La intervención del Estado en la economía y el proteccionismo son herencia de la dictadura, según expertos
FELIPE VANINI São Paulo 4 ABR 2014 - 03:48 CET4
Ahora que el golpe militar de Brasil cumple 50 años, las reflexiones sobre el pasado y el presente se hacen inevitables. Comparar un periodo en el que fueron violadas las libertades individuales y los derechos humanos con el de la actual Administración es inadecuado según todos los parámetros. Excepto en uno: la gestión económica. Conla presidenta Dilma Rousseff, Brasil está retomando peligrosamente un camino que recorrió después de la crisis del petróleo de 1978, cuando la guerra en Oriente Medio aumentó el precio de la gasolina y alteró las economías del mundo entero.
En aquella época, con el general Ernesto Geisel en la presidencia(1974-1979) y después de los años de fuerte crecimiento del llamado milagro económico del ministro de Hacienda (1967-1974) Antônio Delfim Neto -uno de los consejeros actuales a los que más escucha Rousseff- Brasil optó por un control rígido de precios por parte del Estado, que desencadenó en una ola de hiperinflación.
Hubo varias tentativas de corregir ese dragón inflacionario con diversos planes económicos, que cambiaban monedas o cortaban ceros. Todas resultaron fallidas. El cambio solo se produjo, de hecho, con el Plan Real de 1994. En el artículo Ciclo que se repite, el profesor de economía delInstituto Brasileño de Economía de la Fundación Getúlio Vargas Samuel Pessôa recuerda que un ciclo inflaccionario comienza, normalmente, por factores externos. Según él, las crisis externas sirven de pretexto para abandonar el penoso proceso de estabilidad. “La élite dirigente vuelve, entonces, al remedio de siempre: el Estado”, comenta Pessôa.
El economista Edmar Bacha, uno de los arquitectos del equipo económico que elaboró el Plan Real y crítico habitual de la política del PT, afirma que, desde el punto de vista de política económica, Brasil está reproduciendo el mismo ciclo de aquel periodo de la dictadura en que hubo un gran intervencionismo del Estado y un bajo crecimiento.
De acuerdo con Bacha, después de la crisis financiera global de 2008 el expresidente Lula da Silva llevó al Estado a un mayor protagonismo económico, lo que resultó en una pérdida de eficiencia. “La política de control de precios de Petrobras, que importa combustible más caro de lo que luego se vende en gasolineras, es el ejemplo de que se está repitiendo aquello que fue un desastre en el pasado y generó resultados indeseados”, dice.
En este sentido, Mansueto Almeida, investigador del Instituto Brasileño de Planeación y Economía Aplicada opina que, si se contiene por más tiempo el incremento de los llamados precios administrados, como los de energía y los de las tarifas de transporte público, habrá un prejuicio para las empresas estatales. “Hoy hay certeza de que eso no funcionada. Con los combustibles, el reflejo fue una suspensión de pagos de la industria del etanol brasileño.” La falta de reajustes ha afectado también al desempeño de Petrobras, que necesita recursos para implementar un plan de negocio que prevé la expansión de la producción.
Bacha considera “totalmente contraproducente el aumento de la tarifa de importación y la política de contenido nacional para las plataformas petrolíferas”. En la época de los militares, cuando intentó implementarse una cultura nacionalista y proteccionista, también se adoptó ese modelo. Pessôa también critica la iniciativa de forzar a las empresas a producir de forma local. “Tal y como está siendo implementado, el contenido nacional significa obligar al sector privado a producir algo que no sabe. Lo hicimos hace 50 años y no funcionó. Hoy la economía brasileña está mucho más diversificada, en servicios y en la industria, y se debe apostar por aquello en lo que tenemos vocación. No podemos resucitar a ese difunto de triste memoria”, dice.
Otro aspecto destacado por el profesor de la Fundación Getúlio Vargas es la predilección por el Banco Nacional de Desarrollo Nacional y Social (BNDES), una entidad pública que hace préstamos con intereses más bajos que la tasa básica nacional debido a la financiación de grandes conglomerados. “Asistimos a diario a ejemplos de grandes grupos que simplemente podrían recurrir al mercado de capitales para atraer recursos. Al final, el Gobierno acaba obstaculizando el desarrollo de la industria de préstamos nacional y hasta el mercado financiero”, dice él. En la época de los militares, el entonces BNDE (no tenía Social en el nombre) también tenía sus empresas “escogidas”.
A seis meses de las elecciones presidenciales, los mercados revelan que rechazan el actual modelo, además de mostrarse contrarios a la reelección de Dilma. En dos ocasiones, la Bolsa brasileña subió en días de rumores de caída de la evaluación de Rousseff o en jornadas en las que se confirmó la caída de su popularidad.
Ante este escenario, dice Almeida, hay dos líneas de análisis: la optimista, en la cual se incluye, y la pesimista. “El ejemplo de las privatizaciones en infraestructura, que el PT ni siquiera consideraba años atrás, indica que están aprendiendo”, afirma.
Bacha considera que la razón de la mala gestión estatal económica se debe a la “composición muy peculiar de fuerzas partidarias que sostiene el Gobierno”, otra tradición del periodo en que el país fue gobernado por la Junta Militar. “Hicieron falta 39 ministerios y la creación de cargos en las empresas estatales para acomodar a toda esa gente. Si cree que algo va a cambiar con la reelección, está siendo muy optimista.”
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