Pr Carmen Imbert Brugal
El mes rojo, del brillo, el mes de la uva. El preludio de algo distinto, del cambio. Comienza el otoño en un hemisferio del planeta. El noveno, el que permite la ingesta de pescado. El mes de Las Mercedes, de la ofrenda en el Santo Cerro. Hoy, lunes, falta poco para que sus 30 días terminen pero de nuevo procede la reiteración. La repetición sin riesgo. Es la certeza del olvido que permite rebuscar en las gavetas y encontrar el mismo tintineo y recrearlo con la convicción de la indiferencia, del obligado relevo del dolor y de la rabia. De la derrota. Porque desde el 25 de septiembre del 1963 hasta el 24 de septiembre del 1970, hubo un trecho de compromiso desaparecido. Septiembre también es Chile, Allende, Neruda y el torrente de sangre que cambió el color del Mapocho. 38 años después de tanto horror, vino el asombro. Los gritos de otro septiembre de espanto. Atrás quedaron septiembres agotados, con víctimas sin resurrección, con tanto agraviado sin voz. Y la figura de Amín Abel Hasbún en la memoria de cada vez menos. Pudo ser ejemplo y no lo ha
sido. El ejemplo no se obliga.
En el año 2007, decenas de estudiantes de la UASD, respondían: “el nombre me suena”, luego de preguntarle si conocían al emblemático dirigente de la FED, al imberbe militante del 1J4, respetado por su arrojo e inteligencia. Cuando el Presidente Juan Bosch fue derrocado, Amín tenía veintidós años y protestó con vehemencia contra el fatídico acontecimiento. Participó en la guerra- 1965- y conoció las prisiones del Triunvirato y del balaguerato. En el año 1966 recibe el título de Ingeniero- Magna Cum Laude- y continúa el trabajo político con el mismo entusiasmo y valentía. Estaba marcado. Era uno de los jóvenes escogidos para el exterminio. Los detalles de su asesinato, conmovieron a los más desalmados. Un cabo ejecutó la orden y un fiscal legitimó la atrocidad. El crimen fue en su casa. Inútil la súplica de la esposa, la mirada aterrorizada del vástago. Tenían que matarlo y lo hicieron. Siete años antes de aquel septiembre que vio a Amín ensangrentado, sobre uno de los peldaños de la escalera de su vivienda, el golpe de Estado había marcado un hito vergonzoso en nuestra historia. Los estudiantes que desconocen a Amín, también ignoran lo ocurrido el 25 de septiembre.
Durante un tiempo, muchos soñaron con aquello de “hay muertos que van subiendo cuanto más su ataúd baja”. Pero los sueños, sueños son. Tal vez sirva un tuit fugaz. Empero, la historia del golpe no cabe ahí. Ignominia, traición, cobardía, definirían el episodio pero urge el contexto. ¿Acaso es importante saberlo? Mejor no especular, e insistir con la repetición de lo ya escrito.
Juan Bosch se convirtió, gracias a un extraordinario respaldo electoral, en el primer Presidente electo, de manera democrática, después de la tiranía. El prestigioso intelectual, reconocido cuentista, amante de las libertades públicas, tuvo como escudo los principios. Su propuesta era absolutamente innovadora y considerada peligrosa. No fue casual el apelativo de comunista, la impugnación de la iglesia católica, de periodistas y de grupos empresariales que atizaban las “Manifestaciones de Reafirmación Cristiana”. El asedio no detuvo las actuaciones democráticas y reformadoras. El compendio está en la Constitución del 1963. Cuando todo estaba consumado, la proclama del destituido jefe de Estado fue contundente. Vale mencionar un párrafo: Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre, a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura. Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas pero también con justicia social. En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre ni hemos ordenado una tortura ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones. Que siga la repetición. Hay tanto olvido.
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