POR ELVYS RUIZ
No viví durante el régimen despótico del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina. Nací 4 años después de su muerte en medio de la guerra de abril de 1965. Sin embargo, no fue necesario vivir en esa época para conocer el carácter del déspota, su sangriento poderío de 31 años y las atrocidades de lesa humanidad que se cometieron durante su mandato.
Me imagino que debió haber sido difícil para los hombres y mujeres dominicanas de esa época, vivir privados de libertad y atemorizados ante el constante acoso que los informantes del régimen conocidos como ‘calies’ o ‘chivatos’ llevaban a cabo para intimidar a la población.
Durante ese régimen, se obligaba a los ciudadanos mayores de 16 años a portar ‘los tres golpes’, es decir la cédula de identidad, el carnet de servicio militar obligatorio y ‘la palmita’, que era el carnet de inscripción en el Partido Dominicano (único partido político del país). La consecuencia de no llevar alguno de estos documentos, significaba caer en desgracia con el gobierno.
Trujillo contó con una maquinaria pensadora que fabricaba maneras de legítimamente aplastar a todo aquel que por suspicacia, no fuera bien visto por las autoridades. Y en ese sentido se crearon leyes como aquella de 1930 que castigaba la “vagancia”.
Todo lo que se publicaba y se decía tenía que ser favorable al régimen o de lo contrario se corría la suerte de la censura y la punición. Se prohibió de igual manera la libertad de culto y solo el catolicismo se podía profesar. Toda actividad era estrictamente vigilada, desde los medios de comunicación hasta las entidades gubernamentales, que dicho sea de paso se caracterizaban por ser instituciones paramilitares.
A las familias dominicanas se les obligaba a asistir a las festividades de cumpleaños de Trujillo con la finalidad de que se percibiera públicamente que la gente le adoraba.
El hermano del dictador, Héctor Bienvenido Trujillo, quien ostentaba el rango de jefe del Estado Mayor del Ejército y luego Presidente de la República, tenía dentro de sus funciones claves el adoctrinamiento de los militares a fin de que estos veneraran a Trujillo y defendieran sus despiadadas acciones. Esto se evidenciaba en la revista militar, órgano del Ejercito Nacional, donde al pie de algunas páginas se destacaba la siguiente expresión:
“¡Soldado, recuerda siempre que tu lema es lealtad y adhesión incondicional y eterna al Generalísimo Trujillo”.
Pero estos militares tenían que hacer mucho más para demostrar su lealtad al jefe, debían también ayudar con el financiamiento de la revista, como lo indicaba un anuncio que aparecía en la última página de cada ejemplar, con el siguiente enunciado:
“Militar, si deseas que esta revista sea una publicación digna de la patria, de Trujillo y del Ejército, es indispensable que aportes tu entusiasmo y tu cooperación”.
De igual manera los militares, al igual que los comerciantes debían aportar económicamente con la construcción de obras públicas que exaltaban la figura del “tirano” y contribuir con regalos colectivos para sus familiares. A pesar de que no era una obligación hacerlo, se asentaba en una lista que había de entregársele al ‘jefe’ con los nombres de quienes aportaban dinero y quienes no, independientemente de las circunstancias que le impedían su aporte. Imaginamos que nadie quería estar en la lista de quienes no aportaban.
Las entidades gubernamentales debían de colgar en los lugares más visibles, las fotografías e imágenes de la familia Trujillo, así como también en todos los hogares del país. De igual manera había que darle el debido mantenimiento a todas las lujosas mansiones que este mandó a construir con dinero de un pueblo que se ahogaba en la miseria más abyecta.
Como los bienes públicos estaban a su disposición, a su hijo Rafael Leónidas Trujillo y Martínez “Ramfis”, este le mandó a construir un parque de niños a su nombre en el año 1937, como forma de que se expresara cariño al “Primer Niño de la Sociedad Dominicana” (las actas de 1935-1937 así lo documentan).
“Ramfis” también fue el nombre que le puso el dictador a su costoso yate, cuyo nombre anterior era el “Camargo” y que fuera propiedad de Julio Fleischmann, yate en el cual viajó el dictador dominicano viajó a Miami, Washington y Nueva York y que llegó a ser escoltado en su regreso a República Dominicana por el Destroyer “Babbitt” de la Armada de los Estados Unidos de Norteamérica.
Como si no fuera poco con poseer un costoso Yate adquirido con dinero del pueblo, en 1955 Rafael Leónidas Trujillo compró otro Yate por 500,000 dólares a Marjorie Merriweather Post y que rebautizó como “Angelita” en honor a su hija.
Ramfis gozó del privilegio que da el abuso del poder, ya que fue designado con tan solo 4 años de edad “Coronel del Ejército Dominicano con el salario y privilegios correspondientes al cargo” como si fuera una herencia monárquica.
En cuanto al culto a la personalidad de Trujillo, esto era evidente en la cantidad de monumentos en mármol y bronce construidos para exaltar su figura en todos los rincones del país. Así que utilizaron para su levantamiento escultores de renombre, tanto franceses, cubanos y de otros países.
Al tirano se le designó con los siguientes atributos: “El más grande de los Jefes de Estado que ha tenido la República” (Resolución Congreso Nacional, 9 de Febrero de 1938); “Benefactor de la Patria Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina”; “Hombre extraordinario”; “Eximio Mandatorio”; ”Insigne Padre de la Patria Nueva e Insustituible”, “Ilustre Jefe Supremo: entre otros calificativos.
Trujillo concentraba la propiedad de casi todas las industrias, de las que poseía el 51 por ciento de las acciones, los monopolios en la fabricación de pinturas, zapatos, clavos, cementos y otros renglones, por lo que los beneficios económicos de la época iban a parar a los bolsillos de él y su familia.
Documentos del Archivo General de la Nación muestran que al momento de la muerte del dictador, su fortuna era ascendente a 148 millones 800 mil pesos, sin contar con las cuentas en bancos extranjeros a nombre suyo, de familiares y testaferros.
Este inicuo tirano, quien también utilizó la palabra progreso para confundir a nuestro pueblo, fue quien más desfalcó las arcas del Estado. Su práctica dilapidadora no han sido igualadas. De acuerdo a datos ofrecidos por el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, “a la muerte del tirano, la República Dominicana era el país más pobre de América, con una alta deuda externa y el 90 por ciento de su población analfabeta”.
Otra ilustración de como este déspota desfalcaba las arcas del Estado: En 1955, con motivo de la celebración de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, el traje que lució la hija del tirano, Angelita Trujillo costó 80,000 dólares y otros 75,000 se gastaron en 140 personas que formaron el cortejo.
Esta fiesta del usufructo del bien público ha sido heredado por los gobernantes que hemos tenido desde entonces, donde (excepto el corto gobierno de 7 meses del profesor Juan Bosch) cada período ha producido malos funcionarios que han socavado el patrimonio y bienestar social del pueblo dominicano.
Hoy la nación dominicana se encuentra sobresaltada como resultado del recién anuncio de postulación a la presidencia para las elecciones de 2020 del nieto del exdictador Rafael Leónidas Trujillo, Ramfis Domínguez Trujillo, quien ha tomado por cruzada la defensa del “legado” de su abuelo, encontrando fieles seguidores a su pasar de pueblo en pueblo, quienes ven en él la salvación ante la hecatombe que en todos los órdenes se encuentra la nación dominicana.
El dominicano aletargado en su modorra no es que ha olvidado el pasado, sino que ha tenido una memoria difusa de su historia, como resultado de la educación a retazos que ha recibido, diseñada por la oligarquía y maquinaria ideológica de opresión de los sectores neo-trujillistas y ultra-derechistas que han ostentado el poder por más de medio siglo, para impedirles conocer la verdad histórica que habría de encauzarle hacia un mejor destino.
Como reza una conocida frase: “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.
JPM