Por CARMEN Imbert Brugal.
(IMBERT.BRUGAL@GMAIL.COM)
Aquel tiempo de sacrificio y utopía, de cárcel, exilio y desgarro, dejó luto más que ideas. Una generación que solo escuchó el horror de la tiranía o sintió el último zarpazo del régimen, estaba decidida a enfrentar a Joaquín Balaguer. El socialismo cantaba y encantaba. Las calles de París y Bruselas, de Praga y Moscú, recibían a los agentes del cambio. Desde ahí se preparaba el viaje a La Habana, la misión. Aquí había un reperpero de ideas. La muerte acechaba en cada esquina.
Los titulares de los periódicos estaban teñidos con sangre joven y aguerrida. La reseña cotidiana de la violencia de Estado, definía el compromiso de la prensa. Orlando Martínez, perseverante y atrevido, lúcido y cosmopolita, entendió, más que ninguno, la trascendencia del momento. Sin aspavientos, sabía cuál era el precio de su valentía.
Aunque las rotativas de la sangre postergaban temas, el mundo y el país se transformaban. Después de doce años, el PRD pujaba para que don Antonio Guzmán iniciara el camino de la esperanza. Muchos aguardaban, detrás del pálido y confortable manto de la neutralidad.
A pesar de las impugnaciones y del mostrenco fallo de la Junta Central Electoral, regalándole al Partido Reformista cuatro senadores, comenzó el segundo gobierno del PRD post tiranicidio.
Es el fin del exilio y de la prisión política, el inicio del respeto a los derechos ciudadanos. Aumenta la inclusión en la nómina pública de militantes de izquierda y de periodistas contestatarios. También se define la peligrosa y mendaz lista de buenos y malos.
La separación entre la canalla que colaboraba con el balaguerismo y los otros. Algunos disimulaban simpatías, otros no podían negar su pertenencia, aunque fuera emocional, al partido del pueblo.
Los sucesivos gobiernos perredeístas repartieron cargos y prebendas. Era más difícil el disimulo. El retorno de Balaguer al poder en el 1990, expone demasiado. Comienza la creación de grupos apartidistas para auspiciar el partido de su conveniencia. El pragmatismo del PLD dejó atónitos a quienes titubearon y deslumbrados con el joven candidato, apostaron a la consejería. Había vagones vacíos en el tren. Empero, esa elite prefirió esperar el 2000 para desmontarse malhumorada en el 2004. Hubo coqueteo con el nuevo gobierno. El habitual y rentable. Como siempre.
Los tumbos del PRD exigían otras estrategias. Optaron por erigirse en gestores éticos. Sin pasado. Entonces diseñaron un paredón acomodaticio. Repiten y redactan consignas sin contexto ni historia. Juzgan y condenan. Nada hubo antes.
La corrupción se inventó ahora. Como la jornada es emocional y excluyente, la tipificación de la infracción es innecesaria. La sustracción fraudulenta de la cosa de otro, pierde su nombre, igual que la prevaricación, el cohecho, la concusión.
Nadie menciona la ración de la boa, cacareada por el mismo que, ufano, declaraba que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho. Los períodos gubernamentales sucesivos, presididos por el PRD, no existieron. Salto de garrocha para el protagonismo. Recurren al quantum. A los montos involucrados. La infracción es excusable conforme al PIB.
Desglosan los millones involucrados en denuncias anteriores. Detallan las cifras de la prevaricación contemporánea y aquello queda en la injuria. Prohibido el recuento. Quien recuerda erra o pertenece a un bando malévolo.
Ajeno a la bondad de ocasión, a los prístinos desvelos del grupo de elegidos que se ha irrogado la responsabilidad de la limpieza ética. Sin observación o crítica, evidencia o contradicción. Porque así funciona el autoritarismo alternativo. El liberal, el que cuenta con una visión holística de los principios.
De los suyos. Ese que puede negociar impunidad y silencios y concede indulgencias a la extorsión y a la estafa, cuando el colega cabe en su morralito de complacencias. Ese, para quien las puertas de ninguna embajada cierran y las visitas de los importantes son frecuentes y enorgullecen. Para quien existe una agenda bilingüe y sin sutileza la imponen. Cacarea los temas, las consignas y se envanece con los resultados.
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