Mi abuelo materno era analfabeto. Un día fueron unos militares a la casa vendiendo algo. Cuando Tioney (así le decíamos) le preguntó qué era eso, ellos respondieron que era una placa que decía: “En esta casa Trujillo es el jefe”. Cuando escuchó, el abuelo contestó: “Yo lo siento, pero mientras yo esté vivo, en esta casa el jefe soy yo”.
Entonces, el que hablaba se dirigió a su compañero y le dijo: “Oye lo que dice el señor, que mientras él viva él es jefe de su casa”, a lo que el otro, después de hacer un gesto dubitativo, respondió: “Pues… vamos a dejar al amigo con su idea”, y se marcharon. El asunto no pasó de ahí y mucha gente pensó que fue dichoso a pesar de que el abuelo no simpatizaba con Trujillo.
Pero no todos los que reaccionaron como mi abuelo tuvieron la misma suerte e imagino que a la mayoría no les tocó recibir a unos vendedores tan compresivos “con su idea”.
Era bien joven cuando mataron a Trujillo y solo percibía algunos indicios de que “Algo anda mal en Dinamarca”. Siendo pequeña comenté que el escogido había ganado el campeonato porque Ranfis era de ese partido. Al regañarme, mi mamá me dijo que no volviera a decir algo así. Eso me salió espontáneamente.
Más tarde en casa se comentaba, a lo callaíto, acerca del pariente de unos amigos residente en la calle Peña Batlle de Villa Juana que “desapareció”. A esa familia siempre la vi vestida de negro.
Después del histórico 30 de mayo de 1961, leí el acróstico titulado “Recordando tu estampa” y cuyas letras iniciales formaban la expresión “Asesino y ladrón”. Lo confieso, me dio miedo y sorpresa.
Entonces se me fueron abriendo los ojos y comprendía quien fue realmente Rafael Leónidas Trujillo Molina y desde entonces no he dejado de documentarme acerca del régimen que él encabezó.
Este 30 de mayo es propicio para honrar no solo a quienes mataron a Trujillo a costa de sus vidas, sino a quienes lo combatieron, fueron sacrificados, perseguidos, perdieron sus bienes y sufrieron el destierro.
¡Que la llama de la libertad no se apague nunca de nuestros corazones! ¿Otro Trujillo? ¡Jamás!
Entonces, el que hablaba se dirigió a su compañero y le dijo: “Oye lo que dice el señor, que mientras él viva él es jefe de su casa”, a lo que el otro, después de hacer un gesto dubitativo, respondió: “Pues… vamos a dejar al amigo con su idea”, y se marcharon. El asunto no pasó de ahí y mucha gente pensó que fue dichoso a pesar de que el abuelo no simpatizaba con Trujillo.
Pero no todos los que reaccionaron como mi abuelo tuvieron la misma suerte e imagino que a la mayoría no les tocó recibir a unos vendedores tan compresivos “con su idea”.
Era bien joven cuando mataron a Trujillo y solo percibía algunos indicios de que “Algo anda mal en Dinamarca”. Siendo pequeña comenté que el escogido había ganado el campeonato porque Ranfis era de ese partido. Al regañarme, mi mamá me dijo que no volviera a decir algo así. Eso me salió espontáneamente.
Más tarde en casa se comentaba, a lo callaíto, acerca del pariente de unos amigos residente en la calle Peña Batlle de Villa Juana que “desapareció”. A esa familia siempre la vi vestida de negro.
Después del histórico 30 de mayo de 1961, leí el acróstico titulado “Recordando tu estampa” y cuyas letras iniciales formaban la expresión “Asesino y ladrón”. Lo confieso, me dio miedo y sorpresa.
Entonces se me fueron abriendo los ojos y comprendía quien fue realmente Rafael Leónidas Trujillo Molina y desde entonces no he dejado de documentarme acerca del régimen que él encabezó.
Este 30 de mayo es propicio para honrar no solo a quienes mataron a Trujillo a costa de sus vidas, sino a quienes lo combatieron, fueron sacrificados, perseguidos, perdieron sus bienes y sufrieron el destierro.
¡Que la llama de la libertad no se apague nunca de nuestros corazones! ¿Otro Trujillo? ¡Jamás!
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