Por Cesar Perez .
Nuestra sociedad es esencialmente conservadora y lastimosamente mojigata. La infame resolución del TC es una de las tantas expresiones de esos lastres y en la defensa de ese adefesio jurídico se mezclan la xenofobia (variante del racismo), la permanencia de un nacionalismo de fabricación trujillista y la pusilanimidad de políticos e intelectuales.
El racismo y el antihaitianismo en la sociedad dominicana es anterior a Trujillo, pero fueron sus intelectuales quienes le dieron una más elaborada y peligrosa sistematicidad a esas aberrantes actitudes en un significativo segmento de la sociedad dominicana, recordándonos esa suerte de aforismo de Bauman de que “el nacionalismo es el racismo de los intelectuales, y el racismo es el nacionalismo de las masas”.
La masacre de haitianos cometida por el ejército truijillista en el 37 y la estatización de la Corporación de Electricidad, constituyen los principales hechos en que se ha construido el mito de que Trujillo era nacionalista. Ese mito se ha consolidado en importantes sectores de esta sociedad al amalgamarse con viejos prejuicios y miedos ancestrales con los cuales la clase dominante de este país ha ido creando los cimientes de la identidad dominicana.
Hoetink dice que más en ningún otro de El Caribe, en este país se quiere negar el componente africano en el pueblo en general y cada persona en particular. Por eso en documentos de identidad personal se ponen las ridículas gradaciones de falsos colores: “indio” o “trigueño”, casos únicos en el mundo y algunos, negros o blancos, para tratar de ocultar lo inocultable auto refieren se refieren a alguien con el eufemismo de “moreno” o “indiecita”, algo inconcebible en cualquier otro país.
El conservadurismo dominicano es viejo, construido por el pequeño núcleo de la élite dominante integrada por viejas familias y reforzada por inmigrantes de relativa reciente data. Como base del trujillismo, en términos político/ideológico, ese conservadurismo lo rearticuló Balaguer integrando a su proyecto político conservador a sectores oligárquicos agrupados en el partido Unión Cívica Nacional en los 60 y con el llamado Frente Patriótico de 1996 quedó como heredero de ese proyecto el Partido de la Liberación Dominicana.
Esa circunstancia, en gran medida, explica las razones históricas e ideológicas del intento de genocidio jurídico del TC cuya importancia, como bien dijo Juan Bolívar Díaz, radica en que marca la raya de Pizarro entre quienes realmente nos apegamos a los valores esenciales de la democracia y quienes se aferran a los recalcitrantes valores de la intolerancia, la insolidaridad y la exclusión, propios de derecha política.
Con su resolución, el TC abre viejas heridas y crea un problema que no existía, pues los dominicanos de origen haitiano, reconocidos como tal por la Constitución del 66 y 2010, no eran ni son un problema para este país; el problema lo ha creado una medida inhumana e inaceptable, motivada por ancestrales prejuicios aviesa y torpemente removidos con un adefesio jurídico con la intención de negar un derecho legal y socialmente adquirido. Ante ese hecho no hay cabida para la pasividad de políticos e intelectuales, porque la pasividad ha sido la madre de grandes tragedias. La herencia del nacionalismo populista/trujillista podría arrastrarnos hacia otra desgracia.