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viernes, 15 de diciembre de 2017

El teniente que ejecutó a Manolo Tavárez

El teniente que ejecutó a Manolo Tavárez
Tony Raful
Hannah Arendt, la filosofa judía que escribió sobre la “banalidad del mal” a propósito del verdugo nazi, Adolf Eichmann, dijo  que Eichmann no era un “Yago” ni un “Macbeth” y que nada pudo estar más  lejos de sus intenciones que resultar ser un villano. Adolf Eichmann carecía de motivos para
Al materializar crímenes horribles no actúan por voluntad propia sino por una tradición homicida  que exige la suspensión de todo discernimiento, absolutamente desprovistos de juicio moral.  
El teniente de la Fuerza Aérea Dominicana que dirigió el fusilamiento del doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo y sus compañeros, alzados  en defensa de la constitucionalidad en las montañas dominicanas en el atardecer mortecino del 21 de diciembre de 1963, tuvo tiempo de conversar  con el líder del 14 de junio, antes de proceder a ejecutarlo, según lo narró, ya  jubilado de la milicia, en un Club de pilotos civiles a mediado de los años 70 del siglo pasado, en presencia de un hermano de quien escribe.
En su relato el susodicho teniente, en medio de una alegre ingesta de alcohol, expresó que el doctor Tavárez Justo le explicó las razones de su rebelión, con palabras tan bonitas, que él estuvo casi convencido  y pensó en no matarlo, pero que finalmente sabía que si él no lo mataba lo matarían otros, además tendría la oportunidad de lograr un ascenso en su carrera militar. Ante los contertulios impresionados por su relato, dijo que le quitó el anillo de graduación que llevaba  en los dedos de la mano el doctor Tavárez Justo, y que después de su muerte se lo hizo llegar a sus familiares. Ese anillo había pertenecido a la heroína Minerva Mirabal.
Ese teniente no dialogó con su propia conciencia, no tuvo discernimiento, ejecutó el mal sin sentirse parte consciente del crimen. Su argumento de que si no mataba a Tavárez Justo, o sea, si lo dejaba con vida, acogiéndose a las garantías que el Triunvirato había dado garantizando su vida, de todas maneras lo iban a matar, y para que lo matara otro lo mataba él, capitalizando el ascenso, ya que él comandaba la patrulla.  
La banalidad del mal de que nos habló Hannah Arendt, se expresa sin sentimiento de culpabilidad, la  vida de un ser humano que se entrega no merece ser respetada, porque hay un código de obediencia empotrado en la mente militar, que hace innecesario pensar como seres civilizados. La nobleza como valor desaparece ante  la línea vertical de la institución. Matar a un ser humano que se rinde no comporta penalidad de la conciencia. El teniente lo decía con cierto sentido de proeza, convertido en un ser superfluo, no era necesario para el remordimiento, no se preguntó nada, y el homicidio, o sea el mal, se convirtió en banal, en trivial, en insípido, sin juicio moral. El teniente rehusó convertirse en un ser humano. No era un Yago ni un Macbeth.

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