Por Felipe González y Mounu Prem
Por Felipe González y Mounu Prem
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El 5 de octubre de 1988 Augusto Pinochet “corrió solo y salió segundo”. El plebiscito tenía un objetivo claro: validar a Pinochet y sus aliados en el ámbito nacional e internacional. Pero los chilenos decidieron lo contrario y la transición a la democracia comenzó. No es de extrañarse, la forma más común en que terminan los regímenes autoritarios es precisamente perdiendo elecciones que ellos mismos organizan. ¿Cuáles son las razones detrás de estas derrotas electorales? ¿Por qué ganó el NO? En esta columna resumimos el naciente trabajo académico en economía y ciencia política que intenta responder estas preguntas usando métodos cuantitativos.
El plebiscito fue el tercero de cuatro referéndums que utilizó Pinochet durante su período en el poder. La validez de los realizados en 1978 y 1980 se ha puesto seriamente en duda debido a una serie de irregularidades en el proceso. La historia de esos dos primeros referéndums despertaba preocupaciones, pero el tercero, el de 1988, fue distinto. Aquí hubo registros electorales, organización de la oposición, campañas políticas (además televisadas) y un monitoreo doméstico e internacional que hacía de éste un proceso relativamente organizado, libre, y con una sensación de legitimidad. Parece fácil concluir que esta verdadera infraestructura democrática animó a muchos a participar del proceso. De hecho, más de siete millones de personas se registraron para votar, casi dos millones más que los votantes de 1978 y un millón más que en 1980.
Parte de las preferencias políticas manifestadas en 1988 responden a eventos ajenos a lo sucedido después de septiembre de 1973. Hay algunos que habrían votado por Pinochet sin importar qué se hizo durante su régimen. Hay otros que siempre estuvieron en contra de esa dictadura y de la clase política que la apoyó, independiente de lo sucedido. De hecho, si tomamos las votaciones a nivel comunal, el poder predictivo del apoyo político a Salvador Allende y Jorge Alessandri en 1970 sobre los votos por el NO es sorprendente. Y después está el resto: aquellos que no votaban y que ahora sí decidieron (o podían) hacerlo, aquellos que votarían que SÍ o NO dependiendo de cómo percibían lo que pasó durante el régimen. Y pasaron muchas cosas.
¿Cuánto sabía la ciudadanía de las políticas del régimen y de la represión focalizada para “extirpar el cáncer marxista”, como anunció el comandante en jefe de la FACH, general Gustavo Leigh? En un contexto dictatorial, con un control estricto de los medios de comunicación, la información que recibe la población proviene del ámbito local. Que los medios de comunicación negaran la represión era algo común. Como aquel día de febrero de 1977, con la famosa portada de La Segunda: “No hay tales desaparecidos”. Solo un puñado de revistas intentó batallar contra la maquinaria comunicacional del régimen: David contra Goliat. Es en esas situaciones cuando lo que sucede en la comuna de residencia o de trabajo se vuelve crucial, una de las pocas fuentes de información confiable se origina en los acontecimientos que experimentan los más cercanos.
El 5 de octubre de 1988 Augusto Pinochet “corrió solo y salió segundo”. El plebiscito tenía un objetivo claro: validar a Pinochet y sus aliados en el ámbito nacional e internacional. Pero los chilenos decidieron lo contrario y la transición a la democracia comenzó. No es de extrañarse, la forma más común en que terminan los regímenes autoritarios es precisamente perdiendo elecciones que ellos mismos organizan. ¿Cuáles son las razones detrás de estas derrotas electorales? ¿Por qué ganó el NO? En esta columna resumimos el naciente trabajo académico en economía y ciencia política que intenta responder estas preguntas usando métodos cuantitativos.
El plebiscito fue el tercero de cuatro referéndums que utilizó Pinochet durante su período en el poder. La validez de los realizados en 1978 y 1980 se ha puesto seriamente en duda debido a una serie de irregularidades en el proceso. La historia de esos dos primeros referéndums despertaba preocupaciones, pero el tercero, el de 1988, fue distinto. Aquí hubo registros electorales, organización de la oposición, campañas políticas (además televisadas) y un monitoreo doméstico e internacional que hacía de éste un proceso relativamente organizado, libre, y con una sensación de legitimidad. Parece fácil concluir que esta verdadera infraestructura democrática animó a muchos a participar del proceso. De hecho, más de siete millones de personas se registraron para votar, casi dos millones más que los votantes de 1978 y un millón más que en 1980.
Parte de las preferencias políticas manifestadas en 1988 responden a eventos ajenos a lo sucedido después de septiembre de 1973. Hay algunos que habrían votado por Pinochet sin importar qué se hizo durante su régimen. Hay otros que siempre estuvieron en contra de esa dictadura y de la clase política que la apoyó, independiente de lo sucedido. De hecho, si tomamos las votaciones a nivel comunal, el poder predictivo del apoyo político a Salvador Allende y Jorge Alessandri en 1970 sobre los votos por el NO es sorprendente. Y después está el resto: aquellos que no votaban y que ahora sí decidieron (o podían) hacerlo, aquellos que votarían que SÍ o NO dependiendo de cómo percibían lo que pasó durante el régimen. Y pasaron muchas cosas.
¿Cuánto sabía la ciudadanía de las políticas del régimen y de la represión focalizada para “extirpar el cáncer marxista”, como anunció el comandante en jefe de la FACH, general Gustavo Leigh? En un contexto dictatorial, con un control estricto de los medios de comunicación, la información que recibe la población proviene del ámbito local. Que los medios de comunicación negaran la represión era algo común. Como aquel día de febrero de 1977, con la famosa portada de La Segunda: “No hay tales desaparecidos”. Solo un puñado de revistas intentó batallar contra la maquinaria comunicacional del régimen: David contra Goliat. Es en esas situaciones cuando lo que sucede en la comuna de residencia o de trabajo se vuelve crucial, una de las pocas fuentes de información confiable se origina en los acontecimientos que experimentan los más cercanos.
LA REPRESIÓN Y EL PLEBISCITO
Junto con investigadores de la Universidad de Chicago y de la Universidad de California hemos estado estudiando el efecto que tuvo la represión organizada por el Estado en los resultados del plebiscito de 1988 (vea el estudio “The geography of repression and support for democracy: Evidence from the Pinochet dictatorship”). Para poder estudiar cuantitativamente el impacto de la represión en el plebiscito de 1988, hemos recopilado información acerca de todas las bases militares operando justo antes del comienzo de la dictadura. Con estos nuevos datos, construidos a partir de libros históricos [1], información disponible en bibliotecas militares y solicitudes de transparencia, en conjunto con los datos provenientes del Informe Rettig, podemos estudiar cuantitativamente la organización de la represión y observar, por primera vez, la dimensión geográfica de los crímenes cometidos.
Nuestros resultados utilizan métodos estadísticos modernos y muestran con claridad que la represión fue más brutal en lugares geográficamente cercanos a las bases militares. Comunas con bases militares fueron las que más sufrieron, pero también aquellas sin bases militares, pero que eran vecinas de aquellas comunas que sí contaban con ellas.
Episodios como la “Caravana de la Muerte” confirman esta intuición: los helicópteros utilizados por el general Sergio Arellano Stark aterrizaban rutinariamente en bases militares y desde ahí organizaban sus operaciones. Solo se salvaron aquellos lugares suficientemente alejados de la dispersión geográfica militar. La cercanía a estos edificios militares aumentó el número de centros de detención y el número de asesinados, detenidos desaparecidos y torturados. Más aún, nuestro análisis estadístico también muestra por primera vez que en lugares con mayor represión hubo más inscritos para sufragar y la votación por el NO fue mayor.
Nuestra principal conclusión es que la represión de la dictadura parece haber contribuido a su fin y por lo tanto a la vuelta a la democracia.
Pero la ubicación geográfica de las bases militares no ocurre de manera esporádica y caótica. De hecho, su construcción responde a coyunturas históricas y son usualmente decisiones altamente estratégicas. Una parte importante de las instalaciones militares que se encontraban disponibles en septiembre de 1973, fueron construidas al comienzo de la República (1810-1830). Y otras tantas se instalaron durante la Guerra del Pacífico (1879-1884) por razones estrictamente bélicas. Así es como aquellos acontecimientos que ocurrieron hace más de cien (o incluso doscientos) años pueden afectar eventos políticos y sociales mucho tiempo después. La historia detrás de la historia.
¿Por qué en lugares que experimentaron mayor represión hubo un mayor número de personas que acudió a inscribirse en los registros electorales y una mayor votación por el NO? ¿Es este un voto partidista? Nuestro análisis sugiere que la represión que ejerció el Estado a través del país activó un fuerte movimiento que tenía como objetivo volver a la democracia. Ni un voto por la Concertación ni un voto contra los partidos que apoyaban a Pinochet.
Para llegar a esta conclusión estudiamos estadísticamente cómo votaron aquellos lugares con mayor represión en las elecciones presidenciales de 1964, 1970 y en todas aquellas después del retorno a la democracia. Los resultados nos sorprendieron. Comunas con mayor represión durante la dictadura no votan distinto, ni antes ni después de la dictadura. No hay más votos por la izquierda, ni más votos por la Concertación, ni menos votos por la derecha. La excepción es la elección presidencial de 1989, realizada aún en dictadura y con un ministro de Pinochet compitiendo por ser electo Presidente de la República. La represión llevó a una votación distinta solamente cuando había que votar por volver a la democracia. Un voto contra la dictadura, un voto por la democracia.
LA INFORMACIÓN Y LAS POLÍTICAS
Las campañas televisivas ayudaron a difundir masivamente la represión y otras acciones del régimen y fomentaron la coordinación de la ciudadanía. El rol de la televisión ha generado debates, en el que algunos han criticado que se haya vanagloriado el efecto publicitario a costa de minimizar la importancia del carácter antidemocrático del régimen y la organización política de la oposición. Pero esta es una falsa tensión argumentativa.
Los spots de quince minutos que se transmitieron diariamente revelaron mucha información que gatilló conversaciones y una rápida actualización de las percepciones respecto al funcionamiento de la dictadura, enfatizando la represión, que no había tenido un espacio mediático en el ámbito nacional. No debiera sorprendernos que las campañas puedan haber sido el impulso necesario que se requería para votar contra Pinochet, tal y como lo muestra un puñado de artículos que estudian el rol de las campañas usando herramientas estadísticas.
Las políticas económicas también pueden haber influido en la votación. ¿Cómo votaron aquellos trabajadores afectados económicamente de manera negativa o positiva debido a la liberalización económica? ¿Y aquellos cercanos a las empresas que se beneficiaron de la apertura comercial? ¿Los que vieron cómo sus vidas cambiaron con la crisis económica de 1982? ¿Los que sufrieron y fueron (o no) ayudados después del terremoto de 1985? Las circunstancias personales, económicas y sociales, son poderosos gatilladores de las preferencias políticas. Queda mucho por aprender, pero es crucial que sigamos reconstruyendo cuantitativamente la implementación de las políticas, el funcionamiento de las Fuerzas Armadas, y el ordenamiento de las autoridades locales durante los años de Pinochet. Falta, pero vamos avanzando.
REFERENCIA:
[1] González Salinas, T. C. E. (1987): “Reseñas Históricas de las Unidades e Instituto del Ejército de Chile”. Estado Mayor General del Ejército de Chile. Biblioteca Militar. Santiago: Talleres Gráficos del Instituto Geográfico Militar.
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