PYONGYANG.- Aunque los ciudadanos de Corea del Norte dicen ser ateos, en el país existen tres dioses. Son los líderes de la dinatía Kim, omnipresentes en las calles de Pyongyang en forma de palacios, monumentos, carteles y pins.
"Nuestros líderes son personas reales que hicieron mucho por nosotros, a diferencia de los dioses de las religiones", comenta a Efe una funcionaria norcoreana de 30 años durante la visita al Palacio del Sol de Kumsusan, el templo más importante del país al albergar los cuerpos embalsamados de los dos primeros Kim.
Kim Il-sung, fundador del país en 1948 y su hijo Kim Jong-il, que gobernó desde 1994 hasta su muerte en 2011, ocupan los corazones de los norcoreanos, literalmente. Y es que todos y cada uno de los ciudadanos que se observan en las calles de Pyongyang llevan en la solapa izquierda, a la altura del corazón, un pin rojo con los retratos de ambos líderes como sentida u obligada muestra de devoción.
"El día en que murió Kim Jong-il fue el más horrible de mi vida, se me contrajo el alma", recuerda con gesto afligido el guía turístico asignado a Efe en su visita a la ciudad, mientras deposita flores a los pies de una de las estatuas del dirigente que suman miles en todo el país.
"La muerte del líder no es comparable a la de un familiar cercano, es algo mucho más trágico", confiesa.
Al igual que la inmensa mayoría de los norcoreanos, este devoto funcionario de 35 años dedicó incontables horas de su juventud a estudiar con admiración la vida y hazañas de sus líderes, ampliadas y mitificadas al máximo por el aparato propagandístico del régimen.
Por ejemplo, en el caso de Kim Il-sung, la choza donde supuestamente nació en el barrio de Mangyongdae se ha convertido en un museo que muestra los aperos de labranza de sus padres y abuelos, campesinos pobres que lucharon de forma ejemplar por la independencia de Corea contra el Imperio Japonés.
Esto es lo que relatan apasionadamente los guías ante un reducido grupo de periodistas extranjeros, que asienten a la explicación sabiendo que la familia del "presidente eterno" era en realidad de clase media y protestante, tal y como han corroborado los historiadores.
Las chozas de Mangyongdae son un santuario de obligada visita para los estudiantes de todo el país. Al ser preguntado sobre qué quiere ser de mayor, uno de los niños, de 14 años, contesta sin pestañear: "Soldado, para defender con mi vida al mariscal Kim Jong-un".
No parece casualidad que la respuesta sea calcada a la exhortación "¡Defendamos con nuestras vidas al camarada Kim Jong-un!", impresa en varios de los miles de pósteres y carteles de Pyongyang, una metrópoli donde la propaganda sustituye a la publicidad comercial.
El culto a la personalidad del dirigente de 31 años comenzó hace ya dos años y medio, cuando llegó inesperadamente al poder, y aparentemente ha calado en la población.
"Un día presencié una actuación en la que estuvo también el mariscal, y eso fue algo maravilloso, indescriptible", relata visiblemente emocionada Rim Kyeong-hee, guía en inglés del museo dedicado a la Guerra de Corea (1950-1953) en Pyongyang.
Rim, de 26 años, sueña con conocer a su líder en persona. "Pienso que si trabajo duro, llegará el día en que pueda estrechar su mano", comenta, mientras esboza una cándida sonrisa que contrasta con su verde traje militar.
Por si la educación, monumentos, carteles, templos y pins no son suficientes para asegurarse el monopolio de los corazones de los ciudadanos en torno a los Kim, el régimen somete al "apagón" a su población, que tiene prohibido conectarse a internet, ver contenidos extranjeros o viajar a otros países.
La Constitución, eso sí, permite practicar otras religiones y en Pyongyang existen iglesias protestante, católica y budista controladas por el Gobierno, aunque refugiados norcoreanos y organizaciones internacionales denuncian que en la práctica se reprime cualquier culto que no tenga como objeto a esta peculiar dinastía comunista. EFE
Kim Il-sung, fundador del país en 1948 y su hijo Kim Jong-il, que gobernó desde 1994 hasta su muerte en 2011, ocupan los corazones de los norcoreanos, literalmente. Y es que todos y cada uno de los ciudadanos que se observan en las calles de Pyongyang llevan en la solapa izquierda, a la altura del corazón, un pin rojo con los retratos de ambos líderes como sentida u obligada muestra de devoción.
"El día en que murió Kim Jong-il fue el más horrible de mi vida, se me contrajo el alma", recuerda con gesto afligido el guía turístico asignado a Efe en su visita a la ciudad, mientras deposita flores a los pies de una de las estatuas del dirigente que suman miles en todo el país.
"La muerte del líder no es comparable a la de un familiar cercano, es algo mucho más trágico", confiesa.
Al igual que la inmensa mayoría de los norcoreanos, este devoto funcionario de 35 años dedicó incontables horas de su juventud a estudiar con admiración la vida y hazañas de sus líderes, ampliadas y mitificadas al máximo por el aparato propagandístico del régimen.
Por ejemplo, en el caso de Kim Il-sung, la choza donde supuestamente nació en el barrio de Mangyongdae se ha convertido en un museo que muestra los aperos de labranza de sus padres y abuelos, campesinos pobres que lucharon de forma ejemplar por la independencia de Corea contra el Imperio Japonés.
Esto es lo que relatan apasionadamente los guías ante un reducido grupo de periodistas extranjeros, que asienten a la explicación sabiendo que la familia del "presidente eterno" era en realidad de clase media y protestante, tal y como han corroborado los historiadores.
Las chozas de Mangyongdae son un santuario de obligada visita para los estudiantes de todo el país. Al ser preguntado sobre qué quiere ser de mayor, uno de los niños, de 14 años, contesta sin pestañear: "Soldado, para defender con mi vida al mariscal Kim Jong-un".
No parece casualidad que la respuesta sea calcada a la exhortación "¡Defendamos con nuestras vidas al camarada Kim Jong-un!", impresa en varios de los miles de pósteres y carteles de Pyongyang, una metrópoli donde la propaganda sustituye a la publicidad comercial.
El culto a la personalidad del dirigente de 31 años comenzó hace ya dos años y medio, cuando llegó inesperadamente al poder, y aparentemente ha calado en la población.
"Un día presencié una actuación en la que estuvo también el mariscal, y eso fue algo maravilloso, indescriptible", relata visiblemente emocionada Rim Kyeong-hee, guía en inglés del museo dedicado a la Guerra de Corea (1950-1953) en Pyongyang.
Rim, de 26 años, sueña con conocer a su líder en persona. "Pienso que si trabajo duro, llegará el día en que pueda estrechar su mano", comenta, mientras esboza una cándida sonrisa que contrasta con su verde traje militar.
Por si la educación, monumentos, carteles, templos y pins no son suficientes para asegurarse el monopolio de los corazones de los ciudadanos en torno a los Kim, el régimen somete al "apagón" a su población, que tiene prohibido conectarse a internet, ver contenidos extranjeros o viajar a otros países.
La Constitución, eso sí, permite practicar otras religiones y en Pyongyang existen iglesias protestante, católica y budista controladas por el Gobierno, aunque refugiados norcoreanos y organizaciones internacionales denuncian que en la práctica se reprime cualquier culto que no tenga como objeto a esta peculiar dinastía comunista. EFE
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