Los 120 perros inánimes que devorarón al tio de Kim Jong-un son solo el último capítulo del manual de la tortura que se escribe a diario en el país comunista
No pasa el tiempo por la República Popular Democrática de Corea del Norte. Los titulares que atraviesan la frontera cuentan historias que saben a oscuro relato medieval, a gladiadores romanos o incluso a ficción.
La última atrocidad que ha llegado a Occidente a través de los medios oficialistas chinos, asegura que el tío del líder norcoreano, Kim Jong-un,murió a mordicos, devorado por una jauría de 120 perros hambrientos junto con sus cinco ayudantes.
La versión oficial solo explica que Jang Song Thaek murió el pasado 12 de diciembre, no hay detalles sobre el «cómo», pero el historial de atrocidades que acumula el hijo de Kim-Jong-il aporta verosimilitud a la historia.
Las ONG llevan años denunciando el trato vejatorio que reciben los presos en los campos de concentración norcoreanos. «Un hombre joven que está preso desde que nació es alimentado a base de roedores, lagartos y hierba y fue obligado a presenciar la ejecución pública de su madre y de su hermano», informaron fuentes de la Comisión de Investigación de la ONU para la protección de los derechos humanos a la agencia DPA hace apenas unos meses.
Los miembros de la comisión encabezada por el juez australiano ya retirado Michael Kirby no pudieron pisar suelo norcoreano, pero lograron reunirse con antiguos presos surcoreanos y japoneses del país comunista.
En esos encuentros recopilaron historias para no dormir. Desde una mujer que asegura que fue testigo de como forzaron a uno de los presos a ahogar a su bebé en una cubeta, hasta el del hombre que confiesa que le obligaron a quemar cientos de cadáveres muertos por desnutrición para luego deshacerse de las cenizas.
El representante en la ONU del régimen descartó de pleno el informe de la ONU, y lo tachaba de «invención de las fuerzas enemigas y los desertores», pero hay muchos más casos.
El prisionero Shin Dong-hyuk
En febrero del año pasado, este diario informaba sobre Shin Dong-hyuk, un hombre que pasó los primeros 23 años de su vida en el Campo 14. Ahora, con 30, relata las torturas a las que fue sometido en este lugar construido a imagen y semejanza de los «gulags» estalinistas.
El padre y el abuelo de Shin fueron enviados al campo después de que dos de sus tíos escaparan a Corea del Sur, por lo tanto Shin era «culpable por asociación» antes de haber nacido. Esta norma que castiga a tres generaciones consecutivas de una misma familia si uno de sus miembros comete una infracción.
En su crianza, Shin aprendió que los presos que no denunciaran las acciones «negativas» de los demás prisioneros, serían castigados con la pena de muerte. Él mismo asistió a la ejecución de su madre y su hermano tras delatarles ante uno de los guardianes. Tenía solo 13 años y no sintió ningún arrepentimiento.
«Solo ahora me doy cuenta de que los quería», explica. Mientras estaba en los campos no desarrolló cariño por nada ni por nadie. Su relación con otros seres humanos se reducía a una competición por la comida. Tampoco fue consciente de lo que ocurría en el mundo exterior, hasta que tomó contacto con un recluso que había vivido en el extranjero. No fueron los relatos sobre la vida libertad las que le invitaron a dejar su cautiverio, sino la comida. «Me fugué solo porque quería probar los alimentos de los que me había hablado», confiesa. Condicionado por lo único que conocía, Shin era un hombre anulado. «No comprendía el sentido de la libertad».
Según el Comité por los Derechos Humanos en Corea del Norte, otra ONG, unas 200.000 personas se encuentran internadas en campos en Corea del Norte viviendo situaciones parecidas a las de Shin. Según esta fuente, unas 400.000 personas murieron allí debido a las torturas, el hambre, las enfermedades o ejecutadas.
La ex novia fusilada
Pero como han demostrado los últimos acontecimientos, la mano dura de este Calígula moderno se vuelve más firme cuando se trata de su círculo cercano. Este verano, Kim Jong-un mandó asesinar a su ex novia, la estrella del pop norcoreano Hyum Song-wol.
La historia la hizo pública el diario «Chosun Ilbo». La cantante fue detenida el pasado 17 de agosto por ejercer la «pornografía», junto a algunos miembros de la Orquesta Unhasu y la Banda de Música Ligera Wangjaesan. Los fusilaron tres días más tarde con sus familiares como espectadores y con motivo de la «culpabilidad por asociación» todos ellos fueron internados en un campo de concentración.
A pesar de que en realidad nadie sabe muy bien lo que está ocurriendo tras sus fronteras, la jauría que devoró a Jang Song Thaek es solo el último capítulo del manual de la tortura que se escribe a diario en el país comunista.
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