Por José del Castillo
El miércoles pasado presenté junto a Bernardo Vega en la Academia de Historia el libro de Francisco C. Girona, Las fechorías del bandolero Trujillo, editado en Puerto Rico en 1937 e incautado por gestiones del dictador. Le tocó al nuevo presidente de la corporación y renombrado trujillólogo hacer la azarosa historia del libro y al suscrito comentar el contenido. En el mismo se refieren los primeros exilios que provocó el ascenso de Trujillo, con figuras del horacismo como el presidente Vásquez, el vicepresidente Alfonseca, Ángel Morales, Martín de Moya, Luis Felipe Mejía, y Sergio Bencosme (baleado en NYC por un primo de Porfirio Rubirosa). Federico Velázquez y su hijo Guaroa. Estrella Ureña, líder político del Movimiento Cívico que catapultó a Trujillo. Profesionales como el Dr. Leovigildo Cuello. Instalados inicialmente en Borinquen, como más tarde lo harían Jimenes Grullón y Bosch.
El libro detalla los crímenes más sonados del emergente dictador (Martínez Reyna y esposa embarazada, Desiderio, Cipriano Bencosme, Tío Sánchez, Larancuent y otros generales), quien entró a la escena electoral rompiendo cabezas, con bandas de sicarios como La 42, empleando el monopolio de la fuerza que le daba su condición de jefe del Ejército en un país pacificado y desarmado por los marines, quienes lo entrenaron y auparon durante la Ocupación Americana. En una nación dotada de vías terrestres que integraban sus regiones antes aisladas -base del caudillismo local y las montoneras revolucionarias-, haciendo posible el traslado rápido de tropas y equipo bélico para sofocar levantamientos.
En la pendiente de un partidarismo agonizante centrado en el viejo caudillaje de Horacio, estirado el cuatrienio a sexenio, requeté reformada la constitución para acomodarla a la política contingente y al final para aupar la reelección del anciano enfermo. Poder deslegitimado, con fondo de economía desnacionalizada por la impronta expansiva del enclave azucarero de las corporaciones americanas, desplazando empleos, colonos, comercio y manufacturas locales, base del resentimiento social nacionalista. Con los horacistas en pugna sucesoria y una oposición dispersa, sólo unida por el imperativo de darle vuelta a la página. De ahí el sainete de "la más bella revolución de América", como la llamara Hernández Franco, en zafarrancho de combate en la marcha desde Santiago hacia a la capital, remedo de la marcha sobre Roma de 1922 del Duce, que influyó en Estrella Ureña, anterior plenipotenciario en Roma y París.
Junto a las balas, desde 1930 el merengue típico fue empleado por Trujillo en su propaganda, acompañado de Ñico Lora y Toño Abreu. El cambio político operado se resume en dos merengues: Se acabó la bulla (1930) de Isidoro Flores, que anuncia premonitorio que "se acabán los guapos" y que "eso de partidos, se acabó"; y Dedé, apología de Hernández y Morel al legendario Desiderio, cuya cabeza de guapo le fue llevada como trofeo a Trujillo por Ludovino Fernández, tras su alzamiento en Mao y el Manifiesto al País del 10 de junio de 1931, reproducido en el libro de Girona. Con la caída del dictador, 31 años después, Dedé volvió a sonar junto a Mataron al Chivo, adaptación de Antonio Morel a un tema venezolano.
La obra expone casos concretos del presidio político, métodos de tortura e intimidación. Denuncia el monopolio germinal de actividades económicas, el despojo de bienes a sus propietarios, la asignación de privilegios a familiares, la megalomanía del dictador, dado a los títulos rimbombantes y a la exhibición de preseas y vestimentas ridículas. Resalta el interés en la imagen exterior del régimen, mostrada en versión apologética por el Washington Herald en su edición del 22 de marzo de 1936 y crítica en Paris-Soir. Asimismo, revela la difusión de un corto en un noticiario norteamericano de 1936, a raíz del cambio de nombre de Santo Domingo por Ciudad Trujillo, de mordacidad demoledora. Que muestra cómo los marines dejaron a su hombre a cargo del país, ridiculiza la megalomanía del tirano: Plaza Trujillo, Avenida Trujillo, Puente Trujillo, Café Trujillo, la Playa de Güibia con inscripción Viva Trujillo en su trampolín, Teatro Trujillo y el letrero lumínico Dios y Trujillo.
La obra evidencia varias manos en su redacción, coexistiendo estilos diferentes. Uno mordaz, agresivo en el uso del lenguaje, con apelaciones racistas -el mulatón Trujillo, el negro, el paquidermo mulato, el orangután quisqueyano, el dictador color de ébano- y calificativos que marcan rasgos conductuales de la persona del dictador y su familia, con uso de fuertes adjetivaciones, consabidas en textos similares alusivos a las intrigas de Silveria Valdez, la inutilidad del hijo con Trujillo Monagas, el cuatrerismo de los hermanos, la putería de Nieves Luisa. Es el estilo que correspondería a Girona, director de un periódico satírico, quien empaqueta y organiza el contenido de otras contribuciones y documentos.
En otros apartados aparece una redacción menos apasionada y más analítica, con precisión testimonial, aportada sin dudas por exiliados dominicanos como Jimenes Grullón -quien publicó en 1946 en La Habana Una Gestapo en América, subtitulada Vida, tortura, agonía y muerte de presos políticos bajo la tiranía de Trujillo, reimpresa tres veces en el exilio. Cuya primera edición dominicana de 1962, la quinta, con múltiples ediciones, ayudaría a distribuir por todo el país tras la caída del régimen, acompañando a su autor en calidad de presidente de la juventud social demócrata. Gracias a esta relación, pude escuchar de primera mano historias que se cuentan en esta obra, que figuran como primicia en el libro de Girona y de paso conocer a mi familia santiaguera descendiente de Rodríguez Objío, hermanos de mi abuela paterna.
Vía este nexo con Jimenes Grullón -quien vivió el presidio en Nigua a consecuencia de la conspiración del Centro de Recreo de Santiago de 1934-, conocí a varios de sus compañeros de infortunio en las cárceles trujillistas, como el Dr. Buenaventura Báez Ledesma, correligionario de la Alianza Social Demócrata y compañero de fórmula presidencial de Juan Isidro en las elecciones del 62. Leopoldo Franco Bidó, Polín, abuelo de mi cuñado Dr. Luis Rojas Franco. Ramón Vila Piola, padre de mi amigo el arquitecto Miguel Vila, quien mantuvo polémica con Jimenes Grullón sobre esa conspiración y la conducta de los complotados, publicando un texto explicativo en 1964.
De igual modo con Ángel Miolán -uno de los más jóvenes en la conjura magnicida de Santiago, autor de la novela Un generalísimo, basada en estos hechos-, quien pudo escapar hacia Haití, donde guardó prisión, refugio de una pequeña colonia de exiliados poco estudiada, a la que perteneció también Buenaventura Sánchez Félix (secretario de educación del gobierno de Juan Bosch y el primer compañero de fórmula presidencial de éste, reemplazado por González Tamayo). Autor de la obra pionera Trujillo: La agonía dominicana, publicada en La Habana tan temprano como 1932, en la cual se relatan los primeros crímenes de Trujillo y sus asociados (con lista detallada, incluyendo amplia información sobre el asesinato del joven puertorriqueño Eduardo Colom Piris), así como los métodos coactivos empleados para imponerse en las elecciones de 1930. La misma transcribe los informes críticos enviados a su gobierno por el general Enrique Loynaz del Castillo, ministro plenipotenciario de Cuba en el país.
Otros actores de esta primera etapa del exilio antitrujillista que traté a su regreso fueron el Dr. Leovigildo Cuello y su esposa, la combativa Corina Mainardi, pilares ambos del exilio en Puerto Rico, electo en La Habana secretario general del Frente Unido de Liberación Dominicana en 1944 promotor de la expedición de Cayo Confites de 1947. Los caballerosos e inseparables mellizos Rafael y Amado Hernández Santana, hermanos de Manuel de Jesús "Pipí" Hernández Santana, asesinado en Cuba por sicarios pagados por Trujillo, cuyo padre ya anciano, don Jacinto Hernández Brea, aparece como uno de los casos de crueldad carcelaria de la dictadura. Recluido cíclicamente, aún enfermo, cada vez que sus tres hijos en el exilio se manifestaban. A veces junto a su otro vástago, Fernando, encarcelado en Nigua, donde contrajo malaria. También compartí con el jovial don Virgilio Vilomar -quien refundó en la Hostos el Partido Nacional con símbolo de gallo coludo rojo, que luego aportó a Balaguer para el Partido Reformista-, padre del fraterno Virgilio Troncoso, inseparable de Yuyo D'Alessandro.En el libro de Girona se encuentra claramente la huella de Luis Felipe Mejía, quien publicaría en 1944 De Lilís a Trujillo, que junto a Los Responsables de Medina Bennett, es un clásico con doble valor testimonial y analítico acerca de los antecedentes inmediatos de la Era. Exiliado originalmente en Puerto Rico, creyendo que retornaría pronto al país y que Trujillo era ave de paso, más tarde estableció en Caracas su oficina de abogado. Fue uno de los directores del Partido Nacional, diputado influyente y constituyente varias veces en el sexenio de Horacio Vásquez (1924-30). Padre del querido Luis Aquiles Mejía, del consejo supremo del Movimiento de Liberación Dominicana que organizó las expediciones de Junio del 59, con quien compartí por años, en casa de Juan Isidro y en la barra amable del Hotel Lina.
Como nota curiosa, no hay mención de la conspiración militar promovida a mediados de 1933 por el coronel Leoncio Blanco, quien sumó el apoyo del general Ramón Vásquez Rivera y el mayor Aníbal Vallejo, junto a más de un centenar de suboficiales y soldados, orientado a liquidar a Trujillo y formar una junta militar. Que produjo fusilamientos sumarios y la muerte, cada una individualizada en fechas distintas, de los tres cabecillas. Blanco murió de una golpiza propinada en presidio, un año después, expirando en brazos del Lic. Pilino Cordero Infante, quien se hallaba preso, padre de nuestro apreciado historiador Emilio Cordero Michel.
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