En este país de nuestros dolores, todo conspira contra el que quiere hacer las cosas bien, se considera un enemigo al que es transparente, y el éxito se condena como si fuese una maldición de lo alto.
El funcionario que quiere actuar por la regla se encuentra con la aversión de todo el mundo, comenzando por su propia familia.
El que defiende el dinero público es un "pendejo" a los ojos del conglomerado, pues se considera que no aprovechar la oportunidad de pasar por el Gobierno para hacerse rico es algo contranatural, casi una enfermedad mental.
Aquí se aplaude al ladrón de fondos públicos, al que "ayuda" a familiares y amigos y al que cede ante los reclamos de los jefes de repartir lo que es el Estado.
¿Puede perdurar una sociedad en esas condiciones? La experiencia histórica demuestra que no, que ese tipo de sociedad contiene en su seno los gérmenes de las revoluciones en las que los violadores de la ley son los que pagan el precio más caro.
Eso deben saberlo los presidentes, los ministros, los jefes militares y policiales, y todo el que esté en una posición de poder.
Por mi parte, tengo esperanzas, porque la gente se está cansando. Hoy, existen más mecanismos para destapar las cloacas llenas de inmundicia de nuestro obsoleto sistema político, y la opinión pública internacional es más consciente y no tolera a esos "exiliados" que intentan escapar a las persecuciones.
¿Se puede ser serio? El que quiera serlo, puede, y hay que aplaudirlo.
atejada@diariolibre.com
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