Yo el Supremo, Sainete con Dictador en un Acto, obra de Louis Aguirre presentada en Europa
LA HABANA, Cuba.- En el último Congreso del partido comunista cubano, Fidel Castro, contando siempre las cosas a su manera, aseguró que jamás se le había ocurrido llegar a los 90 años y que ello “nunca fue fruto de un esfuerzo”, sino “capricho del azar”.
Capricho del azar, sin el menor esfuerzo de mandantes y comandantes, ha sido también de seguro el monótono aguacero de homenajes que ha saturado recientemente el mundo visible y audible de los cubanos. Pero en lo que sí no hay la menor casualidad es en la obra musical que recorre algunos escenarios de Europa desde hace unos meses.
Se llama Yo el Supremo, Sainete con Dictador en un Acto y no trata exclusivamente sobre el nonagenario autócrata caribeño, sino en general sobre los dictadores latinoamericanos, aunque Castro I es sin dudas la principal fuente de inspiración del autor, Louis Aguirre, quien, aunque vive desde hace catorce años en Dinamarca, nació en Camagüey en 1968.
Graduado de violín y dirección orquestal en el Instituto Superior de Arte de La Habana, Aguirre hizo una notable carrera conduciendo varias orquestas sinfónicas cubanas y realizó luego estudios especializados en Europa, pero la composición ha sido su gran pasión desde su adolescencia y a ella se dedica por completo desde 2002. En Cuba le preguntan por la cubanidad de su música. En Europa resulta obvio que llega del Caribe y que su obra tiene raíces africanas por muy europea que parezca.
Según el autor, su Yo el Supremo es “un homenaje a las grandes novelas latinoamericanas sobre la figura del Dictador” y el libreto “está directamente inspirado en varias de estas obras maestras, así como en mis propias vivencias: recrea momentos, personajes y títulos de novelas tan diversas como El otoño del patriarca de García Márquez, El color del verano de Reinaldo Arenas, El recurso del método de Carpentier, Yo el Supremo de Roa Bastos y El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias.”
El Sainete, que por supuesto utiliza la jocosidad típica de ese género, desde el punto de vista musical sigue la idea del compositor del “drama instrumental o instrumento total”, donde, según él, “el ejecutante, indispensablemente virtuoso, deviene a la vez instrumentista, cantante y actor.” Pero, desde el punto de vista personal, para él “es un exorcismo con mi vida pasada en Cuba, y un primer intento de comedia en mi música.”
La obra comienza con una celebración por los primeros 100 años de la gran Victoria y el Supremo cuenta Su crónica sobre la Isla. Un pueblo de marionetas y sus prostituidos súbditos lo celebran y le cantan. Otra parte conmemora los 300 años, otra los 880, otra los 1000, cuando ya el Supremo sufre serios problemas estomacales y mentales. Aunque lo traiciona su más cercano y confiable colaborador, el general Patiño, el Dictador logra derrotarlo y, “después de un tiempo innombrable, sorpresivamente, muere de la diarrea más grande de la historia. Y mientras el pueblo celebra, sus ministros, familiares y militares comienzan a repartirse el poder nuevamente.” Todo acaba con una plegaria a Oshún, por el fin de la dictadura y la reconciliación.
Ya desde el texto del Sainete sabemos su atmósfera. “¡Imbécil!”, exclama el Supremo en un momento: “Esos compañeros están allí voluntariamente. ¡¡Esos son campos de reeducación y no de concentración!! Ellos están allí por amor a mí y a la revolución. Están cumpliendo la misión sagrada que la Patria les ha asignado en este momento histórico. La misión de expurgar su pecado original de no ser auténticamente revolucionarios.” Y concluye: “Ya no contamos con el bobalicón de Sartre que nos transformaba los fusilamientos en una obra de arte.”
Tenemos las Milicias Lésbicas Territoriales, el escuadrón Pingueros o Muerte y un “¡Con mi Revolución todo, contra mi Revolución nada!”, porque, aunque sea una distopía —una utopía negativa, una sociedad ficticia indeseable—, podemos reconocer fácilmente las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), los mítines de repudio, los establos sociales para repartir a las masas, la abusiva cleptocracia en el poder… En fin, como dice Aguirre, “el inferno que hemos vivido por 60 años.”
El autor cita y reconceptualiza obras tan famosas como La Marsellesa, algunas arias célebres, el Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, el Himno del Guerrillero o la Sinfonía 7 de Shostakóvich, y es el primer intento de comedia en su producción, pero lo que Aguirre quiere comunicar ante todo es el horror de toda tiranía en sí misma, que yace bajo la ridiculez y la vulgaridad del propio dictador.
Al principio, por supuesto, hubo quienes, allá en la tolerante Europa, se ofendieron por el tema del Sainete, porque se reía de Fidel Castro o del Che Guevara, por los horrores sin número a los que aludía, y Louis Aguirre recibió algunas llamadas anónimas con amenazas, pero eso afortunadamente ya terminó.
“El problema de Castro”, nos confiesa el autor, “es que, además, al final es solo el dictador de una isla perdida en el Mar Caribe, insignificante, lo que hace aun más farsa toda esta película.” Y añade: “Nos ha jodido la vida, sí; ha destruido el país, sí; lo ha llevado al más bajo nivel moral y humano posible, sí; lo ha prostituido entero, sí, pero él al final sólo es un pequeño personaje en un mundo inmenso. Nunca manejó grandes imperios como Stalin o Hitler, pero, bueno, siempre hay gente para todo. Algunos glorificarán sus derrotas convertidas en supuestas victorias.”
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