. Es guapo, guapísimo, guapérrimo, si me es permitido tal superlativo. Cuando luce su uniforme de teniente del Ejército Dominicano parece un joven dios guerrero. A más de eso Rubirosa es diestro -y potente- en las artes del amor: sus proezas sexuales le darán fama internacional. Él no lo sabe todavía: en sus brazos caerán las mujeres más bellas y ricas del mundo, entre ellas, por mencionar sólo algunas, Joan Crawford, Ava Gardner, Rita Hayworth, Veronica Lake, Marilyn Monroe, Kim Novak y Eva Perón. (Las cito por riguroso orden alfabético). Se casará con Zsa-Zsa Gabor y Danielle Darrieux, artistas famosísimas de cine, y con Bárbara Hutton, la mujer más adinerada de los Estados Unidos. También será marido -por conveniencia, claro- de Flor de Oro Trujillo, su primera esposa. Pocos años va a durar su matrimonio con ella. Eso de despertar cada mañana y ver a su lado a esa mujer poco agraciada fue cosa que aquel Apolo no pudo soportar durante mucho tiempo. Buscó el divorció y fue a vivir a París. El dictador se enfureció, pero controló su enojo: tampoco él habría aguantado vivir con una mujer feíta. Transcurren cuatro o cinco años, y llega a la República Dominicana la fama de playboy de Rubirosa. Tiene un lujoso departamento cerca del Arco del Triunfo, y se ha pasado ya por donde mismo a las mujeres más hermosas del Viejo Continente (inédita expresión para nombrar a Europa). Sucedió por esos días que Trujillo, el déspota dominicano, llegó a París en viaje de placer. Lo primero que hizo fue buscar a su ex yerno para pedirle que le consiguiera a la mujer de más elevada posición en la ciudad. El dictador, de origen humildísimo, tiene ahora pujos de aristócrata. Rubirosa, tras reponerse del susto -pensó que El Benefactor lo buscaba para volverlo a casar con su hija-, se puso de inmediato en obra. Un día le bastó para satisfacer el capricho del rastacuero: esa noche entró en el cuarto de hotel del dictador una espléndida parisina, y Trujillo conoció delicias de carnalidad que ni en sus más tropicales fantasías hubiese podido imaginar. No me extraña eso: así como Saltillo es Saltillo, también París es París. Quedó encantado el viejo con aquella mujer al mismo tiempo encumbrada y sensualísima. Al día siguiente, enamorado, le pide a Rubirosa que lo lleve a verla otra vez. Porfirio hace una nueva cita con ella. El encuentro -le dice a su antiguo suegro- será ahora en la Torre Eiffel, algo muy romántico. Ya se ve Trujillo bebiendo con la hermosa y elegante dama una copa de champaña en el exclusivo restorán de la torre, y concertando con ella otra noche de amor, ahora en su boudoir, seguramente lugar de encanto y de inefables goces de erotismo. Suben el dictador y Rubirosa el ascensor y llegan a la más alta plataforma. Ahí, en el mirador, casi entre las nubes que flotan sobre el cielo de la capital de Francia, está la mujer que pasó la noche con Trujillo. Es una parisina común y corriente, vendedora de cigarros y tarjetas postales, que tiene su puesto en lo más alto de la Torre Eiffel. “Usted me dijo textualmente, don Rafael -le recuerda Rubirosa al dictador-, que quería a la mujer de más elevada posición en la ciudad. Ésta es”. Enrojece de pronto por la burla el dictador, pero a su mente llegan los recuerdos de la pasada noche, del cuerpo escultural de la joven y de los ignotos placeres que le hizo conocer. Suelta la carcajada entonces, y le da una gran palmada en la espalda a su ex yerno. Son soldados los dos, y saben de bromas de cuartel. Le compra un ramo de flores a la bella chica. París siempre es París... (Y Saltillo también siempre es Saltillo. Por eso puse aquí hoy este relato: por nostalgia de lo que no me ha sucedido)... FIN.

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