Por Lizandro C Olmos
Por supuesto que el dictador chileno practicaba ciertos “debates” –que más eran charlas entre cuates– con generales, empresarios y otros sectores que apoyaban su régimen dictatorial, pero animarse a entablar una discusión ante y frente a quienes no compartían sus vías para llegar y manejar el poder, era algo que tampoco hacía.
Y no es casual, ningún dictador ha querido nunca siquiera escuchar opiniones contrarias a su gobierno y, más bien, lo que siempre han hecho es silenciar a la prensa, líderes y políticos críticos a través del asesinato, la tortura, la intimidación o el exilio.
Así pues, exponerse a una batalla de argumentos ante aquellos que no comparten nuestras ideas es una práctica eminentemente democrática, propia de sociedades libres, pluralistas y tolerantes frente a la gran variedad de pensamientos, ideas y visiones.
Cuando Evo Morales se niega a debatir con sus iguales –él es candidato a la presidencia igual que los otros– y cuando Álvaro García sugiere a los ciudadanos de El Alto echar a patadas a los candidatos de oposición, no hacen más que poner al descubierto, una vez más, su espíritu y mentecitas totalitarias y confirmar que, si por ellos fuera, la eliminación de cualquier tipo de competencia por el poder, a través de los métodos de dictadura setentera, les sentaría muy bien y haría que se sintieran más cómodos.
Pinochet, al igual que otros dictadores de la historia, también justificaba su negativa a cualquier tipo de diálogo o debate con sus adversarios a través de la descalificación. Entonces eran subversivos, comunistas, alborotadores, enemigos de la patria y terroristas sin la moral ni los méritos para debatir con el gran líder. Hoy son neoliberales, privatizadores, separatistas y vende patrias sin la moral para debatir con el gran líder.
Al igual que los dictadores sostenían conversaciones con personas y colectividades afines a sus regímenes, y les llamaban “debates”, hoy Evo Morales afirma que va a debatir con sectores y movimientos sociales que, de seguro, son partidarios de su gobierno, o al menos pretenden obtener algún beneficio de él.
Lo cierto es que, aunque no existe una ley que lo obligue, el debate es una de las prácticas más sanas dentro de los países política y democráticamente maduros ¿Quién, sino otro candidato al mismo cargo electivo, podría desnudar la inconsistencia de las propuestas de sus adversarios?
Los monólogos, o los diálogos entre amigos, a los que nos tiene acostumbrados Evo Morales, son un retroceso en la construcción de una democracia plural, competitiva y transparente ante la ciudadanía, en que los liderazgos políticos deben ser capaces de responder a los más duros cuestionamientos con argumentos, firmeza de convicciones y agudeza de razonamiento.
Los debates, como se ha visto en muchos casos a lo largo de la historia, permiten que las tendencias de voto y preferencias electorales se modifiquen de acuerdo a la solvencia con que cada líder político es capaz de defender sus ideas y propuestas frente a los adversarios, así como protegerse de ataques y argumentos contrarios, a la vez que también propina golpes a sus competidores con cuestionamientos y contraargumentos.
Pero bueno, es posible que en esta elección tampoco presenciemos un debate entre candidatos. Pinochet tampoco debatía, habrá que resignarse una vez más al estilo Pinochet.
El autor es politólogo.
www.lizandrocolmos.com
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