12 de Julio del 2014.
Javier Rivero Valera
Nadie se alegra de la muerte de otra persona, algunas veces.
Otras veces, cuando se trata de la muerte de un dictador, por ejemplo, la gente reacciona de 2 maneras: con alegría, la mayoría. Y con tristeza, la minoría.
Con alegría reacciona el pueblo oprimido por el despotismo del gobernante. Es una alegría máxima, colectiva y eufórica. Por una sola razón: la sensación de haber rescatado la libertad.
Con tristeza reacciona el grupito de compinches. Pero, no es simple tristeza, es pánico. Como el pánico de las cucarachas al encender la luz. Y por 2 razones: finiquito del poder y terror ante la reacción impredecible de los pueblos que puede llevar a trágicos finales.
Un ejemplo reciente sería el dictador Gaddafi, en Libia. Murió como vivió: en la violencia.Y en manos de su propio pueblo.
Gadafi gobernó 42 años. Aplicó su política socialista para nacionalizar toda empresa privada, incluyendo pequeños negocios familiares. Y cambió del panarabismo al prosovietismo, anticomunismo, panislamismo y panafricanismo, buscando una integración que nunca tuvo éxito.
Fue aliado de países terroristas. Y acusado de terrorismo y crímenes de guerra contra su propio pueblo, incluyendo apoyo militar de 3 mil soldados al sanguinario Idi Amin en la guerra Uganda- Tanzania y muerte cruel de su opositor Athman Zarte, ahorcado y paseado en un camión de basura.
Ante la muerte violenta de Gadafi, el pueblo libio hizo fiesta. Pero, los compinches la calificaron de magnicidio, a pesar de su historia tan siniestra. Y hasta lloraron de tristeza, con lágrimas de cocodrilo porque, en realidad, su muerte obvió su juicio en tribunales internacionales, y evitó hacer pública la lista de asociados, incluyendo a Hugo Chávez y su fastuoso regalo: la réplica de la espada de Bolívar, y demás.
Otros dictadores han tenido idéntico final en sus últimos días.
Benito Mussolini en Italia, aliado de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, acusado de crímenes de guerra con armas químicas. Fue fusilado y colgado.
Adolfo Hitler en Alemania, protagonista de la II Guerra Mundial, que costó la vida de 55 millones de personas, 12 a mano de los alemanes. Muerto por suicidio. Ambiguo.
Saddam Hussein, acusado de crímenes contra la humanidad, en Irak. Fue colgado.
En América: Leónidas Trujillo, acusado de crímenes políticos de miles de personas en República Dominicana. Muerto en atentado. Anastasio Somoza García en Nicaragua, acusado de varios crímenes políticos. Murió en atentado.
Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, autores de persecución y crímenes políticos. Muertos de causas naturales. Y los que faltan.
También se sabe que todos los dictadores están unidos por el mismo error: creen que son eternos. Eternos en el poder, eternos en la ideología y en la vida. Y con la misma ilusión: hacer historia, que logran hacer realidad pero en el lado oscuro de la vida.
Faltaría saber si antes de morir también tuvieron tiempo para seleccionar el epitafio de su tumba. Si no fue así, quiero ayudar con algunas sugerencias a los dictadores que tenemos hoy. Por ejemplo: "Si no viví más, fue porque no me dio tiempo". Marqués de Sade.
"No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores". Orson Welles.
O: "esto es lo que les pasa a los chicos malos". Alfred Hitchcock.
Y aunque el final será siempre el mismo, todos los dictadores mueren con el mismo pecado capital de la avaricia. Y serán recordados de igual manera en la historia como seres que fueron antinaturales al tratar de acabar con la humanidad para eternizar un imposible: el poder.
Oremos por ellos: que Dios les conceda lo que merecen, el cielo o el infierno. Amén.
riverovfrancisco@hotmail.com
T=@friverovalera
Nadie se alegra de la muerte de otra persona, algunas veces.
Otras veces, cuando se trata de la muerte de un dictador, por ejemplo, la gente reacciona de 2 maneras: con alegría, la mayoría. Y con tristeza, la minoría.
Con alegría reacciona el pueblo oprimido por el despotismo del gobernante. Es una alegría máxima, colectiva y eufórica. Por una sola razón: la sensación de haber rescatado la libertad.
Con tristeza reacciona el grupito de compinches. Pero, no es simple tristeza, es pánico. Como el pánico de las cucarachas al encender la luz. Y por 2 razones: finiquito del poder y terror ante la reacción impredecible de los pueblos que puede llevar a trágicos finales.
Un ejemplo reciente sería el dictador Gaddafi, en Libia. Murió como vivió: en la violencia.Y en manos de su propio pueblo.
Gadafi gobernó 42 años. Aplicó su política socialista para nacionalizar toda empresa privada, incluyendo pequeños negocios familiares. Y cambió del panarabismo al prosovietismo, anticomunismo, panislamismo y panafricanismo, buscando una integración que nunca tuvo éxito.
Fue aliado de países terroristas. Y acusado de terrorismo y crímenes de guerra contra su propio pueblo, incluyendo apoyo militar de 3 mil soldados al sanguinario Idi Amin en la guerra Uganda- Tanzania y muerte cruel de su opositor Athman Zarte, ahorcado y paseado en un camión de basura.
Ante la muerte violenta de Gadafi, el pueblo libio hizo fiesta. Pero, los compinches la calificaron de magnicidio, a pesar de su historia tan siniestra. Y hasta lloraron de tristeza, con lágrimas de cocodrilo porque, en realidad, su muerte obvió su juicio en tribunales internacionales, y evitó hacer pública la lista de asociados, incluyendo a Hugo Chávez y su fastuoso regalo: la réplica de la espada de Bolívar, y demás.
Otros dictadores han tenido idéntico final en sus últimos días.
Benito Mussolini en Italia, aliado de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, acusado de crímenes de guerra con armas químicas. Fue fusilado y colgado.
Adolfo Hitler en Alemania, protagonista de la II Guerra Mundial, que costó la vida de 55 millones de personas, 12 a mano de los alemanes. Muerto por suicidio. Ambiguo.
Saddam Hussein, acusado de crímenes contra la humanidad, en Irak. Fue colgado.
En América: Leónidas Trujillo, acusado de crímenes políticos de miles de personas en República Dominicana. Muerto en atentado. Anastasio Somoza García en Nicaragua, acusado de varios crímenes políticos. Murió en atentado.
Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, autores de persecución y crímenes políticos. Muertos de causas naturales. Y los que faltan.
También se sabe que todos los dictadores están unidos por el mismo error: creen que son eternos. Eternos en el poder, eternos en la ideología y en la vida. Y con la misma ilusión: hacer historia, que logran hacer realidad pero en el lado oscuro de la vida.
Faltaría saber si antes de morir también tuvieron tiempo para seleccionar el epitafio de su tumba. Si no fue así, quiero ayudar con algunas sugerencias a los dictadores que tenemos hoy. Por ejemplo: "Si no viví más, fue porque no me dio tiempo". Marqués de Sade.
"No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores". Orson Welles.
O: "esto es lo que les pasa a los chicos malos". Alfred Hitchcock.
Y aunque el final será siempre el mismo, todos los dictadores mueren con el mismo pecado capital de la avaricia. Y serán recordados de igual manera en la historia como seres que fueron antinaturales al tratar de acabar con la humanidad para eternizar un imposible: el poder.
Oremos por ellos: que Dios les conceda lo que merecen, el cielo o el infierno. Amén.
riverovfrancisco@hotmail.com
T=@friverovalera
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