Se cumplieron sesenta años del golpe militar del general Gustavo Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953.
Por: María Elvira Bonilla
Una fecha que pasó desapercibida, a pesar de tratarse de un fatídico día que bien vale la pena recordar, aunque se haya pretendido minimizar con el calificativo de dictadura blanda. Dictadura es dictadura. Y a la de Rojas no le faltó ninguno de los ingredientes nefastos que las caracterizan. Restringió las libertades civiles, persiguiendo a quienes luchaban por la democracia con violencia como ocurrió con la masacre de la Casa Liberal en Cali; abusó de la concentración de poder, ejerció a fondo la censura de prensa y a por medio de la Odipe (Oficina de Información y Propaganda del Estado) y con censores de oficio controlaba la información y alimentaba su egolatría de infalible gobernante todopoderoso, y clausuró El Tiempo y El Siglo, encarceló directores de medios y ciudadanos por disentir y provocó más de un exilio. Cuatro años de dictadura que dejaron la correspondiente estela de corrupción con sus propiedades en Melgar y Córdoba y un círculo inmediato con su yerno Samuel Moreno Díaz, que controlaba la contratación de las obras públicas. Todo está documentado en el libro El jefe supremo: Rojas Pinilla, en la violencia y el poder de Silvia Galvis y Alberto Donadio.
Con la llegada de Rojas al poder, se entronizó una familia y un nombre que debía ser sinónimo de vergüenza. El producto de esa desventurada experiencia produjo que sus dos únicos descendientes, Samuel e Iván, terminarán en la cárcel acusados de manejar el carrusel de coimas, el más escandaloso que se recuerde en el país. Dejaron como herencia una ciudad desvencijada que aún no encuentra su cauce.
La fuerza inspiradora del general se hizo evidente mediante su imagen de dictador con banda presidencial y charreteras, engalanando la posesión de su nieto Sammy, que creyó que ese día, con el aliento de su madre y el cinismo de su hermano Iván, iniciaba una carrera hacia la Presidencia y que llegaba a la Alcaldía con la Anapo a sus espaldas. El Polo Democrático no era otra cosa que una caparazón electoral de ocasión. Llegaba con su círculo de amigotes, aprovechándose de su debilidad y con el Samperismo como aliado principal, cuyas cabezas en la administración distrital han empezado a ser señaladas por distintos testigos que están colaborando con la justicia.
Las revelaciones sobre la manera como operaba el Carrusel dejan en evidencia que en la alcaldía de Samuel Moreno se armó una eficiente empresa para delinquir que nació con la financiación de la campaña, cuando entraron rodos de dineros de los cuales solo una parte se legalizó. La mayoría de las piezas claves del Carrusel vieron en ésta una oportunidad de inversión que les retribuia como efectivamente sucedió. Un engranaje de coimas y de trampas que empezó a armarse desde el día uno de la administración Moreno, logrando la disparada exponencial de una fortuna que el fiscal José Vicente Valbuena está empeñado en desenmarañar. Los nietos como el abuelo, el general, creyeron que la ambición y las agallas bastaban para galopar en el poder. Y todos terminaron, como dicen ahora, en la inmunda.
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