El genial Mario Vargas Llosa, en su novela La fiesta del Chivo, mezcla magistralmente la historia y la ficción literaria, describiendo la dictadura del general Rafael Leonidas Trujillo Molina, apodado El Jefe, quien sometió a República Dominicana, por tres décadas, a una de las tiranías más sanguinarias y atroces de la región.
En su relato, Vargas Llosa destaca una condición física del tirano: “…¡Si lo vieran! Otro mito que repetían sobre él era: ‘Trujillo nunca suda. Se pone en lo más ardiente del verano esos uniformes de paño, tricornio de terciopelo y guantes, sin que se vea en su frente brillo de sudor’. No sudaba si no quería”. Esta supuesta cualidad del sátrapa le daba aires de superioridad, acaso de divinidad, para sus más incondicionales y serviles admiradores, al poder controlar voluntariamente la transpiración.
Este Rafael dominicano, despreciable por los cuatro costados, llevó el culto a la personalidad a extremos impensados. Lugares, calles y montes fueron renombrados o rotulados para calmar su megalomanía. Así, ciudad Trujillo, provincia Trujillo, Pico Trujillo, etcétera.
Pero lo cierto es que este sátrapa sinónimo de miedo cerval y muerte, más allá de la mitología popular, fue de carne y hueso como cualquier mortal. Sin duda, sudaba el monstruo y copiosamente y hasta tuvo dificultades para orinar como consecuencia de sus problemas de próstata y de cistitis recurrente. Lo otro, la idea de ser un elegido colocó al dictador Rafael Leonidas Trujillo, gracias a la propaganda política que molió la mente de los dominicanos durante años, en la condición de hombre predestinado para salvar a su país.
Como se ve, durante la era Trujillo se utilizaron no solo la fuerza, violencia y el terror para domesticar a la población, sino también una herramienta mucho más sutil y efectiva: el aparato ideológico.
Algo parecido sucedió en nuestro país durante el régimen correísta. Se creó, por medio de la publicidad gubernamental, una gran mentira o realidad inexistente, una especie de república de los utópicos, con democracia plena y bonanza económica que dejaba a su paso el vigoroso jaguar latinoamericano.
Lo cierto es que Rafael de Ecuador, el autócrata, también suda. Aquello del outsider predestinado que labora 24/7 (y que casi no duerme), del estadista políglota que sabe de economía, al igual que de ingenierías, ciencias naturales y hasta de sismología, terminó siendo otra falsedad más que se construyó desde un desbocado sistema propagandístico oficialista que al momento es examinado por la Contraloría General del Estado.
Ahora mismo, cuando la justicia ecuatoriana ha requerido la presencia de Rafael para exigirle que rinda cuentas por sus actos, vemos a un expresidente, a más de nervioso y con hiperhidrosis, mermado física y emocionalmente. En sus declaraciones no solo que aparecen con más frecuencia contradicciones al momento de justificarse, sino también que cae en groseras violaciones a la Constitución de la República, por ejemplo, al discriminar a las personas, así sea “algunas veces” o “en ciertos casos”, por razones de su estado de salud, discapacidad o diferencia física. Los arts. 11.2 y 48.7 de la norma suprema hablan de que la ley sancionará toda forma de discriminación. Así, la miseria humana tendría nombre propio. (O)
* Economista.
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