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domingo, 2 de diciembre de 2012

Palabras de Minou en la inauguración de monumento en honor a las hermans Mirabal

 Fuente :Muro Facebook de Eva Alvarez
MIS PALABRAS DE HOY, EN EL PUENTE MARAPICA, INAUGURANDO EL MONUMENTO DISEÑADO POR LA ARQ. SARA GARCIA Y REALIZADO POR EL AYUNTAMIENTO DE PUERTO PLATA Y LA FUNDACION CULTURAL RENOVACION, EN EL LUGAR DONDE FUERON INTERCEPTADAS LAS HERMANAS MIRABAL Y RUFINO DELA CRUZ PARA SER ASESINADOS:

Más justicia, menos impunidad, más democracia

Ahora más que nunca, para reivindicar verdaderamente las memorias de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal y su legado de heroínas, pienso que primero tengo que establecer muy claro para la historia el contenido político de estos crímenes de Estado. Porque no hay que olvidar que el compromiso de mi madre y sus hermanas fue un compromiso humano y político. Un compromiso militante con la verdad de su momento histórico, con la dignidad del desarrollo de su país, con la libertad contenida en el espíritu de ese concepto y, sobre todo, con la democracia que, 52 años después, todavía tiene tantos retos pendientes.
Yo quisiera borrar de la faz de la Tierra este lugar. En cambio debo hablar sobre él, con ustedes que nos acompañan solidariamente. Por lo mismo, les confieso que desde el momento en que empecé a esbozar estas notas comprendí que corría el riesgo de no poder hoy y aquí ni terminarlas, ni decir muchas cosas…
Y es que, en lo que a mí respecta, los cincuenta y dos años transcurridos desde los infaustos acontecimientos que hoy conmemoramos en este puente de Marapicá, en lugar de alejarme de una infancia que va tomando cierto color sepia en las fotografías, inexplicablemente me aproximan cada vez más -como en un efecto de retorno indefectible- al dolor original de los primeros años. Ese dolor con el que crecí, desprovista de un lugar exacto donde esconder las lágrimas de la ausencia abrumadora de mi madre, a pesar de que su propia estirpe se encargó generosamente de que nunca me faltara el pañuelo donde enjugarlas. Ni tampoco el amor que me ha permitido hacerme la fuerte durante toda mi vida… y efectivamente serlo.
Al referirme a mi madre y a mis tías siempre he preferido hacerlo desde la evocación de sus vidas. Fueron sus vidas -con su trayectoria transparente, vertical, inefable- las que les otorgaron un lugar trascendente, no sólo en la historia de nuestra democracia y de nuestro país, sino en la de la humanidad completa.
Sin embargo, venir aquí, hablar aquí en este lugar donde empezó el espantoso final que arrancaría de la piel de sus familias y de sus comunidades las presencias entrañables de esas personas que fueron Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, me deja una herida que el tiempo en lugar de cerrar profundiza. Una herida que se ensancha como un horizonte desgarrado por cada vez más preguntas sin respuestas, más impotencia y más compromisos pendientes. Eso es quizá mucho más de lo que mi orfandad de Minerva pudiera (y tal vez quisiera) soportar. Porque se supone que sería su regazo el lugar exacto donde no necesitaría nunca hacerme la fuerte y porque este escenario es, como decía hace un momento, en el imaginario de la hija que soy, simplemente el inicio de la agonía de mi madre.
Quizás no pueda hablar mucho pero sé que hay cosas que no puedo dejar de decir aquí y ahora, para salvarme a mí misma en las premonitorias palabras de Minerva Mirabal:
"Si me matan, yo sacaré mis manos de la tumba y seré más fuerte".
Y es que fue precisamente aquí, en este lugar, donde se sembraron sus brazos. Aquí la tierra se hizo Patria abonada por su sangre. Aquí se inició el vuelo indetenible de las Mariposas. Porque desde aquí fueron llevados a su primera tumba (la más terrible) Patria, Minerva, María Teresa Mirabal Reyes y Rufino de la Cruz.
Por todo eso, si bien es imposible no referirme a sus muertes ni evitar las fragilidades que acepto y que me son concedidas por el dolor original, el primigenio, venimos hoy aquí, a convertir este lugar en monumento, para garantizar que siempre estén a salvo de la indiferencia y del olvido.
Por eso no debemos cansarnos de repetir que ahora más que nunca hay que dejar claro para la historia el contenido político y humano de estos crímenes de Estado y el pacto militante con la verdad, con la libertad, con las luchas históricas del pueblo dominicano.
Aquí, en el puente Marapicá, donde también empezó efectivamente a detenerse -y esperemos que para siempre- la vida misma de aquella tiranía, debo también repetir que la mayor parte de los retos de mi madre y sus hermanas siguen estando pendientes: más justicia, menos impunidad, más libertad de pensamiento, menos violencia, mayor desarrollo y educación para nuestros hombres y mujeres, menos pobreza, más democracia, más democracia, más democracia.
Como las banderas que nunca terminaron de confeccionar para llevarlas sobre su pecho el día de la libertad y que quedaron descansando con sus vívidos colores sobre las máquinas donde laboriosamente iban siendo gestadas por ellas, así sigue quedando nuestro reto, el mismo de ellas: la Patria. Esa patria a la que entregaron muy cerca de aquí sus muertes, no sus vidas que hoy iluminan la tierra toda. Desde esa Patria emergen, tal y como ella lo anunció, los brazos de Minerva.
También mi propio compromiso, que su memoria cada día de mi existencia renueva.
Yo quisiera borrar de la faz de la Tierra este lugar, con todos sus minutos y sus horas. Es duro no poder hacerlo. Es cruel estar aquí inaugurando este monumento. Pero por duro y cruel que sea, su crueldad no alcanza a la barbarie que tuvieron que vivir, en plena lozanía de vida, tan solo por creer y luchar por los valores democráticos, mi madre y mis tías.
Por eso estoy hoy aquí y muchas gracias.

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