Cuando los Trujillo compran una finca –por lo regular los dominicanos rehúyen negociar con ellos– fijan el precio a su antojo. Después de escriturada la operación como de contado, suelen aplazar el pago indefinidamente. Cuando el interesado se queja lo suprime misteriosamente un desconocido, o recibe el bienintencionado consejo de no reclamar más, si aprecia en algo su vida.
Luis F. Mejía
(de Lilís a Trujillo, 1944)
Pag. 481
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