Por: Ángel Berto Almonte
Tercera Parte
MAO,VALVERDE.-La publicación del manifiesto al país por parte de Arias profundizó el distanciamiento entre Trujillo y el caudillo liniero. El texto constituía una especie de autocrítica en la que se expresaba la negatividad de las «guerras civiles» y «los beneficios de la paz,» y se acentuaba la inutilidad de la acción del 23 de febrero. «Él (Trujillo) solo resucitó odios y pasiones, dando una oportunidad mayor que nunca al entronizamiento de la traición y al incremento del crimen, alentando los abusos de autoridad y los excesos del poder”.
El texto expresaba alarma por la marejada de crímenes que se estaban materializando en esos momentos y refería los nombres de las personas asesinadas en los inicios del régimen, tal como la del periodista y dirigente horacista Virgilio Martínez Reyna el primero de junio de 1930, quien había advertido a Vásquez sobre los aprestos conspirativos de Trujillo, y su esposa Altagracia Almánzar, que se encontraba en estado de gravidez. Este crimen horripilante se le imputó al sanguinario general José Estrella, quien al caer en desgracia con el régimen fue apresado y acusado de haber embarazado a tres hermanas.
En los días subsiguientes miembros del ejército asesinaron en el parque Colón de Santo Domingo al general Alberto Larancuent (27 de septiembre de 1930), compañero de lucha de Arias, y al también general Pulú Pelegrín en Puerto Plata así como a Manuel de Js. Gómez.
A todos estos crímenes se adicionan, de acuerdo con el manifiesto, 18 fusilamientos en san Francisco de Macorís, 116 en Puerto Plata y 100 en Moca bajo el pretexto de ser cómplices del general horacista Cipriano Bencosme. Arias denunció también que la noche del 16 de diciembre de 1930, en medio de la carretera Sánchez, y bajo amenazas de armas, se le quería imponer la renuncia de su cargo de senador por la provincia de Montecristi.
Idéntica coacción recibió uno de los diputados del Partido Liberal al día siguiente. Denunció igualmente que el jefe del ejército reemplazó todos los jueces de la corte y de los tribunales que consideraba desafectos.
La conciencia de Arias quedó fuertemente impactada con el asesinato en sabaneta de evangelista Peralta (Tío Sánchez), el primero de septiembre de 1930, el guerrillero que en la manigua «le llenaba todos los huecos de la más mínima imprevisión y le ponía a salvo de asaltos», según Rufino Martínez. Los rumores circulantes en la época ubicaban al general Arias y a Estrella Ureña como las próximas víctimas. Asimismo, en el manifiesto quedó plasmado el más severo auto reproche del general Arias:
“Por todas estas gravísimas cosas, yo me confieso culpable de esta situación, toda vez que irreflexivamente favorecí la candidatura del general Trujillo, mas yo deseo hacer constar que me engañé aquella vez por tener la creencia de que un hombre joven como él estaría enamorado de la gloria personal y del bien del pueblo y de la Patria y podía merecer todo por una obra de gobierno digna de la época y propicia del momento histórico que vivía la República; tuve fe, repito, en el orgullo que pone la juventud que no se ha corrompido y creí que el general Trujillo hubiera sido capaz de hacer del país una verdadera nación organizada en donde el derecho, la justicia, el amor, la cordialidad y el respeto a la vida y a la propiedad constituyeran el patrimonio de la sociedad y de la patria”.
A los pocos días de la publicación del manifiesto, específicamente el 13 de junio de 1931, y ante el aumento de las tensiones, un contingente de 132 personas, muchas de ellas soldados vestidos de civil y presos criminales, salió de la fortaleza San Luis de Santiago hacia Mao, pero al llegar en camiones al paso de Guayacanes confrontaron graves dificultades para vadear el río Yaque del Norte debido a desperfectos del motor de la barca utilizada para esos fines. Esto los obligó a cruzar impulsando la rústica embarcación con fuerza humana, y naturalmente, ese gran número de hombres en ese trajinar y luego movilizándose hacia la ciudad llamó la atención de los lugareños que de inmediato le avisaron al general Arias, quien ya estaba a la expectativa por la escalada represiva desatada.
Las tropas penetraron de forma súbita y violenta al pequeño poblado de Mao y en un primer enfrentamiento mataron a dos de los acompañantes del líder noroestano. Por lo imprevisto de la acción, solo un reducido grupo de personas pudo acompañar al debilitado y enfermo caudillo en su retirada hacia las lomas de Gurabo, lugar familiar para él, en un movimiento completamente defensivo para rearticular sus menguadas fuerzas.
Los ideólogos del régimen exitosamente divulgaron la especie de que Arias se había sublevado motu proprio, cuando en realidad se trató de un movimiento de supervivencia ante la inminencia de su muerte.
En esta repentina y confusa acción defensiva, y en el trayecto hacia las lomas de Zamba (Gurabo), algunos de los miembros de la retaguardia, en el lugar denominado Las Caobanitas, en la encrucijada de los caminos que conducen a Pueblo Nuevo y a Santiago Rodríguez, hicieron frente a las tropas oficiales para dar tiempo a que Arias llegara a su refugio.
Como se puede fácilmente colegir, no se trató de una actitud levantisca o guerrillera como se empeñó en divulgar la dictadura, y todavía consignan muchos textos, sino de una actitud defensiva destinada a preservar su vida.
De hecho, en Mao eran vox populi los achaques de salud del general Arias, lo cual le impedía incluso asistir a las sesiones del Congreso en Santiago desde el primero de mayo de 1931 y mucho menos enfrascarse en acciones guerrilleras que demandaban tanto un gran esfuerzo físico como la disponibilidad de ingentes recursos monetarios, al margen de que el escenario y los actores ya no eran los mismos.
Se ha estimado que Arias disponía de unos 100 hombres, de los cuales solo la mitad estaba dotada de armamentos. En cambio, las tropas oficiales se incrementaron en unos 450 miembros, que portaban modernos armamentos.
De acuerdo con informaciones de Thomas Watson, la acometida contra el bizarro caudillo se produjo tras la captura en Puerto Plata de un «agente reclutador de Arias». El 15 de junio Trujillo visitó a Mao para enterarse de los pormenores de la acción militar pero continuó hacia Montecristi, Dajabón, Guayubín y Sabaneta para solicitar a la población su colaboración en la captura de Arias.
Ante el desplazamiento defensivo de Arias hacia las colinas ubicadas en la parte central de la provincia Valverde, la burocracia local organizó varios actos en apoyo del régimen. En la tarde del 15 de junio se realizó un mitin de apoyo a Trujillo en el parque Amado Franco Bidó de Mao, en el que participaron, según la crónica del poeta Osvaldo Bazil, más de 500 personas. En el mismo fungió como orador principal Mario Fermín Cabral, quien afirmó que: “… el propósito del Gobierno es el de robustecer una vez más las garantías para todos los ciudadanos». Trujillo observó el acto desde la galería del club Quisqueya y posteriormente se reunió con los alcaldes pedáneos «para recomendarles que inspiren confianza a los campesinos y eviten que sean víctimas de los atropellos”.
Tres días antes del asesinato de Arias, el 17 de junio de 1931, el secretario de Estado de la Presidencia emitió una concisa nota en la cual consignaba oficialmente la persecución judicial de Desiderio Arias, Francisco Morillo y Victoriano Almánzar como autores materiales de la muerte del agricultor Vertilio Reyes, con lo que se pretendía legitimar cualquier acción violenta del ejército y se decretaba de esta manera la muerte del general Arias, quien llevaba todas las de perder debido a que carecía de armas para enfrentar al ya sólido ejército trujillista, temido por toda la población.
Esta «nueva fuerza de modernización» que era el ejército, con el monopolio absoluto de las armas, infundió el temor entre la población, además de que se politizó con gran celeridad. El fracaso del ejército en su función de preservar el orden y proceder apolíticamente fue reconocido por las propias autoridades norteamericanas radicadas en el país. “La población desarmada ya no podía luchar contra un ejército moderno, bien equipado, y bien entrenado. Tampoco podían hacerlo los viejos «generales», sin prestigio y con pocas armas como se evidenció en los casos de Pedro A. (Piro) Estrella (1930), Cipriano Bencosme (1930) y Desiderio Arias (1931)”.
El mismo día 17 de junio se celebró un baile en el club Quisqueya de Mao, dedicado a Trujillo. En nombre del jefe, ofreció las gracias el entonces gobernador de Santiago, Francisco Pereyra hijo, y de acuerdo con la nota de Osvaldo Bazil: “todo respira paz y deseos de sosiego, a pesar de que más de 30 generales están reunidos junto al Presidente, deseosos de cooperar a la extinción del incidente espantadizo que dio lugar a la creencia de que el orden público correría riesgo de ser alterado. La más dichosa paz brilla en Mao como una ofrenda a los hombres de trabajo que abundan en esta próspera región”.
Pocos días antes de la muerte de Arias, Trujillo había expresado, con mucha seguridad, en el comercio de don Emilio Reyes Aranda, ubicado en ese entonces en la calle Independencia, esquina 27 de Febrero, que el general Arias carecía de armas para tumbarlo. Esta versión coincide con la ofrecida por el coronel Cutts, quien seis semanas antes de la muerte de Arias, y en un reporte de inteligencia a Washington, informaba que «Trujillo prácticamente estaba apoyando financieramente a Arias y a sus seguidores y por eso no les temía y se refería a él como “ese pobre viejo” y lo trataba con cierta cordialidad». La incongruencia de estos asertos es notoria, pues si realmente no se le temía al caudillo no había necesidad de trasladar el gobierno a Santiago.
Sobre la defección de los correligionarios de Arias, antes de su muerte, se hizo eco también en la prensa nacional el diputado Virgilio Trujillo, hermano del tirano, quien declaró que: “…los hombres que en el pasado siguieron ciegamente al general Arias, le han dado el frente, porque esos mismos hombres, congregados al lado del general Trujillo, constituyen una vanguardia a la actitud asumida por el general Arias”.
El escenario para «el fin del caudillismo» estaba preparado, y, con la determinación de dirigir las maniobras encaminadas a liquidar el avezado caudillo, Trujillo prácticamente instauró su gobierno en Mao, respaldado por un fuerte contingente militar. El 20 de junio el dictador retornó a Santiago y ese mismo día se produjo la muerte de Arias. La versión oficial difundida sobre la muerte de Arias, a quien se atribuía la conducción del movimiento revolucionario, refiere que este pereció en la mañana del sábado 20 en los cerros de Gurabo (Mao) al ser sorprendido su campamento “por una patrulla del ejército nacional dirigida por Felipe Ciprián”.
De acuerdo con la crónica periodística, al momento de consumarse la acción Arias y sus hombres se hallaban alojados en un rancho en medio de un campo sembrado de maíz, en compañía de unos diez hombres y estaba “posicionado” en uno de los puntos más estratégicos de aquellas lomas, desde donde dominaba la entrada principal y todos los caminos vecinales.
El grupo se hallaba a la expectativa para repeler cualquier embiste, el cual esperaban por el camino, sin calcular que el asalto podía llegarles por otra parte, pues parecían estar seguros de lo inaccesible de aquel sitio por cualquier otra vía. La guerrilla del capitán Felipe Ciprián, secundada militarmente por el general José Estrella y por los tenientes del ejército, González, Mélido Marte y Ludovino Fernández, y apoyada por un conocedor de aquellos terrenos, realizó un rodeo del campamento revolucionario y cayó sorpresivamente sobre el general Arias y sus compañeros”.
Esta versión difundida por los diarios nacionales presenta similitudes con la que expone el aventurero William Burke en sus Memorias:
“Ciprián dejó a Fernández con veinticinco soldados vigilando un costado de la loma, mientras él, con cautela, daba la vuelta con el resto de su equipo para cortarle la retirada del otro lado. Los fugitivos fueron tomados por sorpresa y no tuvieron la oportunidad de hacer gran resistencia, especialmente contra soldados bien entrenados y apertrechados con armas superiores. Varios fueron muertos en sus esfuerzos por escapar, mientras buscaban refugio de árbol en árbol. El mismo Arias fue seriamente herido. Su amigo Salomón (sic) Abad, un rico comerciante sirio, trató de arrastrarlo hacia un lugar seguro. Abad fue también herido, pero salió corriendo y escapó”.
Los hechos, sin embargo, ocurrieron de otro modo, y de acuerdo con testigos de la época no concuerdan con las declaraciones oficiales. La versión más verosímil niega rotundamente la posibilidad de enfrentamiento militar entre las tropas oficiales y las del general Arias, quien, como ya se ha visto, contaba con pocas armas, y plantea que al momento de su muerte, Arias se hallaba acompañado de victoriano Almánzar y del general Francisco Morillo.
Almánzar, quien ya había pactado con Trujillo, hábilmente logró dispersar a varios de los seguidores del caudillo y fue la persona que lo asesinó al propinarle un balazo en la columna vertebral cuando simulaba ayudarlo a cruzar una alambrada. Luego de esto, Almánzar, que ya percibía un salario como miembro de la escolta de Arias, salió disparando tiros al aire y exclamando ¡viva el gobierno!, lo que al parecer formaba parte de los acuerdos con las tropas oficiales. Otra versión, mucho más próxima a la verdad que la del aventurero Burke, la ofrece la historiadora montecristeña Olga L. Gómez, quien, basándose en las memorias de su padre, miembro del séquito de Arias, expone que al avanzar por las lomas de Gurabo, Almánzar iba a la vanguardia y el coronel Bruno de la Cruz a la retaguardia y al realizar un doblez en el camino, el primero imprudentemente exclamó: ¡ahí viene la guardia!, que eran los términos claves de la delación, escapando Almánzar en dirección contraria, resultando completamente ileso mientras Arias caía víctima de una lluvia de proyectiles disparados por las tropas oficiales.
En la época en que ocurrió el acontecimiento se comentó insistentemente que Almánzar, que ya percibía el final de su líder, estaba en componenda con los colaboradores de la dictadura. Este sujeto, con el discurrir del tiempo, entró en contradicción con el dictador, quien le encargó su muerte a otro conocido matón de Mao. El crimen lo observó alguien que en esos momentos realizaba labores de topografía. Luego de la muerte de Arias, muchos de sus seguidores, principalmente los hermanos Torres y los Chacos debieron esconderse, ya que Almánzar los persiguió tenazmente con el objetivo de liquidarlos.
En la refriega contra Arias también cayó víctima de las balas un haitiano llamado Maken, que se encontraba recogiendo tabaco en el área. El aventurero Burke narra una versión carente de fundamento: “… cuando Fernández sacó la cabeza del macuto y la levantó el Presidente bramó de ira. Le ordenó a Fernández que regresara a buscar el cadáver para que se le diera un entierro decente. Ya estaba oscuro cuando regresaron al lugar del enfrentamiento y no pudieron encontrar el cadáver del general… Así que le cortaron la cabeza a otro fugitivo muerto y se llevaron el cadáver a Santiago. Allá, a la luz de las velas, le ajustaron la cabeza de Arias al tieso cadáver, le tiraron una sábana por arriba y se fueron. Desgraciadamente, Arias había sido un hombre de tipo muy negro y el cadáver que le habían pegado era de un amarillo fuerte.
El ingeniero Pedro Delgado Malagón refuta la descripción de Burke sobre el destino del cadáver de Arias, para lo cual se fundamenta en el testimonio de su abuelo, el médico militar Ángel Delgado Brea.
Relata que el doctor Delgado recibió instrucciones de «preparar instrumental y materiales sanitarios de emergencia», y luego se le invitó a ocupar el asiento de uno de los carros de la caravana encabezada por Trujillo. Al arribar a la barca utilizada en esa época para cruzar el río Yaque del Norte para llegar a Mao, el teniente Ludovino Fernández le informa a Trujillo: “General, allá le tengo la cabeza de Desiderio” y Trujillo, contrariado, le respondió: “muy mal hecho”.
Al llegar a la alcaldía comunal, a la sazón ubicada en la calle 27 de Febrero esquina Trinitaria, en donde actualmente están las oficinas de correos de Mao, Trujillo le indicó al doctor que la cabeza de Arias estaba en la gaveta de un escritorio y había órdenes de traer el resto del cuerpo, ordenándole su preparación, procurando “que no se advierta que la cabeza ha sido cercenada”. El cuerpo de Arias lo trasladaron a Santiago y luego a Montecristi donde finalmente lo sepultaron, a solicitud de su viuda, Pomona Navarro, a quien visitó Trujillo para ofrecerle sus condolencias.
El mismo día de la muerte de Arias, el tirano, con su peculiar capacidad para la simulación, aseveró públicamente que: «he sido el primero en lamentar la caída de quien fue mi aliado y mi amigo, de quien no tuvo del Gobierno y de mi propia persona, sino poderosos motivos de gratitud y a quien hasta no hace 48 horas intenté, con todo género de leales ofertas, sustraer a los designios que le reservaba la suerte de las armas”. Trujillo planificó muy cuidadosamente la muerte del general Arias debido a que éste ostentaba la condición de senador de la República por la provincia de Montecristi.
El primer paso consistió en eliminar a sus principales colaboradores; en segundo lugar, Trujillo doblegó al caudillo mediante una serie de humillaciones como la presión para que renunciara a la senaduría y su apresamiento por la banda de matones conocida como « la 42», que lo obligaron a subordinarse ante el incipiente poder despótico.
Cuando Arias se percató del carácter autocrático del régimen que él había contribuido a erigir ya carecía de posibilidades para enfrentarlo. Mientras todo esto ocurría, el poderoso aparato ideológico del régimen despótico se encargaba de divulgar la imagen de Arias como el prototipo del sujeto perturbador, enemigo de la paz y del progreso.
En la propia comunidad de Gurabo, Trujillo celebró la “fiesta de la paz” en la que reunió a un gran número de campesinos. A esta actividad asistieron muchos de los antiguos prosélitos del general Arias. En el acto, Trujillo aprovechó la oportunidad para contrarrestar la simpatía que
todavía en esa comunidad se sentía por el ultimado general y expresó, en tono demagógico: “… en lugar del cabecilla que os reunía para repartiros armas prohibidas y concitaros a la revuelta, surge hoy el conductor de trabajadores que poniendo en vuestras manos modernos implementos de cultivo os enseña el camino de la felicidad”.
Un mes después de la muerte de Arias la dictadura hizo publicar una carta con los nombres de los más connotados ciudadanos de la todavía común de Mao y Esperanza así como de todas las secciones rurales de ambas, en las que supuestamente se adherían al partido que gestaba Trujillo.
Encabezando a los firmantes, por ejemplo, se encontraba paradójicamente el señor Francisco Leovilgildo Madera (Panchito), reconocido crítico de la dictadura y quien fuera asesinado por órdenes de Trujillo a mediados de 1950. Luego del nombre de Panchito aparecían otros miembros de la antitrujillista familia Madera como Rafael (Feso), Alberto, Francisco, Ismael, José Dolores y Ulpiano (Nanito). Posteriormente la familia Madera encabezaba la lista de los «amigos indiferentes» al régimen de Trujillo, junto a Dimas Rodríguez, Lilo Rodríguez y Dimas Rodríguez hijo.
Además se incluían los nombres de otros reconocidos desideristas como Abel Bonilla, Rafael Reyes Lozano, Gerardo Rodríguez, etc. En realidad, desde que se comenzó a gestar el Partido único trujillista, los ideólogos del régimen hacían publicar en los periódicos enormes listas de personas que supuestamente se adherían al mismo, pero luego muchos de los que aparecían firmando enviaban cartas desmintiendo la adhesión.
La muerte de Arias dejó huellas indelebles en la sociedad de Mao y durante largos años el ejército nacional no les dio cabida a los aspirantes a ser miembros de ese cuerpo nativos de aquí, lo que pone en evidencia la suspicacia que mantuvo el tirano hacia los habitantes de Mao. De la pequeña comarca de Gurabo, como ha observado Andrés L. Mateo, «partió un nuevo tipo de dominicanos, bautizados para “la paz” en ese hecho de sangre”. El material que aparece en este trabajo fue cedido a El Nacional por el historiador y catedrático Rafael Darío Herrera Rodríguez.
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