Tiempos recios no es una novela. Mario Vargas Llosa ha escrito un buen reportaje basado en La rapsodia del crimen (2017), el libro de su amigo dominicano Tony Raful que atribuye al dictador Rafael Leonidas Trujillo el asesinato de Carlos Castillo Armas, el presidente impuesto en Guatemala por Estados Unidos en 1954.
Trujillo colaboró con la CIA en el golpe de Estado contra la Revolución Democrática de Jacobo Árbenz y, cuando Castillo Armas ya no les servía, la CIA participó en la conspiración de Trujillo para eliminarlo y llevar a la presidencia al general Miguel Ydígoras, un dictador de verdad como su gran amigo dominicano.
En el reportaje se combinan la versión que sostiene Raful de aquel asesinato y el relato de Vargas Llosa sobre la intervención golpista de Estados Unidos en Guatemala.
Esperábamos otra gran novela del Premio Nobel sobre el guatemalazo, como La Fiesta del Chivo en torno al asesinato de Trujillo en la República Dominicana, pero da la sensación de que ha escrito 350 páginas para enmarcar en las dos últimas sus conclusiones en forma de editorial: “Ese golpe militar contra Árbenz fue una gran torpeza de Estados Unidos, un triunfo pasajero, inútil y contraproducente”. Considerar una torpeza contraproducente la amputación de la democracia en Guatemala, paradigma del imperialismo estadounidense en América Latina, no parece la conclusión más adecuada para la cultura política que se le supone a tan buen novelista.
En Tiempos recios tiene que reconocer que Árbenz no era comunista (acusación disparada desde Washington para justificar la intervención) pero reproduce las rancias acusaciones que intentaron desprestigiarlo: que fue un alcohólico, un incauto mal aconsejado y un cobarde que renunció en vez de pelear.
Esta falsa novela de Mario Vargas Llosa desemboca en una formidable paradoja. Después de tantos años de su inagotable diatriba contra las supuestas perversiones de la Revolución Cubana, en el editorial de las dos últimas páginas admite que el guatemalazo pudo provocar la reacción de que “era indispensable para la Cuba revolucionaria aliarse con la Unión Soviética y asumir el comunismo si la isla quería blindarse contra las presiones, boicots y posible agresiones de los Estados Unidos”.
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