Editorial periódico El Nacional.
Al cumplirse este domingo el 60 aniversario del ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina es tiempo más que suficiente para desmontar las mentiras que presentan al finado dictador como ejemplo de patriotismo, orden y eficiencia en el ejercicio del poder.
Trujillo aisló el país para evitar que se hurgara en los crímenes, la represión y la sumisión que instauró para gobernar como un faraón. La corrupción a través de la apropiación de los recursos públicos, con los que pagaba lealtades, el monopolio, el nepotismo y otras prácticas ominosas fueron la nota característica de sus más de 30 años en el poder.
Está documentado que Trujillo no pagó la deuda, que era de poco más de 9 millones de dólares, con ahorros propios, sino a través de un préstamo con el Banco de Reservas. Lo que hizo fue más bien nacionalizarla. Y que varias entidades que se crearon para entonces fueron como parte de una corriente de reformas que primaba en la región.
Los que se atrevieron a conspirar y quienes decapitaron la tiranía el 30 de mayo de 1961 en la avenida 30 de Mayo son dignos del más solemne de los reconocimientos. Nada podía ser peor que una dictadura que promovía la humillación, el odio y el servilismo, además del crimen y las torturas como medio de dominación.
A su muerte el Estado heredó 12 centrales azucareros y 16 empresas. En este nuevo aniversario del ajusticiamiento de Trujillo no solo se apaga el mito, sino que hay que tomar conciencia de la necesidad de eliminar todo vestigio de una época que castró el desarrollo de la nación.
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