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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

sábado, 27 de septiembre de 2014

Sobre el asalto de Trujillo al poder.

Eduardo García Michel. (III de III y otro más.)
Hace pocas semanas se puso en circulación el Tomo V de la Historia General del Pueblo Dominicano, coordinado por Roberto Cassá, que constituye un aporte significativo al conocimiento de nuestra trayectoria como pueblo y nación.
Llevado por el entusiasmo leí con avidez el primer capítulo de dicho Tomo, titulado “Asalto de Trujillo al poder”, a cargo del laureado, admirado historiador y amigo, Bernardo Vega.
Siento decirlo, y que me perdone Bernardo, pero con todo el respeto y aprecio que le tengo debo decir que si grande fue el entusiasmo al empezar a leer el capítulo, mayor resultó la decepción al terminarlo, ya que desde mi óptica de lego y aficionado a la historia llegué a la conclusión de que es una narración de los acontecimientos completamente sesgada, que descansa sobre todo en fuentes bibliográficas de los Estados Unidos seleccionadas con pinza, esta sí, aquella no, llenas de juicio de valor y huérfanas de crítica histórica, aceptadas cuando conviene al hilo general de la argumentación como verdades universales o actos de fe, como si se tratara de texto bíblico, y en otras fuentes que arrastran prejuicios antiguos.
Y todo eso conduce al resultado de dar por válidos procesos políticos espurios siempre que cumplan en apariencia con las normas formales democráticas aunque no así con el fondo que es lo más relevante, y peor aún, de reforzar la tendencia al autoritarismo.
Conduce además en particular a empequeñecer la figura de Horacio Vásquez y de su credo liberal cargado de honestidad personal, en coincidencia con clichés que la tiranía se encargó de propalar y estimular durante mucho tiempo tratando de desacreditar y asesinar moralmente al líder del movimiento del 26 de Julio, actitud que algunos han mantenido hasta nuestros días a veces por inercia, y que me he hecho el propósito de rebatir en busca de que la figura de Horacio sea puesta en el alto sitial en que siempre ha merecido estar.
Conozco la rigurosidad e independencia profesional de Bernardo Vega. Es probable que el cúmulo de información que introdujo le haya llevado a presentar e interpretar esos datos de una manera que se inclina hacia un solo lado, como la torre de Pisa, y que por tanto incumple la misión de exponer una visión equilibrada e imparcial de los acontecimientos de aquella época. Yendo al extremo, pudiera decirse que en el fondo adultera la historia dominicana, siguiendo la línea ya vieja que antes marcaron otros.
La narración del capítulo empieza copiando lo que Víctor Medina Benet, ex funcionario de la legación americana en Santo Domingo, y quién sabe llevado por que tipo de motivaciones, afirma en su libro
“Los responsables: fracaso de la tercera República”.
En la página 57, puede leerse: “Bien puede decirse que Horacio Vásquez fue uno de los principales responsables del ascenso de Trujillo al poder, dado su afán de permanecer en el palacio y por la forma rapidísima en que ascendió al joven militar dentro de los rangos del ejército.”
Visto así, esa opinión un tanto ligera de Medina Benet, un desconocido a quién Bernardo parece haberse propuesto servir como portavoz de sus “axiomas”, podría entenderse como un acierto publicitario al elaborar un slogan que, con solo dos palabras, “Los responsables”, intenta resumir una época.
Demasiado simple y a la vez letal la carga de veneno que contiene. Y también demasiado grande el riesgo de trastocar y confundir los valores de este pueblo.
¿Responsables de la tiranía trujillista? Las víctimas. Esa es la conclusión a que induce la lectura del capítulo mencionado. ¿Quiénes? Horacio, en primer lugar, por el pecado de intentar reelegirse y dejarse derrocar. Y luego todo un pueblo que sufrió y consintió los horrores y abusos del nuevo régimen. Podría agregarse que también Juan Bosch fue culpable, muchos años después, por la misma razón de haber permitido que lo tumbaran en 1963.
Al hilo de esa argumentación podría concluirse que también fueron responsables todos aquellos que ofrecieron sus vidas por la libertad de este pueblo pero fracasaron en su intento de derrocar la tiranía; fueron responsables los símbolos que surgieron en esa larga lucha como por ejemplo los integrantes de las expediciones de Cayo Confites, Luperón, o la raza inmortal de junio de 1959, las hermanas Mirabal, los panfleteros, y todos aquellos que a lo largo de 31 años demostraron que la llama de la libertad no se había extinguido porque entre todos ellos siempre la mantuvieron viva hasta lograr que en un 30 de Mayo el tirano rodara por el suelo ajusticiado, para permitir que esa lucha épica cristalizara en un régimen democrático.
Al presentar de esa forma los acontecimientos, los verdaderos responsables y sus motivaciones quedan ocultos por el velo que se pretende tejer para empañar la historia.
En la página 59 del Tomo V de la Historia General del Pueblo Dominicano y en el capítulo Asalto de Trujillo al poder, se dice: “En abril de 1927, cuando faltaba más de un año para que expirara el período de Vásquez (según la versión de Víctor Medina Benet y de Bernardo Vega), el Congreso Dominicano aprobó una ley autorizando la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Vásquez no la vetó. Reunida en junio, la Asamblea aprobó una reforma que establecía la duración del gobierno de Vásquez hasta agosto de 1930 es decir seis años, sin que este pudiese ser reelegido. A esto se le llamó la Prolongación. Por otra parte, también dispuso que, si el vicepresidente no juraba su cargo en 1928, se consideraría que había renunciado….”
Lo que acabamos de citar es una interpretación proveniente de las mismas fuentes anti horacistas utilizadas con amplitud por Bernardo Vega, que no tiene en cuenta otros argumentos, como por ejemplo los expuestos por Gustavo Díaz, a la sazón Presidente del Senado, que a pesar de su elevada relevancia para entender este tema tan complejo no se incluyen en el capítulo.
Si por lo menos se hubiera expuesto el texto de la ley No. 638, de 1927, que fue la que convocó a la Asamblea Constituyente, el lector hubiera tenido la oportunidad de hacerse un juicio más apropiado. Dicho texto dice en su parte introductoria: “Considerando que el Presidente de la República y los Senadores que fueron elegidos el 15 de marzo de 1924 lo fueron por un período de seis años, de conformidad con los términos de la constitución de 1908 a cuyo amparo se hicieron aquellas elecciones, que en consecuencia, el período de ejercicio de los actuales Presidente de la República y Senadores vence el 16 de agosto de 1930.”
Era pues la constitución de 1908 la que contemplaba el mandato por 6 años y la posibilidad de reelección, lo cual es muy diferente a decir que la Asamblea de 1927 fue la que prolongó el período. Es incontrovertible que Horacio fue electo en marzo de 1924 estando vigente la Constitución de 1908. Siendo así, resulta incorrecta la afirmación de que “Horacio Vásquez debía entregar la presidencia en julio de 1928”, como sugieren Benet y Vega.
Si se hubiera querido eliminar cualquier duda, lo que debió de haberse hecho era reformar primero la constitución de 1908 y haber celebrado las elecciones en marzo de 1924 bajo el manto de esa nueva pieza, pero no se hizo así. Eso no es óbice para aceptar que existían otros instrumentos jurídicos y cierto estado de opinión que daban por un hecho la limitación del período. Sin embargo, también habría que admitir que por encima de todos ellos dominaba la constitución de 1908.
En cualquier caso, el hecho de que Horacio intentara reelegirse más adelante en 1930, de acuerdo a la constitución que estaba vigente que así lo permitía, jamás puede ser tomado como argumento para justificar un golpe de estado contra un gobierno legítimamente constituido, y mucho menos para convertir en culpable al derrocado y exonerar de culpa a los que de verdad perpetraron la infamia de secuestrar a un pueblo para servir sus propios fines y engolosinarse con el poder durante nada menos que 31 años en que gobernaron amparados en el terror y la corrupción. Esto es presentar los valores al revés.
La reelección no debe ser satanizada por si misma. Y mucho menos si se utiliza como excusa para justificar la toma del poder por la pandilla que solo lo soltó por la fuerza de las armas treinta y un años después. Tremenda contradicción: satanizar la reelección en Horacio Vásquez y santificar el hecho de que el brigadier Trujillo se perpetuara en el poder por 31 años.
La posibilidad de reelección así como la duración del periodo de gobierno son hechos históricos que responden a la forma de pensar de cada época o al equilibrio social y político imperante en la sociedad. No son ni buenas ni malas por si mismas.
Para situarnos en una perspectiva más amplia, ha habido momentos en que en un ámbito geográfico distinto al dominicano surgieron circunstancias extraordinarias que determinaron que se rompiera una tradición de gobierno por solo dos períodos, o sea 8 años, como fue el caso de Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos, que se reeligió tres veces, a quien nadie acusa de culpable de nada sino que se le reconoce su magnífico aporte como gobernante en un período de incertidumbre mundial.
Y es que la reelección pudiera justificarse por tiempo determinado según la modalidad que convenga en cada época a cada pueblo, y sobre todo en ocasiones extraordinarias. En 1930, en un entorno de convulsión mundial, bien pudo haberse justificado y servido al propósito de consolidar la normalidad y las instituciones democráticas, rotas por la intervención de los Estados Unidos entre 1916 y 1924, y fue una pena que no se lograra pues lo que ocurrió cambió el destino de este país y consagró la tradición autoritaria de poder.
Los tiempos en que gobernó Horacio fueron complejos, difíciles y de crisis mundial al final de su mandato. Si se hubiera reelegido en 1930 nadie sabe que país nos hubiera legado, pero dejó importantes realizaciones en los planos económico, social e institucional que sugieren que hubiera sido mucho mejor que el que configuró el sátrapa, de cuyas nefastas consecuencias todavía el pueblo dominicano está tratando de zafarse. Y sobre todo hubiera reafirmado la vocación democrática y liberal en vez de la autoritaria.
La alternativa que emergió, el trujillato, lo hizo en el campo de lo abominable y convirtió lo que tiene mérito para adquirir la categoría de principio, la necesaria limitación en el tamaño del mandato, en una mascarada injustificable que lamentablemente introdujo en el tuétano de la sociedad dominicana el germen de la corrupción de estado y la confusión de valores.
Describir y exponer ese proceso con visión crítica, dejar al desnudo a quienes lo propiciaron y fueron responsables verdaderos de su surgimiento y operación durante tanto tiempo, es parte de la encomienda que corresponde realizar a los historiadores, sin banalizarlo ni desnaturalizarlo.
La caída de Trujillo se produjo 31 años después, pero ha sido de lamentar que no hubiera ocurrido el movimiento purificador que debió de haber transformado y saneado la sociedad sino que, como el germen del trujillato se mantuvo vivo y en dominio de amplios resortes del poder, se procedió al apaño, a ocultar archivos y datos, a hacer creer que todos eran iguales, a falsificar la historia, lo que ha provocado que se prolongara por demasiado tiempo la impunidad y que esta llegara a considerarse como intrínseca a la condición de dominicano.
Por eso resulta tan natural colocar a las víctimas como verdugos o culpables y llevar al pedestal a los impostores. Y por eso se impone revisar a fondo los fetiches históricos que se han ido creando.
En la página 61 del capítulo “Asalto de Trujillo al poder”, de la autoría de Bernardo Vega, que forma parte del volumen V del libro Historia del Pueblo Dominicano, hay un párrafo que reza así: “Las dos enmiendas constitucionales significaron una seria limitación a la alternancia del poder en el país y un debilitamiento de la institucionalidad. La única alternativa era la sedición, ya que a los líderes políticos que perdieron en 1924 se les había negado no solo la posibilidad de ganar en las elecciones programadas para 1928, pues estas no tuvieron lugar, sino que también tendrían que enfrentarse de nuevo a Vásquez como candidato en 1930”.
El juicio de valor que acabamos de citar no concede significación al hecho incontrovertible de que cuando Horacio fue electo como Presidente de la República, en marzo de 1924, el período de gobierno previsto por la Constitución de 1908, vigente en ese momento, era de 6 años, o sea hasta 1930, por lo cual bajo ese prisma no hubo prolongación del período ni debían celebrarse elecciones en 1928, sino que se acoge a la interpretación de que era de cuatro años en razón de la existencia de otros instrumentos jurídicos que así lo establecían. O sea, se trata de algo sujeto a discusión, y en todo caso influenciado por los intereses de los bandos políticos en pugna prevalecientes en aquella época.
Disentir, tener criterios diferentes es algo normal y saludable. Lo verdaderamente grave es que amparándose en una interpretación de los episodios históricos, en este caso con marcado sesgo anti horacista, se llegue a la osadía de formular una justificación peregrina y peligrosa del golpe de estado de Trujillo, ejecutado contra un gobierno plenamente constitucional, liberal y democrático.
Que me excuse de nuevo mi amigo y respetado historiador Bernardo Vega, pero no es aceptable que en un texto de historia del pueblo dominicano se incite a derrocar mediante la sedición a un régimen democráticamente constituido, bajo el argumento carente de peso de que “tendrían que enfrentarse de nuevo a Vásquez como candidato en 1930”, en vez de resaltar la posibilidad de alcanzar el poder acudiendo a elecciones libres, como lo hubieran sido las de 1930 si no se hubiera derribado a Horacio. La esencia de la democracia es participar y arriesgarse a perder o ganar en comicios libres, no imponerse con la fuerza de las armas y mucho menos del terror.
Si ese criterio se aplicara a la política de los últimos decenios entonces el Dr. Joaquín Balaguer debió de haber sido derrocado por la sedición por haber sido dominante y adicto a la reelección, al igual que Leonel Fernández e Hipólito Mejía. Y si se modificara ahora la constitución y se permitiera la reelección, también se aplicaría a Danilo Medina. ¡Cuidado, por Dios! ¿A qué se está jugando?
Como colofón a este “resbalón”, en la página 69 aparece lo siguiente: “En realidad, si Trujillo quería seguir haciendo carrera solo le quedaba la alternativa que eventualmente tomó.” ¿De que carrera se habla, si era un militar, no un político? Esto es incitar a los militares a que aniden ambiciones políticas y participen en golpes de estado que tumben gobiernos democráticos. Y es confundir a los jóvenes cuando lean nuestra historia escrita de esa manera y alimentar la tendencia autoritaria y represiva.
En la página 64 se insiste en esta línea de argumentación, atribuyendo auras populares al cuartelazo del 23 de febrero que consumó la traición: “La revolución del 23 de febrero fue un movimiento popular que contó con un fuerte apoyo de la juventud, así como de grupos liberales”.
Esta afirmación se hace en contra de las evidencias de la época de que nadie en elecciones libres hubiera derrotado a Horacio. Trujillo contaba con 500 hombres pagados y truculentos a los cuales armó y que hicieron la “revolución”, frente a una población que había sido desarmada por el cuerpo de marines de Estados Unidos. Más los efectivos del ejército y los políticos que habían rendido sus cuarteles a participar en elecciones, pues sabían de antemano que estaban condenados al fracaso si participaban en elecciones libres.
El propio Bernardo lo reconoce al contradecir lo ya visto cuando en una de las pocas concesiones que hace a Horacio, dice: “es casi seguro que, dada la debilidad de su liderazgo, la oposición no hubiese ganado unas elecciones totalmente libres en 1930. ..”.
En el capítulo que comentamos se incluyen, con evidente complacencia como si respondieran a un prejuicio deliberado, expresiones que cuestionan la calidad moral del horacismo, por ejemplo cuando se cita la mención de la “polilla palaciega”, atribuida a Monseñor Nouel, como si nunca antes dicha polilla hubiera existido ni mucho después hasta nuestros días hubiera mantenido su vigencia. En cambio, se ignora el valiente comentario que hizo el propio Monseñor Nouel en el tedeum de toma de posesión de Trujillo, cuando expresó: “Yo entiendo que el general Horacio Vásquez no es un caído; él es un vencido de las circunstancias y digno siempre de todo respeto. El pueblo dominicano honrándolo y respetándolo, honra y respeta a la República y a sus instituciones”.
También se ignora la obra decisiva de Horacio de reafirmación de la nacionalidad dominicana al propiciar y firmar el Tratado de Delimitación de Fronteras con Haití, y empezar a colonizar la frontera, de la que el Dr. Joaquín Balaguer dijo: “Si por algo ha de pasar Horacio Vásquez con resplandores de inmortalidad al libro de la historia, es por la colonización de las fronteras. Esa es la obra más llamada a dar a nuestra nacionalidad vida imperecedera…”. Y de igual manera se omiten sus grandes realizaciones en los planos económico y social, que fueron muchas.
En las páginas 109 y 110 del capítulo escrito por Bernardo Vega, se recoge un escrito del Dr. Joaquín Balaguer del año 1975, que se refiere a la entrevista que tuvo lugar a finales de 1929 entre Trujillo y el Coronel Cutts, del cuerpo de Marines de EE.UU., a la sazón de servicio en Haití, según la cual el coronel “tomando en sus manos la ametralladora de uno de los ayudantes que habían acompañado a Trujillo hasta la Fortaleza de Elías Piña, sitio en que se celebró la entrevista, inquirió con acento reflexivo: ¿Tiene muchas como éstas? Sí, las suficientes, contestó Trujillo con firmeza. Pues no confíes más que en ellas”.
Ese fue el verdadero argumento que se puso en práctica en 1930, adornado por el verbo de quienes prestaron su intelecto en favor de aquella maquinaria del terror: macana y sangre para tomar el poder, asegurarlo para siempre, enriquecerse, y servir a la contención de la amenaza comunista, supuesta o real.
Frente a eso, el debate sobre si hubo o no intento de reelección, si se prolongó o no el período, en todo caso dentro de la más estricta institucionalidad democrática, luce ser una maniobra de diversión y confusión.
Merece la pena conocer aún sea un párrafo del último manifiesto de Horacio Vásquez dirigido al pueblo dominicano, publicado estando en Puerto Rico en el exilio, en marzo de 1930, y que dice así: “He bajado pues del solio cumpliendo fundamentalmente con los más altos deberes de mi investidura, con la frente levantada y la consciencia tranquila. Puedo mirar hacia atrás sobre el panorama de mi gestión gubernativa, sin temor de hallar en él una sombra que pudiera angustiarla: impulsé el progreso nacional, acaté la ley, conservé la libertad y respeté la dignidad del ciudadano. Mantuve inalterablemente las características de un gobierno civil, venciendo los obstáculos que le oponían nuestras tradiciones de arbitrariedad; quise darle brillo a las instituciones, relegadas por la violencia o el despotismo a una existencia apagada y secundaria a través de casi toda nuestra historia”.
Y, como si todo eso fuera poco, agrega: “Abandono el poder con las manos limpias de oro y de sangre y el espíritu libre de remordimientos y de odios; y puedo afirmar con veracidad absoluta que la única preocupación que conturba mi ánimo en estos momentos se refiere al porvenir de la patria que he amado con todas mis fuerzas toda mi vida”.
Un líder así con esa altura de miras, alma y manos limpias, no merecía ser objeto de los infundios que tejió la tiranía por medio de los intelectuales comisionados para retorcer los hechos y enlodar su reputación, y que después hasta nuestros días algunos se han esmerado en perpetuar.
De ahí que me permito concluir que aquellos políticos y militares que en 1930 tiñeron de sangre el espectro nacional para “ganar” por el terror unas elecciones amañadas, sí que fueron responsables del surgimiento y mantenimiento del tirano. De igual manera lo fueron, aunque sus nombres ¡que casualidad! convenientemente no se mencionan, los grandes apellidos refulgentes de aquella época oscura que mejoraron para siempre su situación económica a cambio de vender su consciencia y pluma a favor del monstruo que contribuyeron a encumbrar y mantener en el poder.
También fueron responsables los miembros del cuerpo de marines y de otras esferas de poder de los Estados Unidos que alentaron y sostuvieron al sátrapa; o los que usurparon el papel de miembros de la Junta Central Electoral para consagrar la farsa montada; o los que impidieron por la fuerza que la Corte de Apelación pronunciara su veredicto declarando la nulidad de las fraudulentas elecciones de 1930; o los que se montaron en el carro de la adulonería al ególatra a cambio de prebendas; o los que mantuvieron la cerviz inclinada en reverencia permanente al déspota.
Hay tantos responsables del ascenso y mantenimiento de Trujillo en el poder, estimado amigo Bernardo Vega, que señalar como tal a la víctima derrocada no es ético ni apropiado, ni siquiera simpático como acto de prestidigitación publicitaria.
Al fin y al cabo la víctima derrocada, o sea Horacio, al morir hizo un último y gran servicio a su pueblo: se convirtió en símbolo inspirador de la lucha por la libertad y la institucionalidad. Ya antes había sido el líder del movimiento 26 de Julio que puso fin a la tiranía de Lilís.
Y, en efecto, mantener viva la llama de la libertad e institucionalidad fue lo que motivó a muchos dominicanos y a tributarios de la misma sangre de Horacio a integrarse y tomar acción en la epopeya de Luperón de 1949 (Federico Horacio Henríquez Vásquez, alias Gugú), o dedicar su vida a la lucha contra la tiranía (Francisco Alberto Henríquez Vásquez, alias Chito, fundador del PSP en Cuba), o participar en la expedición gloriosa de junio de 1959 (José Horacio Rodríguez Vásquez, José Cordero Michel y Tony Mota Ricart).
Otros más, también sangre de su propia sangre, tuvieron participación intelectual y activa determinante en la gesta del 30 de Mayo que culminó con el ajusticiamiento del déspota sanguinario que fue Trujillo, cerrando así un ciclo histórico (los hermanos Antonio, Mario, Ernesto y Pirolo de la Maza Vásquez, los hermanos Eduardo Antonio y Bienvenido García Vásquez, y Tunti Cáceres Michel). De ahí que los dos tiranicidios que ha vivido la República compartan un mismo origen en cuanto a una parte de sus ejecutantes.
Algunos más con ese mismo sello familiar lucharon en 1963 en las estivaciones de Las Manaclas en defensa de la constitucionalidad e institucionalidad (Emilio Cordero Michel y Leonte Schott Michel).
Y todos ellos pusieron en riesgo sus vidas en pos de ese ideal de libertad e institucionalidad, que fue el legado y ejemplo que recibieron.
Horacio Vásquez, cuyos genes también forman parte de mi ser (y lo expreso con alto orgullo), pudo haber cometido errores como humano que era, pero fue imagen de decencia, pensamiento y acción liberal, talante democrático, dignidad y honradez, progreso e institucionalidad, tolerancia y capacidad de corregir los errores aunque afectaran su popularidad, y de lucha por la libertad. Exaltar sus valores es el mejor tributo a la conformación de una democracia de más calidad.
Este país tiene pendiente una ardua tarea de reivindicación histórica. Han sido muchos los que han dado lo mejor de sí a su pueblo y, sin embargo, se les mantiene relegados en el olvido, mientras que los que representan antivalores son ensalzados sin merecimiento alguno.
Parecería alucinante y extraño que ese gran líder que llenó la historia política dominicana durante más de 30 años, ni siquiera disponga hoy de una tumba decorosa en Moca, el pueblo en que nació, que su modesta residencia ubicada en Tamboril, lugar en que vivió sus últimos días con deslumbrante humildad, luzca desvencijada y descuidada, y que no se haya construido en Moca un museo que recuerde sus hechos y logros.
Y esto es en parte consecuencia de la campaña deliberada y el intelectualismo vacío que se ha ido tejiendo en su contra, a pesar de que al pueblo dominicano le urge tener referencias encomiables y auténticas como la suya.
Esa es la razón de que hayamos propuesto a las autoridades provinciales que sus restos sean trasladados a Moca para que descansen en un panteón apropiado junto a su amada esposa, la exquisita ex primera dama e intelectual, Trina Moya de Vásquez; que la casa ubicada en Tamboril sea restaurada, y se construya en Moca el Museo de Horacio Vásquez.
Es una desgracia que la historia dominicana escrita esté llena de tergiversaciones. Hay que reescribirla y estar alertas para que no nos cambien ni los valores ni la historia.

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