Esteban Dédalus es un personaje de la novela “Retrato de un artista adolescente”, del escritor irlandés James Joyce. Seminarista, atrapado en un conflicto moral agudo, solía plantearse preguntas retóricas que dejaban al pensamiento lógico en una encrucijada. Por ejemplo, Dédalus se cuestionaba sobre lo siguiente: “Si una persona que habiéndose encontrado mil pesos, y sabiendo quién era el dueño, con esos mil pesos emprende un negocio que lo hace millonario, en caso de que transcurrido un tiempo se vea obligado a devolver lo encontrado ¿debería devolver los mil pesos o los millones que ha logrado acumular con ellos?
Dédalus es un personaje al que James Joyce trasiega de una novela a otra, y por eso sabemos que sus ejercicios mentales eran una manera de fortalecer su espíritu. Pero valdría la pena plantearse teoremas éticos de ese tipo en nuestro país.
¿Qué es lo que debe devolver un corrupto dominicano que haya acumulado una de esas fortunas obscenas desfalcando al erario?
Dédalus se quedaría estupefacto en su moral cristiana, porque entre nosotros lo único que devuelven es el cinismo, o ayudan a formar los pactos que llevan al poder, o se hacen candidatos comprando partidos, o contratan a los abogados de alta facundia para que los conviertan en héroes, o se hacen Senadores y hasta se creen capaces de escribir libros pintándose como gladiadores invictos. Yo creo que la cultura aún no ha encontrado un lenguaje para articular las nuevas interpretaciones con las que tratamos de convivir. Ahora no se puede mirar la existencia armado de valores, ni proclamar un verdadero desprecio por antivalores como la corrupción. Lo que hemos aprendido, porque nos lo viven enseñando los políticos de todos los partidos día a día (y los poderes fácticos también) es que la dominicanidad está acosada de ausencias, y no hay culpables. Caminamos al filo de la navaja, y quién sabe si nos impongan la necesidad de descargar la memoria, como se descarga un inodoro, o como un adolescente se arroja al precipicio, ardiendo en el desdén de la amada. El caso es que ya no hay sonrojos, y se legitima el corrupto en la jugada política, y hay como un baño lustral que les da brillo a los “líderes” que practican y son permisivos con la corrupción.
¡Pobre Esteban Dédalus, si viviera con nosotros! ¡Si pudiera ver ese juicio del Senador Félix Bautista por televisión! ¡Si observara a la juez suplente que soltó al turpén del Partido Reformista que vendía millones y millones de pesos de medicinas falsas para uso de los hospitales públicos! ¡Si viviera la prostitución de las instituciones destinadas a combatir el crimen, convertidas ellas mismas en deleznables arquetipos de corrupción! ¡Si se mordiera la lengua escuchando un discurso de Leonel Fernández! ¡Si se tragara las lágrimas observando la arrogancia y la abundancia de bienes desplegadas sin ningún rubor por los “discípulos” de quien fue un gran líder de verdad, y se murió sin nada material que lo empañara!
Aprendería que nuestra inocencia fue soñar con un régimen de progreso sustentado en nuestras suposiciones idílicas de que el mundo se mueve en un orden lineal, una secuencia histórica y una transparencia moral. Que nuestro tránsito de la dignidad a la humanidad, desde el fin de la era de Trujillo hasta acá, jamás se ha consumado. Pues no. ¡Jódanse! -exclamaría Dédalus- Lo que hay es este eterno transcurrir inacabado. ¡Este país es una circularidad inagotable! ¡Todo regresa! Y no hay culpables. ¿Qué es lo que se bambolea de Santana a Báez, de Lilís a Cáceres, de Eladio Victoria a Horacio Vásquez, de Trujillo a Balaguer, de Balaguer a Leonel Fernández, de Leonel Fernández a Hipólito Mejía? Un mundo dividido entre pendejos y corruptos. Vivimos debajo del umbral de la vergüenza. Octavio Paz decía que siempre en la historia es noche y es deshora. Puede que sea demasiado tarde, y ya los pendejos como Esteban Dédalus no se estén preguntando qué hacer si en el camino se topan con unos milloncitos. Puede que todo se pueda, y al final, Esteban Dédalus es un buen pendejo derrotado; como yo.
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