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martes, 22 de abril de 2014

García Márquez y el dictador del patriarca

DAÑOS COLATERALES “El otoño del patriarca es el libro que más me interesa como aventura poética”
IRENE SELSER 21/04/14 1:18 AM Gabriel García Márquez tenía 30 años cuando comenzó El otoño del patriarca. Lo concluyó 17 años después, en 1975, tras dos versiones abandonadas y antes de encontrar “la que era la justa” y, para él, su trabajo más importante. Un ensayo sobre la soledad del poder y que, según el propio Gabo, en sus conversaciones con su amigo de la infancia, el también escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, contenidas en el infaltable Elolor de la guayaba (1982), era “el que podía salvarme del olvido”. No, curiosamente para él Cien años de soledad (1967), con las siete generaciones de los Buendía incapaces de amar en el mágico e irreal Macondo, el cual lo catapultó a la fama mundial, y el secreto de cuyo éxito el autor nunca quiso descubrir: “No quiero saberlo. Me parece muy peligroso descubrir por qué razones un libro que yo escribí pensando sólo en unos cuantos amigos, se vende en todas partes como salchichas calientes”. El otoño… estuvo precedido por una decena de publicaciones, desde su primera novela La Hojarasca (1955), donde Macondo debuta, no como un lugar “sino como un estado de ánimo”; los imprescindibles cuentos de Losfunerales de la Mamá Grande (1962), así como La increíble y triste historia de la cándida Eréndiray su abueladesalmada (1972), entre otros. Cuasi ficticio también como Macondo será el país del tirano Zacarías en El otoño…, a orillas del mar Caribe, ideado por García Márquez en Venezuela en enero de 1958, a raíz del golpe de Estado contra Marcos Pérez Jiménez, que huyó en un avión junto a su familia y su entorno más cercano luego de ocho años en el poder. Dedicado a leer biografías de dictadores, en El otoño… –“un largo poema sobre el poder”– desfilan Papa Doc, que hizo exterminar a todos los perros negros de Haití; Francia, del Paraguay, que ordenó casarse a todo hombre mayor de 21 años y el venezolano Juan Vicente Gómez, de los cuales el autor extrajo muchos rasgos en común, en primer lugar que tenía a la madre como imagen dominante. La estructura en espiral que finalmente halló para el libro le permitió a García Márquez “comprimir el tiempo, y contar muchas más cosas como metidas en una cápsula. El monólogo múltiple, por otra parte, permite que intervengan numerosas voces sin identificarse, como sucede con la historia y con esas conspiraciones masivas del Caribe que están llenas de infinitos secretos y de voces. De todos mis libros, este es el más experimental y el que más me interesa como aventura poética”. Y también como una reflexión sobre el poder, un tema presente en toda su obra y “porque siempre he creído que el poder absoluto es la realización más alta y compleja del ser humano, y que por eso a la vez resume toda su grandeza y toda su miseria”. Y si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe de modo absoluto, lo cual “por fuerza es un tema apasionante para un escritor”. Del poder, aprendido desde la literatura, supo mucho García Márquez por Edipo Rey, además de Plutarco y de Suetonio, y de los biógrafos de Julio César. Un personaje, “que no sólo me fascina, sino que habría sido el que yo hubiese deseado crear en la literatura. Como no fue posible, tuve que contentarme con fabricar un dictador con los retazos de todos los dictadores que hemos tenido en América Latina”. Para finalizar este otro pequeño homenaje al Gran Gabo, que nos hizo atravesar a millones de lectores lo peor y lo mejor del siglo XX de la mano de su inagotable imaginación y su socarrona dulzura, algunas de sus definiciones sobre sus gustos, manías y supersticiones contenidas en El olor de la guayaba: “Para estar seguro necesito tener flores amarillas (de preferencia rosas amarillas) o estar rodeado de mujeres”. “El amarillo es un color de suerte, pero no el oro, ni el color oro. Para mí el oro está identificado con la mierda”. Su libro preferido: Edipo Rey, su músico, Bela Bartók; el pintor: Goya. Los directores de cine más admirados: Orson Welles, sobre todo por Una historia inmortal y Kurosawa por Barba Roja. Sus héroes de novela favoritos: Gargantúa, Edmuindo Dantés y el conde Drácula. El día más detestado: el domingo, y el personaje histórico: Cristóbal Colón. Y su color favorito: el amarillo, desde luego, “pero el del mar Caribe a las tres de la tarde, visto desde Jamaica”.

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