Carmen Maura Taveras
María nació en el 1996. Siempre fue una chica tenaz e inteligente. Cuestionaba todo a su alrededor pues fue lo que le enseñaron sus padres, que nunca estuvieron “pegados” con la política. Eran una familia de clase media trabajadora que entre trabajo arduo, deudas y líos, echaron a sus hijos honesta y dignamente hacia adelante. Con el tiempo y gradualmente, a pesar de las crisis como las de Baninter, pasaron de Invivienda a un apartamento en El Milloncito, el cual fue hipotecado una y otra vez, para poder costear la educación privada de ella y sus hermanos.
La vida de María estuvo siempre permeada por la política. Todo su círculo estaba de alguna manera u otra involucrado con la política y los políticos. Desde la señora que hacía aseo en su casa, la cual vendió su voto en múltiples ocasiones por ignorancia más que por cualquier otra cosa, hasta el compañero de clases de María cuya familia pasó de vivir en El Millón a vivir en Cuesta Hermosa III en cuestiones de segundos por razones misteriosas. También el novio de María, tenía un amigo que tenía un amigo que conocía a un tío, que lo ayudó a conseguir de manera bien rápida y sin tantas complicaciones unos permisos para vender palomitas en la feria, a pesar de que no cumplió con los procesos formales de la licitación. Inclusive la enfermera de la mamá de María, que abandonó la casa de María pues en la casa de un político la pusieron en la nómina que manejaba ese señor, a pesar de ella no trabajar en la institución, y esto le convenía más pues por lo menos lograba tener seguro médico más decente .María creció y siempre era el mismo partido que gobernaba. Cuando empezó la Universidad, en el 2012, cambió el candidato pero no el partido.
María logró cursar la carrera de Sociología en una Universidad privada, gracias a un préstamo con altos intereses que tomó. Estudiaba y trabajaba para poder pagar los créditos. Era una muchacha realmente empeñada. Y a ella, que desde siempre se cuestionó todo, sencillamente no le hacía nada de sentido ni la sociedad dominicana que al parecer estaba de acuerdo con todas las injusticias sociales y políticas. Ni el sistema político en general. Ni siquiera fue a votar cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Tampoco fue a marchar por la impunidad, sinceramente, las cosas nunca cambian y nada de esto merece el esfuerzo, es lo que pensaba. Cuando tuvo la oportunidad de irse fuera para estudiar y trabajar, no lo dudó y se fue inmediatamente, tal como quieren hacerlo alrededor del 48% de los jóvenes dominicanos.
Es por esto que cuando el pasado 16 de febrero, María encendió las noticias y vió que suspendieron unas elecciones que costaron alrededor de 3 millones de dólares, sencillamente pensó “Genial, más de lo mismo, la misma impunidad, el mismo descaro” y siguió su vida. Pero, luego María entró a su Instagram y vió que por primera vez, muchas personas, inclusive esos de clase media como ella, esos de clase baja, esos a los que le dieron el cargo más por “amiguismo” que por meritocracia, esos que económicamente les va muy bien, esa doña que vendía su voto, esos jóvenes que al igual que ella no votaron. Todos estos, protestando pacíficamente y luchando juntos por la democracia de su querida isla. Ese día, hasta ella misma se inspiró y empezó a “postear” y a “dar likes” (cosas que nunca antes hacía) ante tanta emoción que sentía. Está recuperando sus esperanzas, inclusive desde la distancia.
Es tanto así que ya se inscribió para por primera vez – a sus veinticuatro años y a pesar de estar fuera de su patria – votar con conciencia y responsabilidad el próximo mes de Mayo. Pues parece que esta vez, no será más de lo mismo que ha visto durante toda su vida. Hay otras opciones. Hay otro camino. Es lo que parece y lo que desesperadamente anhela María y todas esas personas que están intentando recuperar las esperanzas en el gran potencial que tiene la República Dominicana. Ese país en el mundo ubicado en el mismo trayecto del sol, que sencillamente, no se compara con ningún otro por su gente, su comida, su historia, su belleza, su cultura y que por ende, merece ser manejado a la altura.
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