Por: José P. Monegro
jmonegro@eldia.com.do
Pararse debajo del letrero en metal que reza “El trabajo os hará libre” y mirar hacia las instalaciones que se abren a tus ojos, produce en el visitante un efecto inmediato de congoja y tristeza.
Se tiene la conciencia de que se entra a un patio donde la muerte se paseaba con la libertad que se les negaba a los inquilinos.
El que entra al campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, no vuelve a ser el mismo al verificar del daño que puede ser capaz de hacer un ser humano.
Hay que ser de lágrimas muy profundas para no dejar brotar más de una.
Los alemanes, en su propio territorio, también muestran los campos de concentración en el que muestran los horrores fruto de una especie de locura colectiva.
Dachau se ha constituido en un recuerdo permanente, cerca de Múnich, de lo que ellos no quieren repetir.
Los museos, los monumentos, los memoriales en Alemania no enaltecen la gloria del Tercer Reich, sino los horrores de los nazis para que los alemanes sepan que bajo cualquier circunstancia tienen que evitar el retorno de un régimen como ese.
Los museos, los monumentos, los memoriales en Alemania no enaltecen la gloria del Tercer Reich, sino los horrores de los nazis para que los alemanes sepan que bajo cualquier circunstancia tienen que evitar el retorno de un régimen como ese.
Pero aunque esa es una política del Estado alemán, aun aparecen los cabeza raspadas rememorando la llamada “supremacía germánica”.
La mayoría de ellos tienen en común que no les tocó vivir o eran muy niños en esa época.
Los museos de Alemania y de las zonas ocupadas están dirigidos, justamente, a evitar que se sienta nostalgia por el mal que hicieron los que en ese momento dirigieron ese país.
Los museos de Alemania y de las zonas ocupadas están dirigidos, justamente, a evitar que se sienta nostalgia por el mal que hicieron los que en ese momento dirigieron ese país.
No se percibe entre los tanques de ácido, frente a los crematorios, en las barrancas o en los paredones de fusilamiento ninguna gloria más allá que la que puede dar el martirio.
La narrativas en torno a las piezas relacionadas con el Tercer Reich no son de loas o exuberancia, sino de cómo se usó todo eso para dañar.
Son esos los tipos de museos que me gustaría mostrarles a los turistas interesados en conocer sobre la Era de Trujillo. Quisiera llevarlos a ver una réplica de la cárcel de “La 40”, para que puedan ver todo el dolor que se podía provocar.
Me gustaría una sala de la Era de Trujillo en el Museo de Historia, con una narrativa que deje claro que el glamour del tirano se cimentaba en sangre y sufrimiento de los otros.
No les tengo miedo a los museos, a lo que temo es a la nostalgia por el mal.
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