Las últimas dos semanas, Manhattan se ha plagado de los grandes mandatarios mundiales -el Papa Francisco incluido- con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas, que este año celebra su 70 aniversario. Ocurre cada final de septiembre, y la isla neoyorquina, sobre todo las calles del Este de Midtown, se convierten en un caos de barricadas policiales, cortes de tráfico y ejércitos de miembros de seguridad del servicio secreto, guardaespaldas y policías militares.
Los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo encuentran alojamiento en los hoteles de lujo de esta zona de Manhattan: Barack Obama ha cambiado este año el célebre Waldorf Astoria-se rumoreó que por temor a espionaje- por el Palace. El cambio de sede ha dejado más espacio para otros mandatarios: el presidente de China, Xi Jinping, y sus homólogos de India y Pakistán, Narendra Modi y Nawaz Sharif, se quedaron en el Waldorf.
Donald Trump salió al rescate del dictador, y le alquiló un terreno en Bedford, al Norte de Nueva York. Hasta allí llegaron las telas delicadas, los abalorios y las obras de arte para el cámping de lujo, pero parece que Gadafi no pudo dormir allí ninguna noche. El equipo legal de la localidad amenazó con demandar a Trump por la vía criminal, el campamento tuvo que ser desmantelado en dos ocasiones y la compañía del multimillonario se excusó diciendo que no era consciente de que el alquiler fuera para Gadafi.
Trump, experto en conseguir que el viento le empuje aunque venga de cara, utilizó el incidente a su favor. El candidato a la presidencia republicano -y todavía favorito, contra pronóstico, en las primarias- alardeó años después de su hazaña: «Le alquilé un terreno», dijo magnate a Fox News. «Me pagó por una noche más de lo que produce la finca durante dos años, y después no le dejé usarla».
La nómina de moradores controvertidos no acaba en los dictadores. Por ejemplo, Reza Zarrab, un hombre de negocios iraní, al que se acusa de orquestar el sistema por el que la República Islámica ha evitado en parte las sanciones económicas de los países occidentales, tenía su oficina alquilada a Trump -el mismo que dijo que doblaría las sanciones a Irán-. Esta semana también se ha conocido que el ex presidente de la federación brasileña de fútbol, Jose Maria Marin, pagará 9 millones de euros a las autoridades de EE.UU. para que le permitan cumplir su arresto domiciliario -está imputado por la causa de corrupción en la FIFA- en su apartamento en este rascacielos.
Pero es muy posible que a Trump no le incomode que se le relacione con líderes de regímenes autoritarios. En su montaña rusa de declaraciones sobre política exterior, ha dicho que EE.UU. «nunca debería haber abandonado a Hosni Mubarak» en Egipto, ha defendido mantener contactos con Corea del Norte y ha pronosticado que «tendría una gran relación» con Vladimir Putin. «Amo a los saudíes», dijo antes de criticar la relación de la Casa Blanca con Arabia Saudí en la presentación de su candidatura a la presidencia, «muchos viven en este edificio». Hablaba desde la Trump Tower.
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