Por German Almonte
El mismo día en que nos enteramos que el popular merenguero Fernandito Villalona era ascendido a teniente (sí, leyó bien, Fernandito es teniente) del honorable Ejército Nacional, supimos también que un teniente (de verdad) de la Policía se había suicidado, frustrado porque su nombre no estaba en la lista de los 6,903 agentes ascendidos de rango.
Cuando el teniente Bernardo Alberto Paredes escuchó al director de la Policía, mayor general Ney Aldrin Bautista Almonte, hacer el anuncio con bombos y platillos, dio por un hecho que su nombre estaría entre los agraciados.
Tenía 53 años de edad, y 28 como miembro de la Policía Nacional. Nunca pasó de teniente, a pesar de haber trabajado como chofer de Jacinto Peynado y pasar más 15 años al servicio de un general.
“Mi papá estaba frustrado con eso, siete años esperando que lo ascendieran, y es cada cuatro años que ascienden, y mi papá con 50 y pico de años y era un jodío teniente pelao, entregándole toda su vida a esa mierda (la Policía).
Si hubiera sido un ladrón hubiera sido hasta coronel”, dijo Luis Fernando Paredes, uno de sus hijos y con quien vivía el oficial en una humilde casita.
El teniente Bernardo tenía la esperanza de que lo ascendieran para retirarse como capitán y vivir tranquilo los años que le quedaran de vida tras una larga carrera policial, en la cual –según sus familiares- se destacó por su honestidad.
Pero nadie escribió su nombre en la tan esperada lista.
La frustración y la desesperanza apretaron el gatillo de su pistola de reglamento, con la cual se pegó un tiro en la cabeza. Así, pensó, acabaría con el calvario de una larga espera. Un error.
Lo penoso de este caso es que no es único ni nuevo.
Tanto en la Policía como en las Fuerzas Armadas, y esto es desde cuando la Era de Trujillo, muchas veces los ascensos se hacen, más que por mérito, por enllavadura, por dinero o para complacer a otro jefe o a una hermana de la querida.
Solo hay que recordar que el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo, el mismo que hablaba de rectitud, nombró coronel a su hijo Ramfis con apenas cinco años de edad.
En los fatídicos 12 años de Balaguer también era frecuente ver personas con rango de oficial sin haber pisado nunca un cuartel o un destacamento.
Narcotraficantes como Arturo del Tiempo han figurado como miembros honoríficos de la Policía. Figueroa Agosto andaba por ahí con un carné del DNI. Quirino Ernesto Paulino Castillo llegó a ostentar el rango de capitán del Ejército.
Fernandito, quien no ha hecho otra cosa que cantar y pedirle a Juanita que le meza su jamaquita, ya es teniente.
También hay hombres de sotana con altos rangos, incluido el cardenal, que es mayor general (a Dios gracias), y peloteros de Grandes Ligas, como Robinson Canó, con categoría de oficial, a pesar de que nunca han hecho “yuca”.
También hay hombres de sotana con altos rangos, incluido el cardenal, que es mayor general (a Dios gracias), y peloteros de Grandes Ligas, como Robinson Canó, con categoría de oficial, a pesar de que nunca han hecho “yuca”.
En la Policía y las Fuerzas Armadas es un secreto a voces que empresarios y generales usan sus influencias para “enganchar” a sus hijos, o al hijo de algún familiar o allegado, y luego se los “asignan”, de modo que esa persona cobra un sueldo sin dar un golpe ni de karate, además de que a veces los ascienden antes de tiempo. También es cierto que por lo general el falso escolta tiene que entregar la mitad del sueldo al general que le hizo el favor de engancharlo. Corrupción.
Mientras tanto, los policías de verdad, como el teniente y ahora difunto Bernardo, pasan las de Caín. Eso tiene que cambiar, porque lo demasiado hasta el diablo lo ve.
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