Neonatos, infantes, jóvenes, ancianos, hetairas, señoras, hermanas de la caridad, enfermos, sanos, nacionales, extranjeros, nadie quedó sin mención. Pobres y ricos, blancos y negros, ocuparon los párrafos de aquella columna difamatoria. El escarnio no fue ajeno a gerifaltes ni alabarderos. Oligarcas y sumos sacerdotes ahí estuvieron. El Foro Público, diseñado para amedrentar, preocupar, extorsionar es otra de las marcas aberrantes de la tiranía.
Indefensión y miedo, rubor y espanto, producía el texto mendaz, mordaz, agresivo. Libelo cotidiano que provocaba rechazo. Para validar el efecto basta recordar la cantidad de habitantes que entonces tenía el país y la importancia de una nota publicada para el porcentaje alfabetizado. Desde el 1948 hasta el 1961 el periódico El Caribe publicó la columna. Apócrifa, con nombres trastocados y en el peor de los casos asignación de firma sin consentimiento. El recuento de trece años de injurias y amedrentamiento, sería cansino. Viven todavía personas agraviadas por los gacetilleros, por los miserables que en procura de mantener sitiales difusos y efímeros, arriesgaron su dignidad y prostituyeron su espíritu. Mercenarios de la pluma, bufones intelectuales, abyectos sempiternos. Existen, callan o minimizan la afrenta. Opción individual y respetable. También perviven algunos de los redactores, sin mácula ni miedo. Libres de purgatorio.
Detalles de regímenes autoritarios, métodos imprescindibles para acallar y arrodillar que la democracia excluye. O no acepta, porque la transparencia es norma y exigencia. La ciudadanía se ha ganado y se arroga la facultad de escrutar el funcionamiento de las instituciones y aportar para enmendar fallas o revelar infracciones. Transparencia con transparencia paga. Sin embargo, los parapetos, esas mamparas insidiosas que la modernidad permite y multiplica, son inaceptables. Tirar la piedra y esconder la mano, decir para fastidiar y denostar, es recurso avieso sin propósito o con móvil malsano y delincuencial. Ocurre con los blogs creados para difamar a los integrantes del Poder Judicial y del Ministerio Público. Plagados de desafueros, exponen las tropelías reales o ficticias que cometen fiscales y jueces. La grey afectada desconoce, no comenta, pero la afrenta está ahí. Permanece. Y la curiosidad produce visitas al espacio para disfrutar el chisme.
El decurso del Poder Judicial y del Ministerio Público, es preocupación legendaria. Generaciones van y vienen y la aspiración de instituciones creíbles, independientes, respetables, ha sido constante. Trabas lamentables y cuasi perennes, impiden la excelencia. La pretensión de grupos privilegiados, comprometidos con el diseño de una justicia que solo sirva para sancionar a la marginalidad, es permanente. Ha sido meta la conversión de las jurisdicciones en podadora de abrojos para que la impunidad de minorías, reine. Las escuelas de derecho perdieron su sitial, la credibilidad del colegio de abogados es nula. Denuncias aisladas, fruto de vaivenes políticos, de intereses de ocasión, ocupan el espacio para desnudar las miserias judiciales sin consecuencia. Existe una veeduría en forma de Consejo del Poder Judicial con afán sigiloso. El escrutinio se limita a circunscripciones mediáticas. Continúa la redacción de sentencias complacientes. Sigue el mercado, el desorden, la inseguridad, la inquietud. La excusa no es la condición salarial. El reclamo no es estatus, tampoco privilegios porque disfrutan de ventajas otrora impensables.
Los jueces y juezas, de origen dominicano, que trabajan tribunales de Nueva York, invitados al país por el Centro Comunitario de Servicios Legales de Santo Domingo (CECSEL), entidad creada con el aval de la embajada de EUA y del Profesor Fullbright, Fred Rooney, manifestaron su asombro, con la cautela propia del oficio, cuando conocieron los beneficios laborales de sus homólogos dominicanos. Ellos son más servidores comunitarios que soberbios funcionarios alejados de la mayoría y apegados a susurros corporativos y políticos. Empero, nada de lo expuesto justifica la existencia del foro público contemporáneo que atormenta y deshonra. En nombre del derecho a la información, esos blogs espurios atentan contra la dignidad y el sosiego de fiscales y jueces. La queja es secreta. Para conservar la categoría de “progre” hay que respetar la infamia.
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