“El mayor problema de República Dominicana es Haití.” Diga la frase en cualquier escenario y prepárese para un racimo de reacciones cargadas de una intensidad particular. El nombre, Haití, es descodificado de acuerdo al sentir del interlocutor, en una muestra de la complejidad de las relaciones entre los dos países y de la opinión de sus ciudadanos.
Haití: desastre ambiental, invasión silenciosa, contrabando en la frontera, tráfico de personas, élite muy culta, seguridad nacional, crisis humanitaria, negocio militar, pueblo orgulloso, mercado natural, pueblo hermano, enemigos históricos, hospitales colapsados, enfermedades ya erradicadas, violencia, estado fallido, confabulación internacional, refugiados económicos, indocumentados, vudú, mano de obra barata... Por las palabras que utilice su interlocutor podrá deducir desde su ideología hasta su situación económica. Y la preocupación ya indisimulable.
Nadie, fuera de los diplomáticos obligados al lenguaje políticamente correcto, habla de Haití como un potencial aliado. Es el vecino ineludible.
El embajador francés en República Dominicana, José Gómez, dijo algo muy claro en el Diálogo Libre. Francia (como España y República Dominicana antes) está dispuesta a construir hospitales en Haití, pero los gobiernos haitianos nunca han mostrado interés.
Quizá ese ingrediente, la incapacidad de los gobernantes haitianos de ejercer el poder de manera eficiente, debería ser la preocupación de la comunidad internacional, que para la ayuda humanitaria o la intervención militar juzga siempre las acciones de otros gobiernos, particularmente el dominicano. Una culpa histórica o actual es la excusa para actuar o el motivo para no hacerlo.
Pero... ¿cuándo, quién abordará la responsabilidad de los propios haitianos para salir de su laberinto?
IAizpun@diariolibre.com
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