Coincidiendo con la polémica que se ha desencadenado en España sobre el futuro destino de los restos mortales de Francisco Franco, se viene detectando en Alemania el temor a que los grupos de extrema derecha intenten convertir las ruinas de Berghof, la residencia de descanso de Adolf Hitler, en un destino de peregrinación para neonazis nostálgicos, como publicaba The Guardian Weekly (05-10-18).
Situado en los Alpes Bávaros, muy cerca de la frontera austriaca, el chalet conocido como Berghof tuvo una gran vinculación con la vida del dictador nazi. Durante la 2ª G.M. fue su segundo puesto de mando, tras la Cancillería del Reich en Berlín. Aunque en él se planificó el Holocausto y se discutieron detalles de la guerra y de otras atroces brutalidades, también sirvió como bucólico escenario de montaña para populares imágenes de un Hitler relajado que jugaba con su perro, acariciaba niños y recibía a dignatarios extranjeros, donde Eva Braun actuaba como anfitriona de los gerifaltes nazis que ocupaban villas vecinas.
Bombardeado en los últimos días de la guerra, en 1952 el Berghof fue definitivamente arrasado, por decisión del Gobierno de Baviera, y su solar plantado con árboles de rápido crecimiento que ayudaran a olvidar los terrenos donde paseó el genocida y ocultaran los restos arquitectónicos de sus cimientos.
En 1999 se instaló no lejos de él un Centro de Documentación, un pequeño museo para recordar la barbarie nazi y contribuir a frenar la afluencia de nostálgicos que deseaban visitar la “casa de Hitler”. En sus alrededores hay cruces gamadas trazadas en los árboles y los letreros indicativos son pintarrajeados a menudo con simbología hitleriana. Con al auge de la extrema derecha en Hungría y la República Checa, han empezado a llegar autobuses turísticos de ambos países para visitar lo “que queda de Hitler”.
Para contrarrestar esta peligrosa tendencia, el Instituto de Historia Contemporánea de Munich, del que depende el Centro, ha decidido ampliarlo dotándole con 21 millones de euros. Su director, Mathias Irlinger, cree que ya no se puede ignorar el problema: “No basta con señalar que aquí vivió Hitler, si a la vez no se insiste en que en el mismo lugar se decidió invadir Polonia [desencadenando la 2ª G.M. con su horrible secuencia de muerte y destrucción] y se planeó el Holocausto”.
En la ampliación del museo se intenta crear una conexión entre la imagen de Hitler como un cordial anfitrión que visitaba la Ópera de Salzburgo y la del criminal que llevó la muerte a millones de europeos. Se resaltará, por ejemplo, la historia de Dora Reiner, una vecina de la localidad que las SS calificaron como judía y, en consecuencia, fue enviada a Munich y luego a un campo de concentración en Kaunas. Se exhibirán los documentos pertinentes, incluyendo el que revela cómo fue víctima de un fusilamiento masivo nada más llegar a Lituania. Como detalle macabro, se mostrará un recorte de la prensa local que anuncia que sus pertenencias han sido puestas a la venta.
El pasado año visitaron el museo 170.000 personas. Aunque el personal que lo atiende debe responder a las preguntas de los visitantes, también necesita detectar a los que acuden por motivos tortuosos: “A veces nos es difícil. A los skinheads [cabezas rapadas] se les identifica fácilmente, pero hay gente más astuta… saben cómo provocar, cómo plantear preguntas difíciles e iniciar discusiones que es tedioso rebatir”.
Irlinger cree que todavía los alemanes solo han empezado a hablar del pasado: “Hubo un primer momento, al acabar la guerra, cuando mucha gente deseaba olvidar… Luego vino la segunda generación, con las protestas estudiantiles de 1968 y el pueblo empezó a hacer preguntas. Pero nadie recordaba sitios como el Berghof, con las amables imágenes de Hitler. La tercera generación va a estos sitios. Podemos contemplar ahora la propaganda nazi; tenemos fuerza suficiente para ello. Y tenemos la obligación de recordar y permanecer alerta”.
Franco y Hitler fueron aliados y compartieron ideologías y prácticas dictatoriales. Las variables circunstancias históricas les llevaron a distintos destinos, pero su recuerdo sigue encendiendo pasiones y sentimientos que es preciso sacar a la luz para que ambos pueblos, españoles y alemanes, reconozcan su Historia y puedan seguir su camino. En este proceso, Alemania va adelantada y en España convendría observar lo que allí se hace para reconciliar el hoy con el ayer.
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