29 de agosto de 2016
Los políticos son apasionados. El político descubre desde temprano que la redención de su pueblo es su misión. Se involucra desde la base, desarrolla su potencial, demuestra su capacidad, se distingue, sobresale, y se hace dirigente, y si tiene talento, calidad, arrojo, valentía, y de paso encanta, se convierte en líder. Y desde la tribuna se llega hasta las más altas aspiraciones de la política.
No fue el caso del licenciado Hatuey Decamps, fallecido el pasado viernes. Desde muy joven Hatuey demostró llevar la sangre de un político en ciernes. Fue dirigente estudiantil, y se distinguió en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde además de líder estudiantil, fue profesor en Ciencias Políticas.
Desde muy temprano Hatuey Decamps se perfiló como un dirigente de condiciones excepcionales para ser presidente de la República. Tenía carisma, era inteligente, sabía responder los cuestionamientos con inteligencia, a veces era agrio en el debate, pero mantuvo siempre una calidad y altura por encima de sus pares. Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez, Joaquín Balaguer dejaron entrever -en la contienda política- el tipo de política que encarnaba Hatuey Decamps. Y en mayor o menor grado lo elogiaban y reconocían sus condiciones.
Fue Ministro de la Presidencia en el gobierno de Salvador Jorge Blanco, fue presidente de la Cámara de Diputados, fue presidente del Partido Revolucionario Dominicano. Hatuey encarnó las aspiraciones más altas de los perredeístas, representó los valores y los principios que enarboló el perredeísmo en los tiempos de José Francisco Peña Gómez. Pero no fue candidato presidencial del PRD ni llegó a disputarse en condiciones de igualdad la presidencia con ninguno de su generación.
Hatuey Decamps representó una posición política ideológica, luego de la muerte de José Francisco Peña Gómez, y en la práctica terminó su vigencia política, liderazgo carismático y vitalidad cuando murió su líder y amigo, el 8 de mayo de 1998.
Hatuey intentó mantener vigentes los ideales peñagomistas, que habían impedido la reelección en los gobiernos de Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco. Pese a que la Constitución mantenía abierta la posibilidad de la reelección, los presidentes perredeístas sabían que era imposible tal cosa con Peña Gómez vivo.
Muerto Peña Gómez, y llegado al poder el PRD con Hipólito Mejía, el cambio se produjo. La Constitución que Peña Gómez había negociado en 1994, prohibiendo la reelección, fue cambiada en 2002, para abrir las puertas a Hipólito Mejía. En las condiciones en que ese proyecto se propuso, con el país encendido contra la gestión presidencial, el proyecto era imposible.
Hatuey Decamps encarnó los ideales peñagomistas. Hatuey fue el más encarnizado enemigo del proyecto continuista y se enfrentó al poder del Estado, para terminar saliendo del PRD que había sido su casa, su lugar de lucha durante toda su historia, y formar una entidad parecida, pero enemiga de la reelección presidencial: el Partido Revolucionario Social Demócrata, que no pudo crecer, que no pudo concretar un sueño de reivindicación política, y que fue el albergue para las actuaciones políticas de los últimos años de Hatuey Decamps.
No logró llegar a la presidencia de la República, como muchos pensaron que llegaría. Hatuey estuvo 11 años enfrentando los achaques a su salud. Y pese a las condiciones en que se encontraba, lanzó sus aspiraciones a la presidencia en las elecciones del 2016. Estaba enfermo, era evidente que había perdido sus fuerzas, que carecía de la brillantez que tuvo en el pasado, y que buscaba ansiosamente mantenerse en el debate hasta que se agotaran sus fuerzas.
Hatuey Decamps merece el reconocimiento que se le ha ofrecido con motivo de su deceso. Y merece más. Mucha gente ha llenado la funeraria desde el momento en que sus restos fueron expuestos al mediodía del sábado. Fue llevado a la Cámara de Diputados y luego sepultado con el calor y la admiración de millones de ciudadanos que le vieron crecer, desarrollarse y extinguirse, con la dignidad con que lo hacen los grandes hombres.
Sus hijos, su esposa, sus familiares han sido testigos de la admiración y el cariño que cosechó Hatuey Decamps durante su carrera. El calor humano que ha despedido a Hatuey es una demostración del reconocimiento del país a una forma de ser de uno de sus dirigentes más destacados. Tranquilidad a su familia, y paz en su eterno descanso a Hatuey Decamps.
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