Falleció ayer a los 93 años uno de los sobrevivientes desconocidos de la trama que culminó con el ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas Trujillo en 1961.
Al doctor Rafael Antonio Acosta nunca le interesó decir públicamente que formó parte del complot que derrocó la dictadura de Trujillo, porque quería dejar sepultado el recuerdo de la presión psicológica que sufrió el 30 de mayo de 1961 al saber que estaban buscando a los culpables casa por casa.
Tan pronto se supo la noticia de la hazaña, este prominente abogado de la época trujillista, juez en distintos juzgados de paz, se escondió en la residencia de un familiar, como hicieron los demás que sabían que la justicia del tirano no lo pensaba dos veces para cerrar un caso y más si se trataba del fin del “Jefe”.
Pero el remordimiento lo estaba matando lentamente al pensar que lo irían a buscar a su casa y que torturarían a su esposa y cuatro hijos tratando de conocer su paradero, por lo que decidió regresar con su familia y esperar la muerte allá, acompañado de los suyos.
Lo había salvado “la campana” y se liberó del temor de que le hicieran daño a su familia, pero nunca reveló su participación en la trama para no recordar el estrés que se vivió durante la tiranía, ni la imagen del cadáver de su hermano expedicionario de Cayo Confites, ni la presión del día del ajusticiamiento y los subsiguientes.
Acosta pertenecía a la célula antitrujillista de Ángel Severo Cabral, con quien se reunía todos los martes junto a otras personas, y le habían asignado la tarea de difundir la noticia sobre la muerte de Trujillo tan pronto le avisaran.
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