El desencanto del ciudadano por los políticos profesionales llegó para quedarse
En cuestión de semanas Guatemala le ha dado a América Latina, y a México en particular, dos lecciones. La primera es admirable, la segunda más que cuestionable. A principios de septiembre la indignación de los guatemaltecos por la corrupción de sus autoridades obligó a Otto Pérez a renunciar a la presidencia del país. Algo que parecería un sueño inalcanzable para la mayoría de los ciudadanos del resto del continente. Semanas más tarde eligieron por abrumadora mayoría a Jimmy Morales para sustituir a Pérez; un cómico de profesión vinculado al partido de generales golpistas señalados por sus violaciones a los derechos humanos.
Que Jimmy Morales se ganara la vida haciendo reír a sus paisanos no significa que será un mal presidente. Después de todo el éxito de un comediante descansa en el ingenio y en la sensibilidad para reaccionar al estado de ánimo del público. El problema con Morales es que gana las elecciones gracias a su popularidad más que a sus propuestas de gobierno. Un discurso obsesivo en contra de los políticos y la corrupción, y poco menos. Muchas referencias a Dios y al cristianismo y casi ninguna idea para resolver los problemas abismales que padece Guatemala. En ese sentido, la decisión de los ciudadanos constituye un salto al vacío, una apuesta de alto riesgo.
¿Será el futbolista Cuauhtémoc Blanco un buen presidente municipal para Cuernavaca? ¿La comediante Carmen Salinas una diputada aceptable? ¿Jimmy Morales un mandatario decente? En gran medida fueron elegidos porque no pertenecen a la clase política; allí reside el atractivo pero también los peligros que entraña. El hecho de que los votantes recurran a civiles sin experiencia en la administración pública da cuenta del profundo desencanto del ciudadano con los políticos y los riesgos que estamos dispuestos a correr para evitarlos.
La profunda crisis que padece el partido republicano, que no encuentra la manera de deshacerse de un precandidato como Donald Trump, se inició cuando le ofrecieron a Sarah Palin la vicepresidencia en la campaña de McCain por la Casa Blanca en 2008, dice el analista William Daley. Palin constituyó el caballo de Troya para la entrada del discurso vociferante e irracional en lugar del conocimiento, el cliché emotivo en sustitución de las propuestas de solución, la intolerancia demagógica y simplista contra el análisis ponderado y la búsqueda de soluciones basadas en la negociación.
Los partidos llevan tanto tiempo convertidos en clubes cerrados para beneficio de los políticos que parecen haber olvidado su función
Los partidos políticos se encuentran hoy en una encrucijada. Estuvieron tanto tiempo vigilando el espejo retrovisor para no ser rebasados por el carril de la izquierda que no se dieron cuenta de cuándo fueron superados por el carril de descanso. El verdadero peligro para el PRI en este momento no es el PAN o el PRD, sino la emergencia de un Jimmy Morales que aparezca de la nada. Tal como lo hizo Jaime Rodríguez, El Bronco, para conquistar la gobernatura en Nuevo León hace unos meses.
Y no es una encrucijada de fácil resolución. El desencanto del ciudadano por los políticos profesionales llegó para quedarse. Los partidos políticos pueden ignorarlo y arrostrar el riesgo de ser vencidos por los Broncos del futuro inmediato o pueden invitar a sus propios Chicharito Hernández, Galilea Montijo y Raúl Araiza o equivalentes. Es decir, seguir el camino del partido republicano con Sarah Palin. Y desde luego, tampoco se descarta que encuentren un garbanzo de libra por ese camino.
Pero también podrían recordar su razón de ser como canales de expresión de los intereses ciudadanos en la arena política. Llevan tanto tiempo convertidos en clubes cerrados para beneficio exclusivo de los políticos que parecen haber olvidado su función. Una correa de transmisión que dejó de serlo y nos ha obligado a improvisar atajos improvisados y de difícil pronóstico. Y allí están Jimmy Morales y El Bronco para recordárnoslo, para bien o para mal, usted juzgue.
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