A PROPÓSITO DEL ESTRENO DE HIERBA MALA NUNCA MUERE, EN NUEVA YORK (EEUU)
martes, 17 de marzo de 2015
La literatura latinoamericana está llena de dictadores. Sin embargo, pocos son capaces de causar el miedo cerval que causa al espectador el que ha salido de la pluma de Juan Claudio Lechín y es que, hasta el día de hoy, no he logrado superar el inicial espanto que me ha causado ver al mismísimo demonio en el este de Manhattan. La última vez que vi a un dictador caminar sobre las tablas del Repertorio Español, el pequeño teatro hispano ubicado a minutos del famoso Times Square de Nueva York, fue al Chivo, el famoso Rafael Leónidas Trujillo, interpretado por Ricardo Barber en la adaptación de la famosa novela de Mario Vargas Llosa de Verónica Triana y Jorge Alí Triana. Estaba vestido de uniforme de gala y aunque a ratos causaba temor, éste no se comparaba con el miedo pánico que me causó el personaje central de la última obra de Lechín: Fidel Castro Ruz.
La trama de la obra de teatro gira en torno a Fidel Castro Ruz, un anciano preocupado por la organización de su funeral y la construcción de su mausoleo. En la historia, dos nuevos enfermeros son asignados para vivir con don Fidel: Patín (Sandor Juan) y Nataly (Idalmis García) que intentan sin éxito mandarlo al otro mundo, sin violencia eso sí, para evitar que termine convertido en un héroe. Por lo menos uno de ellos trabaja para el dictador suplente, Raúl el hermano, que quiere sumar el fratricidio a su ya extensa hoja de vida (o de muerte en este caso).
Alfonso Rey interpreta al jefe del G2, el temido cuerpo de inteligencia cubano, y también a Hugo Chávez, quien en medio de un ataque de incontinencia verbal le recuerda a Fidel, el sátrapa jubilado, que "los Persas inventaron al demonio, al diablo”.
La trama está llena de momentos hilarantes porque el Fidel de Lechin es, en apariencia, un personaje esperpéntico de un racismo rampante y anacrónico y sus supuestos verdugos son tan incompetentes como el burócrata socialista promedio. El alborozo llega a la cúspide cuando Hugo Chávez es manipulado y convencido, en un momento revelador, por un Fidel súbitamente lúcido, de entregar 100 mil barriles de petróleo para salvar a la pobrísima economía cubana.
Y es que el Fidel Castro interpretado por el magnífico Germán Jaramillo es, en apariencia, un inerme viejecito enfundado en un buzo rojo marca Adidas, postrado en la cama de un hospital geriátrico, un vetusto dictador que ha perdido la noción del tiempo y del espacio, una especie de decano de los dictadores dado a dar discursos disparatados durante sus desvaríos. En fin un anciano que merece la compasión y solidaridad más que el miedo o el desprecio del espectador. Sin embargo, el anciano, en apariencia inofensivo, es en verdad el mismísimo demonio. Un demonio lucidísimo capaz de sacar 100 barriles a una persona a la que minutos antes apenas recordaba y es que la aparente inocuidad, oculta la monstruosidad del personaje. Este es un recurso usado frecuentemente en las películas de terror y en fábulas populares, la del niño inocente que en verdad es un feroz asesino o el típico "lobo disfrazado de oveja”. Este recurso es enormemente efectivo en la obra porque nadie espera la crueldad, ferocidad y cinismo que saldrán del anciano personaje que padece de demencia senil y de alucinaciones. Tengo la impresión, conociendo la obra de Juan Claudio Lechín, de que este recurso no es de ninguna manera un simple recurso dramático para espantar a la audiencia, sino que está ahí para recordar al espectador más avispado de uno de los aspectos más escalofriantes de todo gobierno fascista, el "torvo arte” que el gobierno del Fidel Castro de carne y hueso viene practicando hace más de 50 años para engañar a su país y a la opinión pública mundial.
Un ejemplo del uso del "torvo arte” en la vida real es el usopor el régimen de los pioneritos, los inocentes niñitos cubanos de pañoleta azul o roja, para custodiar las urnas y que de verdad son la fachada del fraude masivo que son las elecciones cubanas. Lechín en su libro Las Máscaras del Fascismo (Lima, 2011) nos recuerda esto y de cómo el régimen de Castro "monopoliza la ferocidad del poder y la exhibe como rondas infantiles”.
En la obra de teatro de Lechín la feroz tiranía fascista está solapada, oculta, detrás de la chochera de un anciano vestido a la moda del Chapulín Colorado. Lechín emplea magistralmente este recurso para darle textura a una obra muy rica que, además de ser enormemente divertida y ser una reflexión sobre la inmutabilidad de los canallas, está más emparentada con el teatro épico en el que las ideas son más importantes que la acción dramática, que con las comedias de Moliere o las del genial Jean Francois Regnard a las que hace frecuentes guiños.
El diseño de escenografía y vestuario estuvieron a cargo de Leni Méndez y Fernando Then, la dirección a cargo de la brillante directora cubana Leyma López. La obra se presentara hasta el 31 de mayo en la ciudad de Nueva York.
(*) Hugo Horacio del Granado es guionista y reside en Washington DC.
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