ALTAGRACIA PAULINO
2:00 am
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Creo que el mundo se acabará cuando dejemos de pensar y más cuando se limite la expresión del pensamiento por el temor a los efectos que la verdad pueda ocasionar en determinados sectores e intereses.
Es preocupante el “discurso” de los que aspiran a puestos políticos y a cargos en el Congreso, quienes cuidan cada palabra para evitar la posible ofensa de sus patrocinadores, porque según fuentes vinculadas a los “aspirantes”, para ser diputado o Senador se debe disponer de al menos 25 ó 30 millones de pesos, suma con la que cualquier emprendedor establecería un buen negocio.
Con esta forma de llegar a los puestos se vulnera la libertad de acción, porque el compromiso económico contraído compromete a la persona, no con los intereses del pueblo que elige, sino con el que contribuye económicamente para que llegue. Esto de por sí es una afrenta a la democracia.
Esta puede ser la razón por la que no escuchamos en los discursos de los aspirantes, expresiones vinculadas a los valores de la democracia verdadera y mucho menos programas viables y sostenibles para enfrentar problemas ancestrales como la pobreza, la desigualdad y la vía para alcanzar la promesa de una “Justicia Social” con la que soñábamos desde niños.
Tan poco escuchamos en los discursos expresiones conexas con la Constitución como sería fortalecer el Estado Social y Democrático de Derecho que proclama nuestra Carta Magna.
Invocar el Estado de Derecho ofende a algunos sectores, porque eso implica una “tabla para la subversión”, imagínese un pueblo empoderado con derechos constitucionales, es simplemente algo que atentaría contra el status quo, -de acuerdo al modo de pensar de los grupos minoritarios pero con poder para adquirir interlocutores validos o no, en un mercado de oferta donde hasta se adquiere a alguien que le pueda segar la vida a otro por determinadas sumas de dinero-.
El accionar de los sectores que influyen en la toma de decisiones es deprimente y solo conduce a perpetuar la pobreza no solo material sino espiritual de cada ciudadano, ya que la complicidad es la norma que regula la relación de los que se reúnen para asumir determinadas acciones y no necesariamente las que están expresadas en las letras de las leyes.
Es que el capitalismo es incompatible con la democracia y la Justicia Social, tal como afirma el nuevo pensador de nuestros días, Thomas Piketty (1), quien define muy bien el perfil del capitalismo del siglo XXI, el cual acentúa la pobreza y dice que: “los muy ricos deberían pagar un mínimo de un 80 por ciento de impuestos”. ¿Una nueva utopía?
Traemos a Piketty, porque la conducta de nuestros dirigentes públicos y privados se enmarca en el cuadro con el que define el modelo neoliberal, que no deja de ser salvaje también como diría el extinto Juan Pablo Segundo.
Denegar derechos históricamente conquistados por la humanidad es un gran retroceso en el desarrollo humano. Hacia ese sendero es que se pretenden establecer las nuevas relaciones en el sistema capitalista de estos tiempos.
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