Giannella Perdomo Pérez
Escribir por la celebración del Día de las Madres, próximo al aniversario de la muerte de Rafael Leónidas Trujillo Molina, no me resulta tarea muy fácil, mucho menos cómoda, máxime cuando las musas traen a mis recuerdos el encuentro que sostuvieran con él algunas madres de La Romana, mi ciudad natal, con motivo de las fiestas dedicadas a la Virgen Santa Rosa de Lima, nuestra patrona, que se desarrollan los días finales de cada mes de agosto.
En mis años infantiles y de adolescencia, los preparativos de estos festejos nos llenaban de inquietud por las actividades que se disfrutarían, entre otras: los juegos, carreras en bicicletas, concursos, sin faltarnos el inolvidable y divertido “palo ensebao”. Como broche de oro, el cierre magistral de los festejos con “El baile de Santa Rosa”, bajo la responsabilidad de la otrora orquesta “Generalísimo Trujillo”, que posterior a la muerte del dictador, es renombrada “Santa Cecilia”, dirigida por el inolvidable Luis Alberti.
Para la celebración del año 1960, viajé desde Santiago de los Caballeros, donde residía con mis padres y hermanos. Además de disfrutar del programa pautado para la ocasión, como tarea prioritaria, acompañaría a mi abuela, Elia Ramírez Vda. Perdomo, quien estaba citada para sostener un pequeño encuentro con el “Padre de la Patria Nueva”, en el salón mayor del Club Recreativo, situado frente al parque, próximo a la Iglesia. (Ignoro los detalles para este encuentro y cómo pudo lograrlo).
Al igual que mi abuela, otras madres conversarían con el “Benefactor de la Iglesia”, a fines de solicitarle les permitieran visitar a sus hijos y/o pedir su libertad, quienes guardaban prisión en la cárcel La Victoria, por pertenecer al Movimiento Clandestino 14 de Junio, descubierto en el mes de enero del año 1960, sin haber logrado visitarles desde sus detenciones, producidas en la fecha referida.
Inolvidable mi abuelita, a mi lado, subiendo las escaleras del club. Una vez dentro, observé los detalles de la mesa, muy bien puesta, como de costumbre para estos eventos. En el centro de la misma, sentado y rodeado del equipo de las “dignas autoridades de su gobierno”, distinguimos al ¨Generalísimo Trujillo”. Un militar nos condujo a la mesa presidencial, caminando muy cerca de mi abuela.
Iniciado el diálogo entre mi abuela y el “Benefactor”, asumí que a sus requerimientos, -porque jamás entendí cuanto él murmuraba, tal vez impresionada por la presencia del Dictador- serenamente ella contestó: “Eugenio Perdomo Ramírez”. Mirándola fija y fríamente, esta vez sí escuché el comentario de Trujillo: “¡pero a ese hombre lo mataron hace mucho tiempo!”. ¡Dios, cómo la sentí tambalear!
Ante la reacción de aquella madre, pálida, trémula, revestido de cinismo, rápidamente exclamó: “pero yo no me refiero a su hijo sino al Eugenio Perdomo de alláááá, del mil ochocientos”. Con este comentario, presto y al unísono, sin distraer sobre ella la mirada, levantó la mano derecha, abierta, pasándola sobre el hombro derecho, en movimiento circular indicativo del pasado.
La información que escuché, unida a mis 18 años del momento, no me permitieron asimilar lo que a continuación sucedió. Ya mi papá estaba muerto y él lo sabía. Para el “Padre de la Patria Nueva” las acciones de sus “hijos” estaban muy bien controladas, porque según testimonios de quienes estuvieron en sus alrededores, en el país no se cometía ningún crimen o asesinato que no fuera ordenado por él. ¡Con cuánto dolor regresamos a la casa! Ella caminaba cabizbaja y silenciosa; sentí que en cada una de sus pisadas, se desgarraba el alma de mi abuela.
Rememorando con antiguos vecinos, los más allegados a mis tías y abuela, en igual contexto de vivencias sobre el trato que en aquella ocasión Trujillo dispensó a las madres de La Romana, Efraín Santana -Enrique para nosotros-, me relata: “Allí también se entrevistó con el Jefe, doña Delia Vda. Pons, la mamá de Luis Ramón Peña González, mejor conocido como Papilín, seminarista preso con relación al complot del 14 de Junio y a quien también asesinaron los esbirros de la tiranía”.
“Doña Delia Vda. Pons, quien vivía en nuestro barrio, consiguió la entrevista mediante un telegrama que en ese sentido le había enviado a Trujillo. Se comentaba discretamente la posibilidad de que el Padre Abreu le comunicara que El Jefe venía para La Romana con motivo de las fiestas patronales”.
“En esa entrevista, y al regresar de la misma, -continúa narrando Enrique-, la misma doña Delia Vda. Pons nos contó lo que manifestó en mi presencia -yo debía tener unos 15 años- al ser cuestionada por Trujillo y pedirle el nombre de su hijo y ella nombrarlo, Trujillo se viró hacia su ayudante Paíno Pichardo y en forma de broma le dijo: “Paíno, y este no es uno de los que ya los…..”, terminando la frase con el gesto de pasarse el dedo índice por el cuello en señal de que había sido liquidado”.
El “Benefactor de la Iglesia” no escatimó esfuerzo alguno para exhibir sus malsanos sentimientos, durante el trato inmisericorde y abusivo con el que trató a estas y otras angustiadas madres.
A partir de estos incidentes, las fiestas patronales de mi pueblo perdieron para mí su encanto; el recuerdo de mi abuela, suplicante, delante de Trujillo, laceró mi corazón. Rememorar la estampa de doña Delia Vda. Pons, electriza cada vello de mi cuerpo y mi cabeza pierde su eje central.
Conocer cada detalle de nuestro pasado y desempolvar estas vivencias como legado para la historia y las nuevas generaciones, constituye una responsabilidad a fin de evitar que situaciones parecidas puedan repetirse en nuestra amada Patria Trinitaria.
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