Publicado por Pablo M. Díez el mar 3, 2015
Vista siete años después, la crisis financiera global ha acelerado el declive de Occidente y el auge de las naciones emergentes, sobre todo de China, reforzando su posición internacional y valiéndose de su músculo financiero para comprar deuda soberana de países con serios apuros económicos, comoEspaña, Portugal, Italia y Grecia, y así poder influir políticamente en la UE.
Pero China sigue generando desconfianza entre muchos Gobiernos, como los de Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido, porque se trata de una dictadura que no está regida por el imperio de la ley y donde predominan unos valores muy distintos a los de las democracias liberales de Occidente. Históricamente, China nunca ha sido un aliado político de Occidente y, además, ahora se ha convertido en la gran competencia por su mano de obra barata, pero también en el quimérico mercado de 1.350 millones de potenciales consumidores donde las empresas de todo el mundo quieren hacer negocio.
Produciendo en China no solo se enriquece este país, sino también las empresas occidentales que han deslocalizado su producción en busca de mano de obra más barata. A estas alturas, creo que no debemos ser ingenuos y darnos cuenta de que la globalización es un fenómeno que se han inventado lasmultinacionales occidentales, tan poderosas que controlan a los Gobiernos de sus respectivos países, para buscar no solo una producción barata, sino también grandes mercados emergentes.
Aunque yo mismo me considero uno de los bendecidos por ella, en los últimos tiempos me asaltan serias dudas sobre la globalización porque parece que el único medio de ser competitivos consiste en ser pobres. Eso es, precisamente, lo que está ocurriendo en Occidente como consecuencia de la crisis, que la clase media se está empobreciendo y el Estado del Bienestar se halla en entredicho porque hay países cuyo desarrollo ha tocado techo, como España, y no cuentan con sectores industriales potentes, como la investigación tecnológica, para seguir avanzando. Así, mientras los trabajadores de los avanzados países occidentales pierden sus puestos de trabajo porque sus salarios resultan muy altos para ser competitivos, sus compañías acumulan grandes beneficios que se reparten entre los “bonus” de sus directivos, mucho más cuantiosos que los dividendos de las acciones.
Para salir de este círculo, el único recurso que les queda a los países avanzados cuyas fábricas ya no resultan competitivas consiste en mejorar su educaciónpara fomentar sectores innovadores que lideren un nuevo crecimiento post-industrial.
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