Pablo Gomez Borbon
Decía el humorista francés Coluche que los cómicos dejarían de meterse con el trabajo de los políticos cuando los políticos dejaran de meterse con los cómicos. Y tenía razón. El humor político es esencial para el desarrollo cívico de una nación. Contribuye a aliviar el malestar de los gobernados. Los empodera. Y sobre todo disminuye el poder de gobiernos tan todopoderosos como el nuestro.
Nuestros políticos derrochan una proporción importante de nuestro dinero. Del que pagamos en impuestos. Del que obtienen mediante préstamos internacionales que hacen en nuestro nombre, sin nuestro consentimiento y que las generaciones futuras tendrán que pagar. De estas y muchas otras formas se burlan a diario de nosotros nuestros políticos. Lo mínimo que podemos hacer, en consecuencia, es burlarnos de ellos. De esa manera liberamos tensión y les hacemos ver que no nos cogen de mojiganga. (Pero hace falta actuar de otras maneras).
Hace ya años que existe la caricatura política. Las hay de muy buena calidad. Pero su humor es muy correcto. Les falta sarcasmo, irreverencia, insolencia. Es un humor muy respetuoso. Nuestros políticos, que nos irrespetan a diario, no se lo merecen. En Europa, muchos humoristas consideran que el humor político no debe tener límites. Que para él no existen ni temas tabúes ni vacas sagradas. El humor político debe atacarlo todo: las taras físicas o morales de los políticos. Sus secretos más oscuros. Su vida privada. Sus aventuras. Es lo menos que se merecen.
Este tipo de humor requiere de coraje. Hace falta un compromiso absoluto con el mismo. Sus consecuencias pueden ser terribles. El caso de los atentados contra Charlie Hebdo es un ejemplo extremo. Pero estos no detuvieron el humor sarcástico de la publicación francesa. Los humoristas continuaron con la misma línea, sin amilanarse. Porque era imprescindible.
El humor político forma parte de la libertad de expresión. Es quizás uno de los métodos de comunicación más eficaces. Unos pocos trazos pueden ser tan críticos con el gobierno como una larga columna. En momentos en que la libertad de expresión se ve amenazada por los intentos de censura del gobierno, el humor político mordaz e insolente se hace imprescindible. Un ejemplo de este tipo de humor lo personifica Enrique Pinti, cuyos monólogos contra los gobernantes argentinos es feroz.
En El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, Jorge de Burgos asesina a todos los monjes que osaron leer el que es probablemente el único ejemplar del segundo libro de la Poética de Aristóteles. Dicho libro trata sobre la risa, que el monje español no se toma a la ligera porque “la risa mata el miedo”. O como lo expresa un crítico de esta obra maestra, la risa posee una “fuerza liberadora y antitotalitaria”.
“El poder aborrece el vacío”, ha dicho alguien. Si el humor político debilita a los políticos, entonces fortalece simultáneamente a la sociedad civil. Burlarse de los políticos es una forma de hacer patriotismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario