El hijo de Miguel Rodriguez Orejuela posee una visión muy inteligente de la vida y en su especifico caso del daño que hizo su padre a muchos y a la sociedad. Ha vivido una vida llena de vicisitudes, pero ha salido adelante . Ojala muchos hijos y nietos de gente que ha hecho daño al mundo pudieran tener un pequeño por ciento de la objetividad de este señor. Hay muchos que validan las muertes y el comportamiento de sus antecesores y no les averguenza usufructuar el dinero mal habido heredado .Que Dios los perdone.
De repente los
hijos de los grandes capos colombianos,
Pablo Escobar, quien lideró el
cartel de Medellín, y los
hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, los jefes del
cartel de Cali extraditados a Estados Unidos, crecieron, se hicieron adultos y
empezaron a hablar. A contar cómo fue vivir con el estigma de ser hijo de un matón. Ningún colombiano se había preocupado por ellos. Al contrario. De los hijos de Escobar, tiroteado en 1993, siempre quedó claro que vivían en
Argentina. Que se habían cambiado el nombre y que pasaban desapercibidos.
A nadie le importó si sufrían o no.
Y ahora, cuando Colombia atraviesa por un
proceso de paz con las guerrillas y la cuestión de perdonar al otro, de incluirlo, se está poniendo de moda, hablan. De los herederos de los Rodríguez Orejuela poco o nada se había escuchado hasta ahora, cuando la revista
«Semana», la de mayor circulación en el país, publicó una entrevista con
Miguel Ángel Rodríguez, el hijo de Miguel, quien saldrá de la cárcel a los casi 90 años.
La entrevista sorprendió. Miguel es abogado, pero sobre todo
conferenciante sobre el perdón. «Yo por mucho tiempo sentí rabia, rencor, ganas de revancha. Pero concluí que no sirve de nada. Eso es lo que digo en mis charlas. A los empresarios les hablo sobre gestión de cambio y trabajo en equipo y, como abogado, también los asesoro en insolvencia financiera. Mi familia perdió millones de dólares y siento que por eso tengo la autoridad de decirle a alguien que quiere
matarse por 100.000 pesos (unos 50 dólares) que no vale la pena. En lo social me enfoco en jóvenes que quieren una vida fácil a través del delito y los ayudo a emprender. A los presos les doy herramientas para que puedan salir adelante después de la cárcel. En resumen, a todos
les ayudo a mirar hacia adelante».
Contó lo que fue vivir solo, sin padre, mirado de reojo por la sociedad.«Yo he vivido tres cánceres. A los dos años me detectaron untumor en el riñón. Duré dos años en quimioterapias y mi papá no pudo acompañarme. Yo cargué con eso sin saber de su doble vida. Luego vino el cáncer financiero. Cuando se vino abajo el cartel, yo creía que también se había venido abajo mi futuro. Estuve en la lista Clinton de los 12 hasta los 31 años. Esa condición de estar bloqueado me afectó cuando quise emplearme».
Y el tercer cáncer. Cuando quiso entrar a la Universidad a estudiar administración, no pudo. «Tenía 17 años, mi padre acababa de ser capturado y fue duro ser el único que no había sido admitido. Años después, cuando estudiaba Derecho en otra parte, un profesor habló sobre el estigma y para mi sorpresa presentó el caso de un tal hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, a quien no lo habían recibido en una universidad. Era yo».
«Lo perdoné»
Sobre su padre, a quien ve en la cárcel de EE.UU y, según cuenta, lee mucha filosofía y está resignado a morir después de dejar la
prisión, dice que lo perdonó. «Pasé con él su último día del padre, su último cumpleaños y su última Navidad en Colombia. Ahí
lo perdoné, y así avancé en la vida».
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